Archbishop Charles J. Chaput

Con los años he escuchado de muchas personas buenas que quieren una relación más cercana con Dios. Pero ellos están confundidos por lo que perciben como el silencio de Dios. Lo que a menudo desean decir, sin ellos darse cuenta, es que quieren que Dios haga algo dramático en sus vidas; algo con un sabor del Monte Sinaí que demuestre sus credenciales. Pero Dios normalmente no funciona así; no está en el negocio del teatro. Dios quiere ser amado y en un sentido ser «cortejado» –lo que significa que no podemos ser socios pasivos en la relación; necesitamos buscar a Dios como lo haríamos con las personas que amamos.

Así que mientras pasamos por estas últimas semanas de tiempo ordinario antes de la cuaresma, aquí hay unos pasos –en ningún orden particular –que nos pueden ayudar para acercarnos a Dios.

En primer lugar, comiencen por escucharle. La fe no es un programa de 12 pasos de acción; tampoco es un problema de álgebra que necesita ser «solucionado»; es una historia de amor. Como con un cónyuge, la cosa más importante que podemos hacer es estar presente y escuchar; esto requiere la inversión de tiempo y atención. Si un espíritu de impaciencia o pretender escuchar no funciona con su cónyuge, ¿por qué funcionaría con Dios?

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En segundo lugar, cultiven el silencio. No podemos escuchar cuando nuestro mundo está lleno de ruidos y juguetes. C.S. Lewis dijo a menudo que el ruido es la música del infierno. Nuestros juguetes –esas cosas que elegimos para distraernos – no nos permiten centrarnos en las principales cuestiones de la vida: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué significa mi vida? Existe un Dios y si es así, ¿quién es él, y qué me pide?

En tercer lugar, busquen la humildad. La humildad es para el espíritu lo que la pobreza material es para los sentidos: el gran purificador. La humildad es el principio de la cordura. Realmente no podemos ver –mucho menos amar– cualquier persona o cualquier otra cosa cuando el yo está en el camino. Cuando finalmente, creemos en nuestra propia pecaminosidad y poca importancia, muchas otras cosas se convierten en posibles: el arrepentimiento, la misericordia, la paciencia, el perdón de los demás. Estas virtudes son las piedras angulares de esa otra gran virtud cristiana: la justicia. La justicia no es posible en una telaraña de mutua ira, recriminación y orgullo herido.

En cuarto lugar, cultiven la honestidad. La honestidad total es sólo es posible para una persona humilde. La razón es simple. La honestidad más dolorosa e importante está en decirnos la verdad sobre nuestros motivos y nuestros propios actos. La razón por lo que la honestidad es un poderoso imán es porque es muy rara. La vida moderna con demasiada frecuencia se basa en la comercialización de medias verdades y mentiras sobre quiénes somos y lo que nos merecemos; muchas de las mentiras son bien intencionadas e incluso no muy perjudiciales, pero todavía son mentiras. Las Escrituras alaban al hombre y mujer honestos porque son como el aire limpio en una habitación llena de humo. La honestidad permite a la mente respirar y pensar con claridad.

En quinto lugar, traten de ser santos. Santo no significa agradable o incluso bueno, aunque la gente verdaderamente santa es siempre buena y a menudo –aunque no siempre– agradable. Santidad significa «distinto»; es lo que significa la Escritura cuando dice que «en el mundo, pero no del mundo». Y esto no sucede de manera milagrosa;  tenemos que elegir y buscar la santidad. Los caminos de Dios no son nuestros caminos.  La santidad es la costumbre de conformar todos nuestros pensamientos y acciones a los caminos de Dios. No existe un molde para la santidad, al igual que la piedad no puede reducirse a una clase particular de oración o postura. Lo importante es amar al mundo porque Dios lo ama y envió a su Hijo para redimirlo, pero no para ser capturado por sus hábitos y valores, que no son los que Dios desea.

En sexto lugar, oren.  La oración es más que esa parte del día en la que le dejamos saber a Dios acerca de lo que necesitamos y lo que debía hacer. La oración real es más cercana a la escucha, y está íntimamente vinculada a la obediencia. Dios ciertamente quiere oír lo que necesitamos y amamos y tememos, porque estas cosas son parte de nuestra vida cotidiana, y él nos ama. Pero si nosotros estamos hablando, no podemos escuchar.  También, tengan en cuenta que no podemos realmente orar sin humildad. ¿Por qué?  Porque la oración nos obliga a elevar quiénes somos y todo lo que experimentamos y poseemos a Dios. El orgullo es demasiado pesado para elevarlo.

En séptimo lugar, lean. La Escritura es la palabra viva de Dios. Cuando leemos la Palabra de Dios, nos encontramos con Dios mismo. Pero hay más: J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, Georges Bernanos y tantos otros –eran profundamente inteligentes y poderosos escritores cuyas obras nutren la mente cristiana y el alma, mientras también inspiran la imaginación. La lectura también sirve otro propósito más simple: cierra el ruido que nos distrae de la reflexión fértil. No podemos leer Las cartas del diablo a su sobrino (The Screwtape Letters) y tomar en serio la cadena de televisión al mismo tiempo. Y eso es algo muy bueno.

Por cierto, si no hacen nada más en el año 2014, lean los cuentos maravillosos de Tolkien, Hoja de Niggle(Leaf by Niggle). Le llevará menos de una hora, pero permanecerá con ustedes por toda la vida. Y luego lean la gran trilogía de ciencia ficción religiosa de C.S. Lewis –Más allá del planeta silencioso, Perelandra y Esa horrible fuerza (Out of the Silent Planet, Perelandra and That Hideous Strength; ustedes nunca verán a nuestro mundo del mismo modo otra vez.

En octavo lugar, crean y actúen. Nadie «gana» fe. Es un don gratis de Dios; pero tenemos que estar dispuestos y listos para recibirlo. Nosotros podemos disciplinarnos para estar preparados. Si buscamos sinceramente la verdad; si deseamos cosas mayores de las que esta vida ofrece; y si dejamos nuestros corazones abiertos a la posibilidad de Dios, entonces un día creeremos, al igual que cuando elegimos amar a alguien más profundamente, y dirigimos nuestros corazones sinceramente a la tarea, entonces tarde o temprano generalmente lo haremos.

Los sentimientos son volubles. Ellos son a menudo engañosos. No son la esencia de nuestra fe. Tenemos que estar agradecidos por nuestras emociones como dones de Dios, pero también tenemos que juzgarlas a la luz del sentido común. Enamorarse es sólo el primer saboreo del amor. El amor verdadero es más bello y más exigente que los primeros días de un romance.

De igual manera, una conversión dramática al estilo del «camino de Damasco» no le sucede a la mayoría de la gente, y ni siquiera san Pablo permaneció en el camino mucho tiempo. ¿Por qué? Porque al revelarse a Pablo, Jesús inmediatamente le dio algo que hacer. Conocemos y más profundamente amamos a Jesucristo haciendo lo que él dice que hagamos. En el mundo real, los sentimientos que perduran producen acciones que tienen sustancia. Mientras más sinceros somos en nuestro discipulado, más cercanos estaremos a Jesucristo. Es por esto que los discípulos de Emaús sólo reconocieron a Jesús en «la fracción del pan». Sólo en actuar en y sobre nuestra fe, nuestra fe llega a ser totalmente real.

Noveno, nadie logra el cielo solo. Todos necesitamos amistad y comunidad. Un amigo mío que ha estado casado más de 40 años le gusta decir que el corazón de un buen matrimonio es la amistad. Cada matrimonio se trata finalmente de una clase particular y profunda de amistad que implica honestidad, intimidad, fidelidad, sacrificio mutuo, esperanza y creencias compartidas.

Cada matrimonio es también una forma de comunidad. Incluso Jesús necesitaba estas dos cosas: amistad y comunidad. Los apóstoles no eran simplemente seguidores de Cristo; también fueron sus hermanos y amigos, gente que sabía y lo apoyaron de una manera íntima. Todos nosotros como cristianos necesitamos las mismas dos cosas. No importa si somos religiosos, laicos, diáconos o sacerdotes, solteros o casados. Los amigos son vitales; la comunidad es vital. Nuestros amigos expresan y forman quiénes somos. Los buenos amigos nos sustentan; los malos amigos nos debilitan. Y es por eso que ellos son tan decisivos para el éxito o fracaso de una vida cristiana.

Décimo y finalmente, nada es más poderoso que los sacramentos de la penitencia y Eucaristía en conducirnos hacia el Dios que buscamos. Dios se hace disponible a nosotros todas las semanas en el confesionario y cada día en el sacrificio de la misa.  Tiene poco sentido hablar del «silencio de Dios» cuando nuestras iglesias son silenciadas por nuestra propia ausencia e indiferencia. Somos los que tenemos el corazón frío –no Dios. Él nunca es superado en su generosidad. Él nos espera en la quietud del tabernáculo. Él nos ama y quiere ser amado a su vez de todo corazón.

Si estamos dispuestos a dar ese amor, estos pasos nos llevarán a él.