Archbishop Charles J. Chaput

«La creación es sagrada. Ésta tiene un significado sacramental. La creación refleja la gloria de Dios. Eso incluye nuestro cuerpo. Nuestra sexualidad tiene el poder de procrear, y participar en la dignidad de ser creados a imagen de Dios. Tenemos que vivir según este principio.»
– De El amor es Nuestra Misión: La familia plenamente viva, catecismo del Encuentro Mundial de las Familias del 2015.

La semana de febrero del 7 al 14, Semana Nacional del Matrimonio, trae consigo un útil par de ironías, sin intentarlo.

El domingo 08 de febrero, es el Día Mundial del Matrimonio. A pesar de que muchos de nosotros aquí en Filadelfia estamos distraídos por el trabajo de preparación para la Encuentro Mundial de las Familias de septiembre y la visita del papa Francisco, éste es un buen momento para hacer una pausa. Grandes eventos -incluso las misas papales- van y vienen; ésa es su naturaleza.

Pero las relaciones arraigadas en el amor cristiano están destinadas a perdurar. El amor de un hombre y una mujer en el matrimonio es una mezcla de vidas; es la piedra angular de la sociedad humana no porque dos egos soberanos celebran un contrato de mutuo acuerdo, sino porque dos personas se dan radical e irreversiblemente la una a la otra. Se convierten en una sola carne. La fertilidad de su amor crea nueva vida y por lo tanto hace que el futuro sea posible.

No hay nada puritano en la actitud católica hacia el sexo; en el matrimonio, es el sello íntimo de alegría y unidad de la pareja. Pero para el cristiano, el sexo nunca puede ser simplemente un detalle biológico. Nuestra sexualidad tiene un propósito. En la medida en que conformamos nuestras vidas a ese propósito, profundizamos nuestra experiencia del amor de Dios mismo y enriquecemos nuestra propia nobleza como seres humanos.

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Reservando un domingo y una semana en un año para celebrar el matrimonio apenas puede arañar la superficie de la enorme tarea que enfrentamos en la renovación de la dignidad del matrimonio en nuestro país. Pero es un buen momento para comenzar, o empezar de nuevo, en esa labor; y para recordar que los matrimonios saludables son la única garantía fiable de un futuro digno de una cultura.

La ironía que he mencionado al principio de esta columna es ésta. El 08 de febrero es también el National Day of Prayer for Survivors and Victims of Human Trafficking (Día de oración por las sobrevivientes y víctimas de la trata de personas). Al igual que el matrimonio que en su mejor momento atestigua la nobleza y la belleza de nuestra sexualidad, la trata de personas humilla y degrada. En Evangelium Gaudium, el papa Francisco ataca la barbarie de la trata de personas: «En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda» (211).

Como escribí hace más de un año, la esclavitud en todo el mundo terminó oficialmente hace más de un siglo. Extraoficialmente, se trata de una industria en crecimiento. Cientos de miles de mujeres y niños -algunas estimaciones sitúan el número tan alto como 1,2 millones- son traficados cada año. Muchos vienen de países pobres y terminan en la prostitución en el mundo desarrollado; otros se ven obligados a trabajar por poco o ningún dinero en hoteles, talleres clandestinos, salones de masaje y en la agricultura; algunos son simplemente secuestrados; algunos son fugitivos sin hogar.

Para muchos otros, anillos de reclutamiento criminales bien organizados prometen a los jóvenes en el mundo en desarrollo una oportunidad para el matrimonio, un buen empleo o una vida mejor en Europa y Estados Unidos. Luego descomponen la dignidad de sus víctimas con violaciones, chantajes y palizas, y las usan como objetos para el trabajo y el sexo hasta que su salud colapsa.

Todo esto suena vicioso, y por supuesto que lo es; una palabra como «vicioso» francamente subestima el amargo sufrimiento implicado. La Santa Sede, las comunidades religiosas y muchas otras personas de buena voluntad han trabajado para dar a conocer la plaga de la trata de personas durante años y movilizar la acción del gobierno en contra de ella. La razón es obvia.

Si cada ser humano está hecho a imagen de Dios y amada infinitamente por su Creador, entonces la trata de personas es una especie de blasfemia, un sacrilegio; un crimen contra Dios mismo y una desfiguración brutal de la dignidad humana. El mismo respeto por la vida humana que impulsa a los cristianos a hablar a favor de los pobres, los discapacitados, los inmigrantes y el niño sin nacer debe llevarnos a trabajar en contra de la trata de personas y ayudar a sus víctimas.

Lo que tenemos que entender es que la trata de personas no es algo que sólo ocurre «allá afuera» en algún país extranjero lejano. Muchos miles de mujeres y niños son víctimas de la trata aquí, en Estados Unidos, cada año. Eso incluye a Filadelfia, nuestra casa; nuestro propio patio. Y espero que en el próximo año, más y más de nuestra gente en la comunidad católica tomen conciencia de la trata de personas y que participen para dar fin a este tipo de desprecio por la dignidad humana.

Dios creó a los hombres y mujeres para ser sus hijos e hijas –hijos e hijas que él ama, no meros animales; y mucho más que propiedad, o basura, o simples enseres.

La lección de esta semana es la siguiente: El 8 de febrero y todos los días en el futuro, tenemos que recordar vivir nuestra sexualidad con la dignidad y el propósito que Dios quería, y luchar por la misma dignidad en la vida de otros.

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Recursos para National Marriage Week se pueden encontrar en www.usccb.org/issues-and-action/marriage-and-family-week-2015.cfm. Materiales útiles incluyen también For Your Marriage, Por Tu Matrimonio y Marriage: Unique for a Reason. También es muy recomendable la catequesis preparatoria para el Encuentro Mundial de las Familias 2015, EL AMOR ES NUESTRA MISIÓN: La Familia plenamente viva, disponible en varios idiomas en Our Sunday Visitor.

En los esfuerzos contra la trata de personas, un recurso clave es el sitio web antitráfico de Pensilvania, www.patcoalition.org. Otro es Hugh Organ, director ejecutivo asociado de Covenant House Pennsylvania, en el 215.951.5411, x2118. Covenant House es miembro de la Philadelphia Anti-Trafficking Coalition. Hugh Organ también se puede contactar por correo ordinario en: Covenant House Pennsylvania, 31 East Armat Street, Philadelphia, PA 19144; o por correo electrónico en horgan@covenanthousepa.org. O contacte el National Human Trafficking Resource Center directamente en el 1.888.3737.888.