Más de 70 años atrás el gran escritor católico francés Georges Bernanos publicó un pequeño ensayo titulado Sermón de un agnóstico en la fiesta de Santa Teresa. Bernanos amaba profundamente a la Iglesia, pero podía ser brutalmente sincero cuando se trataba de él y de sus compañeros creyentes. Por encima de todo él tenía un agudo sentido de la ironía acerca de los cómodos, los autosatisfechos y los tibios que adoptaban una postura católica –ya fueran laicos o clérigos.  

En su ensayo se imaginó «lo que un decente agnóstico de inteligencia promedio podía decir, si por una casualidad imposible el [párroco] lo dejara pararse en el púlpito un rato [en] el día consagrado a santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux).»

«Queridos hermanos -dice el agnóstico desde el púlpito- muchos no creyentes no están tan endurecidos como ustedes se imaginan… [Pero] cuando buscamos a [Cristo] ahora, en este mundo, es a ustedes a quienes encontramos, y solamente a ustedes. … Son ustedes cristianos los que participan en la divinidad, como proclama su liturgia; son ustedes “hombres divinos” los que desde la ascensión [de Cristo] han sido sus representantes en la tierra… Ustedes son la sal de la tierra. [Así que] si el mundo pierde su sabor, ¿a quién yo debería culpar? … El Nuevo Testamento es eternamente joven. Son ustedes los que son muy viejos. … Porque ustedes no viven su fe, su fe ha dejado de ser una cosa viviente.»

Bernanos tenía poco uso por los sabios, los soberbios o los religiosos superficialmente. Él creía en cambio, en las pequeñas flores -las Teresitas de Lisieux- que sustentan a la Iglesia y convierten al mundo por la pureza, la simplicidad, la inocencia y el celo de su fe. Esa clase de fe inocente es un don. Es un don que cada uno puede pedir, y cada uno de nosotros recibirá, si sólo tenemos el valor de elegirlo y actuar en consecuencia. Las únicas personas que realmente cambian el mundo son santas. Cada uno de nosotros puede ser uno de ellos. Pero tenemos que desear la santidad, y entonces tenemos que seguir el camino que viene con ella.

Bernanos escribió una vez que el optimismo del mundo moderno, incluyendo su «política de esperanza», es como silbar al pasar por un cementerio. Es un sustituto barato para la esperanza real y «una forma solapada de egoísmo, un método de aislamiento [de nosotros] de la infelicidad de los demás» teniendo pensamientos felices o aparentemente progresistas. La verdadera esperanza «debe ser ganada. [Nosotros] sólo podemos alcanzar la esperanza a través de la verdad, a costa de un gran esfuerzo y paciencia. … La esperanza es una virtud, virtus, fuerza, una determinación heroica del alma. [Y] la forma más elevada de esperanza es la desesperación superada.

Sólo podemos alcanzar esperanza a través de la verdad. Y lo que eso significa es esto: Desde el momento que Jesús dijo” «Yo soy el camino, la verdad y la vida», la declaración pública más importante que cualquiera puede hacer es «Jesucristo es Señor».

Este año, el Miércoles de Ceniza cae el 13 de febrero. Marca el comienzo de la cuaresma. Para los católicos, éste es un momento para ser honesto; para tomar una mirada fija a la verdad de nuestras vidas. Cada año Dios nos ofrece este gran tiempo de humildad como una oportunidad para recordar quiénes somos como creyentes, para reflexionar sobriamente sobre nuestras acciones y concentrarnos en la fuente de nuestra esperanza, la única esperanza real de un mundo sangriento y desesperado: Jesucristo. Lo hacemos a través de la oración, el silencio, el sacramento de la penitencia, la búsqueda y la reconciliación con aquellos que hemos herido, perdonando a los que nos han herido, la generosidad con los pobres, y el ayuno, no sólo de alimentos, sino de todas aquellas muchas cosas que nos distraen de Dios que nos hizo y nos ama.

Si nos llamamos cristianos, entonces vamos a vivir como tales -a partir de hoy, en este tiempo de cuaresma; de modo que las personas que nos miran verán en nosotros la presencia de Jesucristo en su lugar.