Archbishop Charles J. Chaput

La Semana Santa es el tiempo más sagrado del año cristiano. Y cada Jueves Santo, los sacerdotes de la Arquidiócesis se reúnen en la Misa Crismal anual para renovar sus lazos fraternos y el significado de su vocación.

Las lecturas de la Misa Crismal tienen una especial belleza y poder, y ellas merecen la atención de todos los fieles, no sólo la de nuestros sacerdotes:

Primera lectura: Is 61:1-3a, 6a, 8b-9
Segunda lectura: Ap 1:5-8
Evangelioz: Lc 4:16-21

La Biblia tiene decenas de momentos dramáticos, pero el único que podría decirse que importa más es la última línea del Evangelio en la Misa Crismal: «Hoy se cumplen estas palabras proféticas y a ustedes les llegan noticias de ello». Si la Escritura tiene un centro, esto es; si la Escritura tiene un sentido y significado, esto es. Todo el contacto de Dios con la humanidad conduce hasta este punto, o fluye de él. Como C.S. Lewis famosamente observó una vez, en estas palabras del Evangelio Jesús está estableciendo un hecho, o él está blasfemando, o está mentalmente enfermo. No hay ningún punto intermedio. Y la gente en la sinagoga que le escucharon decir las palabras, entendieron esto muy bien –es por eso que intentaron asaltarlo.

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La afirmación radical de Cristo requiere una respuesta radical. Los apóstoles que le siguieron reconfiguraron sus vidas y arriesgaron o regalaron todo lo que poseían. Alegría y fecundidad provienen de esta clase de discipulado, pero muy poca seguridad. La fe no es una actividad recreativa; y puede llegar a ser incluso menos en los próximos años al muchas personas olvidar sus raíces religiosas y alejarse de la Iglesia como su hogar.

Vivir la fe católica, para todo cristiano comprometido, es una vida de atención consciente y sacrificio. Pero para los sacerdotes, a quienes Cristo configura a sí mismo a través de la ordenación, esto es especialmente cierto. El sacerdocio es una «profesión de ayuda» solamente en el sentido de que «ayuda» tener a alguien que está dispuesto a vivir, servir, interceder, sufrir y morir por nosotros. Jesús vivió y murió por todos nosotros. De igual manera, los sacerdotes están llamados a vivir y morir por su pueblo en su nombre. De lo contrario, el sacerdocio no significa nada.

Las vidas de nuestros sacerdotes tienen un propósito que nadie más puede cumplir. Como Isaías recuerda a los sacerdotes en las lecturas de la Misa Crismal, «Dios los ha ungido» a ellos. La unción es la marca exterior física de un pacto interior, permanente. Los sacerdotes tienen una misión a la que deben conformar sus vidas; la misión de curar al herido, ofrecer libertad real y duradera a su pueblo, consolar al que sufre, restaurar la alegría y la gloria al enlutado.

La gente que llevó adelante la fe católica en la historia, que hizo la cultura de la belleza, música, arte y arquitectura enraizada en la comprensión cristiana de Dios y humanidad –esas generaciones fueron enseñadas, alimentadas espiritualmente y formadas por sacerdotes exactamente como los hombres que nos ministran en nuestra Iglesia local. Donde hay fe católica en cualquier parte del mundo, ella existe porque sacerdotes ofrecieron sus vidas en aras de Jesucristo y el pueblo que Dios los llamó a servir.

La crisis de nuestro tiempo no es finalmente una crisis de recursos o personal o inteligencia o talento. Dios nos ha dado suficiente de todas estas cosas, si las administramos con prudencia.

En realidad, de lo que mucha gente carece hoy es fe; la incredulidad es fácil, como el adulterio en un matrimonio donde los cónyuges han dejado de cultivar su amor por la indiferencia o el resentimiento. Pero esto no resuelve nada, porque la fe es la única fundación firme para la esperanza humana.

La fidelidad puede ser difícil; pero conduce en la dirección opuesta –sentido, esperanza y vida. Y los sacerdotes desempeñan un papel insustituible en el fortalecimiento de la fe del pueblo cristiano.

Esta Semana Santa, al recordar el sufrimiento de Cristo en la Cruz y prepararnos para el gozo de la Resurrección, también recordemos a nuestros sacerdotes. Ellos necesitan nuestro amor y apoyo como hermanos en la obra del Señor; den gracias a Dios por ellos; recen por ellos de una manera especial. El vínculo del pueblo cristiano y sus sacerdotes es la fuerza de la Iglesia en un mundo incrédulo que nunca ha necesitado más urgentemente la Palabra de Dios.