Moises Sandoval

En su libro, “Change your brain, change your body,” el doctor Daniel G. Amen opina que orar y meditar ofrecen muchos beneficios al cerebro. También sugiere escribir diariamente cinco razones por las cuales estamos agradecidos.

En ese espíritu, siendo que nos acercamos a la fiesta de acción de gracias, quiero agradecer públicamente a cuatro personas quienes me han dado vida. Las primeras, por supuesto, son mis padres, campesinos, pobres de Nuevo México que hicieron muchos sacrificios para que sus diez hijos lograran tener una vida productiva.

Trabajaron año tras año, raramente disfrutando de una vacación para proveer techo y pan para la familia. Aún su don más importante fue la idea que éramos capaces de aprender, de hacer algo de nuestras vidas. Inculcaron los valores de fe, unidad familiar, y perseverancia. Nueve nos graduamos de la universidad.

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Otras dos otras personas hicieron posible mi larga vida. Uno es el Padre Miguel d’Escoto, en 1977 mi supervisor en Maryknoll como director de comunicaciones sociales, donde yo trabajaba como editor gerente de la revista Maryknoll. El otro es el médico Kevin Cahill, por muchos años fue director del centro de enfermedades tropicales en el hospital Lenox Hill en la ciudad de Nueva York.

Cuando yo me enferme gravemente con un absceso de amebas en el hígado que reventó y llenó el saco de mi corazón, estaba al punto de morir en el hospital de White Plains, Nueva York. El Padre Miguel convenció a doctor Cahill que me viniera a ver.

Podría decir que ese hecho en sí fue un milagro. Además de su puesto en el hospital Lenox Hill, Cahill era presidente del Departamento de Medicina Tropical en el Colegio Royal de Cirujanos en Irlanda, el asistente especial del gobernador de Nueva York para asuntos de salud, el presidente del Concilio de Estudios de Salud del Estado de Nueva York, y no menos tenía una consulta médica en Manhattan.

No obstante, canceló todas sus citas de ese día para venir a verme a White Plains. Me acepto como su paciente y me traslado al hospital. Allí me dijo francamente de mis chances de sobrevivir. El medicamente que tenía que utilizar arriesgaba un ataque cardíaco fatal, pero él tenía que ser agresivo en su tratamiento para sanarme. Me dijo que posiblemente moriría pero me aseguró que haría todo lo posible para salvarme. Pasé semanas en cuidado intensive. El doctor Cahill me dijo que sólo dos o tres personas en los anales de historia médica habían sobrevivido lo que yo sufría.

Un médico superdotado — y no sólo en su especialidad — el doctor Cahill fue uno de cuatro médicos norteamericanos que asistieron cuando el Papa Juan Pablo II sufrió disparo de un asesino. Ha sido el médico de los arzobispos de Nueva York y líderes culturales y políticos, incluso el Presidente Ronald Reagan. Pero también ha brindado cuidado médico a pacientes pobres en 65 países en algunos de los lugares más deprimidos o arrasados por guerra en el mundo. En medio de todo esto escribió y editó 29 libros y más de 200 artículos. ¡Un hombre verdaderamente asombroso!

La palabra que guía su carrera médica de medio siglo es solidaridad. En 2011 cuando fue elegido a la Sala Irlandesa Americana de Fama, le dijo a Aliah O´Neill, quien lo entrevisto: “Solidaridad es una palabra latinoamericana maravillosa que denota, ¿’Estas dispuesto a meterte en el lodo con el pueblo?’ Por eso es que yo sigo practicando medicina”.

Solidaridad, tan obviamente ausente en las salas del poder, pronto resolvería los más difíciles problemas del país.