Mar Muñoz-Visoso

Ocho años atrás, mi esposo se quejaba de que necesitábamos una nueva televisión. El viejo televisor con pantalla de 19 pulgadas que yo había traído conmigo unos años antes, comenzó misteriosamente a tener problemas justo cuando el Mundial de Corea/Japón 2002 apenas comenzaba. El drama se convirtió en comedia cuando también empezó a ponerse sus lentes para lectura, los cuales raramente usa, porque según él «no podía leer» los resultados.

Por supuesto, un par de días después fuimos a la tienda y regresamos a casa con una pantalla de 32 pulgadas en marco plateado- todavía de las de monitor abultado, pues las de pantalla plana estaban fuera del alcance de la mayoría de los mortales. Durante las siguientes tres semanas no hubo nada más que ver en la tele. Pues bien, la fiebre del mundial llegó de nuevo y el hombre ya comenzó a dar lata de nuevo, aunque esta vez tendrá que conformarse con la televisión que tenemos.

El fútbol/soccer tiene algo especial. Es interesante ver cómo un fan relativamente «poco practicante», que sigue los resultados pero ve solo algunos partidos de vez en cuando, puede volverse un fanático tal cada cuatro años. Y no está sólo. En un espíritu filial y de lealtades compartidas, me acabo de enterar que la semana pasada le envió a su mamá su playera tricolor oficial -para que ella pueda animar apropiadamente al equipo mexicano-después de que ésta se quejara de que «a tu papá le diste la suya pero a mí nunca me regalaste una». Normalmente una mujer recatada y dedicada a su familia, está lista ahora para los «gritos y llantos» que acompañan al mundial, ¡tan emocionada que es difícil reconocerla!

Mientras tanto, mi marido alberga la esperanza de agenciarse la nueva edición de «la roja» (la camiseta oficial de España) ya que pasaremos buena parte del mundial en la «madre patria». Por supuesto, los niños deben irle a Estados Unidos-ya los tiene aleccionados-mientras que la mamá (su servidora), pragmática como es, decidirá sobre la marcha a quien le va. Comprendí hace bastante tiempo que no hay forma de escapar la fiebre mundialista a ambos lados del Atlántico, así que más vale aprender a disfrutarla cada uno a su manera.

La revista Time probablemente acertó cuando en su portada del 14 de junio califica al fútbol como «el juego global». Realmente lo es. Aunque aquí se le llama soccer, el resto del mundo lo conoce como fútbol (o football en inglés). Sus reglas simples y su accesibilidad hacen fácil que se pueda jugar en cualquier lugar y casi por cualquier persona. Durante la Copa Mundial, las tensiones nacionales se suavizan, los orgullos nacionales emergen sin disimulos y, conforme los equipos van siendo eliminados, las lealtades se transfieren: a veces al siguiente mejor equipo en tu continente, a veces al equipo de tu jugador favorito. Cualquier persona en Japón, Camerún o México, y cada vez más en Estados Unidos, sabe exactamente quién es David Villa, Leo Messi, Cristiano Ronaldo o Samuel Eto’o.

Incluso aquellos que odian el fútbol conceden que no hay tiempo para aburrirse durante la Copa Mundial. El espectáculo está en las gradas y afuera del estadio tanto como en el campo de juego. Se trata de una gran oportunidad para demostrar tanto el espíritu deportivo como la habilidad técnica y, para los seguidores, es una ocasión para spanertirse y disfrutar con gente de todas partes del mundo. El mundial también es escenario propicio para testimonios de impacto. FIFA, la agencia internacional que regula el fútbol, usará la ocasión para promover el lema humanitario: «Una meta, educación para todos». Pero hay otros ejemplos.

Numerosos jugadores hacen la señal de la cruz al entrar al terreno de juego, pidiendo a Dios un buen partido o cuando menos que no sufran lesiones importantes. Algunos también apuntan al cielo o se santiguan cuando marcan un gol, bien para dedicárselo a Dios o para dar gracias por el favor recibido. En algunos casos es un movimiento calculado. En otros, una simple expresión de agradecimiento demostrado públicamente. De cualquier manera, estos gestos se convierten en poderosos testimonios que nos recuerdan que también nosotros debemos ser agradecidos, y menos tímidos al expresar nuestra fe.

Por cierto, hablando de esto, conozco a unos cuantos párrocos, ellos mismos forofos del fútbol, que estarán rezando para que durante la fiebre mundialista la gente no se olvide de asistir a la misa dominical. «Primero la obligación y luego la devoción» dice un viejo refrán castellano. ¿O funciona al revés en este caso?

En fin, los mejores deseos para la primera Copa Mundial celebrada en el continente africano. Que Sudáfrica y toda el áfrica emerjan de ella como el «continente de la esperanza», como muchos lo califican. ¡Arriba Sudáfrica! Y que gane el mejor equipo.

Mar Muñoz-Visoso es la subdirectora de prensa y medios de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.