Por Moisés Sandoval

En el club de gimnasia donde mi esposa y yo participamos, el portero en el vestuario de los varones se llama Juan, y su homóloga en el de las mujeres se llama María. Pregúnteles como están y su respuesta siempre es la misma: «trabajando».

En estos tiempos difíciles, cuando millones carecen de empleo, tener empleo es casi un milagro. Comprendiendo eso, Juan y María hacen sus tareas sin pausa, barriendo, lavando pisos, reemplazando dispensarios de toallas, jabón y champú, y muchos quehaceres por todo el club. Nunca los veo descansar o ir en vacación. {{more:(lea más)}}

Para ellos, como en verdad para todos, el trabajo es como un sacramento. Es lo que define, da forma y cumple la vida. El 1 de mayo, fiesta de San José Obrero, nos invita a dar gracias por el trabajo y abogar por la justicia laboral para todos. Los desafíos son muchos.

Aunque muchos nunca fuimos miembros de sindicatos, los beneficios que disfrutamos – el día laboral de ocho horas y la semana de trabajo de cinco días, vacaciones y planes de jubilación – son el resultado de las duras victorias de trabajadores organizados. Por eso no debemos quedar mudos mientras políticos hoy día atacan a los sindicatos. Las encíclicas sociales de los papas siempre han apoyado la organización de los trabajadores para defender sus derechos.

Nuestra nación falla en proporcionar a los veteranos de nuestras guerras la oportunidad, entrenamiento y preferencias necesarias para obtener empleo remunerado. Como documentó un reciente programa de televisión, muchos no encuentran puestos cuando vuelven a su patria. Algunos terminan entre los sin hogar.

Todo el mundo habla de sus sacrificios, pero el compromiso termina ahí. Quizás el único modo de asegurar una respuesta política adecuada es requerir servicio militar universal. Hoy en día las minorías – afroamericanos, hispanos, asiáticos y blancos pobres – están excesivamente representados en las filas de nuestro ejército. Se alistaron porque el servicio militar ofrecía posibilidad de empleo que no encontraban como civiles. El sistema político convenientemente los ignora cuando vuelven. La igualdad de sacrificio haría tal descuido menos probable.

Duele ver a personas perder sus empleos, sus ahorros de jubilación, sus casas y a veces hasta sus matrimonios. Algunos reciben hospedaje de familiares o vecinos y otros no. Algunos tienen que hacer tareas que jamás hubieran soñado, como recoger latas y botellas para reciclar por cinco centavos cada una.

Una madre sin esposo sobrevive de trabajo a tiempo parcial: paseando a perros para los dueños, un turno de noche en una tienda de ropa, de vez en cuando escribiendo algún artículo, y ayudando a cuidar a una anciana de 90 años.

Un hombre de 79 años quien trabajo 40 años a tiempo completo como diácono recientemente perdió su empleo. Ninguno de los puestos que desempeñó, entre ellos director del programa Renacer en español en 17 parroquias y director de grupos de oración, tenían plan de jubilación. Más recientemente, había trabajado nueve años en una parroquia grande en Colorado, recibiendo un pequeño salario, que necesitaba para sobrevivir. Pero un pastor nuevo decidió que la parroquia no podía sostener diacono.

¡Nadie está exento!

Nuestras necesidades, sin embargo, van más allá de la supervivencia económica al ámbito del servicio. Veo eso en la iglesia de mi parroquia donde asisto a misa todos los domingos. Docenas de personas participan: las mujeres que arreglan los manteles sobre el altar y traen los recipíentes para vino y agua al santuario, los monaguillos (ambos varones y hembras), los acomodadores, el cantor, organista, lector, a veces el diácono, y, por supuesto, el celebrante.

Cada persona necesita trabajar y reflexionar sobre ello, como en Génesis, y ver que es bueno.

Moisés Sandoval es un periodista católico veterano, y el fundador y editor de la Revista Maryknoll en español. Es columnista del servicio noticiero católico (CNS, por sus siglas en inglés).