Hosffman Ospino

Hosffman Ospino

Durante los 40 días de la Cuaresma, los católicos nos preparamos espiritual y litúrgicamente para celebrar la Pascua. Sí, valió la pena. ¡El Señor ha resucitado! Gracias a esos días cuaresmales, estamos mejor dispuestos a celebrar la belleza y la esperanza de la resurrección.

Es posible que al pasar de la Cuaresma a la Pascua tengamos la tentación de pensar que algunas cosas han quedado atrás y ahora tenemos que asumir otras. Hemos pasado de los cantos litúrgicos más sobrios a unos más festivos. El color morado le da paso al color blanco y los muchos colores de las flores que adornan nuestras iglesias.

Uno de los riesgos de hacer esto de manera automática es asumir que hay que dejar algo atrás. Otra es caer en la trampa de fragmentar nuestra vida espiritual como si los símbolos religiosos que dan vida a nuestra fe tuvieran una fecha de expiración.

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Al entrar de lleno en la época de la Pascua, pareciera como si la cruz y lo que ocurrió en ella ahora juegan un papel secundario con relación al poder de la resurrección. Si Cristo ha resucitado, ¿para qué ponerle atención a la cruz? ¿Por qué habríamos de preocuparnos por el sufrimiento y la muerte?

Resulta que la Pascua es un tiempo más que apropiado para reflexionar también sobre la cruz, o más exactamente la cruz vacía.

Muchos autores cristianos y teólogos han escrito un sinnúmero de páginas reflexionando sobre el sentido de la cruz. He tenido la oportunidad de leer a algunos de ellos sobre este tema, incluyendo a San Agustín, Martín Lutero, Santa Teresa de Ávila y al papa Benedicto XVI, entre otros.

Pero entre mis teólogos favoritos reflexionando sobre la cruz están los católicos hispanos e hispanas con quienes celebro mi fe regularmente. Ellos hacen la mejor teología al cargar una cruz grande de madera por una hora mientras caminan con devoción profunda haciendo el viacrucis.

Ellos hacen sus mejores reflexiones teológicas en el momento de planear, ensayar y llevar a cabo la dramatización de la pasión del Señor el Viernes Santo. Me encuentro con una teología sin palabras cuando veo cruces en sus hogares, en sus autos e incluso como objetos de uso personal. Con frecuencia la cruz es un símbolo memorial.

Por medio de estas prácticas, estos teólogos de lo cotidiano, como les llamo, me han enseñado algunas cosas sobre la cruz que pueden enriquecer nuestro caminar espiritual durante esta época pascual.

El cargar la cruz es un compromiso constante en la vida del discípulo cristiano. Ya sea durante la Cuaresma o la Pascua, a tiempo o a destiempo, cargar la cruz no es necesariamente una opción sino una manera de vivir.

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La resurrección es lo que sigue a la cruz y lo que ocurrió allí. Esto no implica necesariamente una relación de causa y efecto entre estas dos realidades. Tampoco es una negación de que Dios pudo haber hecho las cosas de una manera distinta. Simplemente es el reconocimiento de que el sufrimiento y la muerte son parte de nuestras existencias finitas.

Aun así, Dios ha prometido que todos resucitaremos a una vida nueva con Jesucristo, una vida que comienza aquí y ahora.

La cruz es un símbolo admirablemente ambiguo. Cuando lo hacemos nuestro como símbolo de vida, no deja de recordarnos que fue un instrumento de muerte. Cuando reflexionamos sobre ella conscientes del sufrimiento y la muerte injusta de Jesús, inmediatamente nos ofrece la esperanza de la resurrección, la acción más decisiva de Dios en la historia de la salvación.

En la Pascua estamos invitados a contemplar el símbolo de la cruz y su ambigüedad como parte de una experiencia espiritual y teológica continua. No hay que dejar la cruz atrás para asumir algo nuevo. Todo es parte de un solo misterio.

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Hosffman Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College. Es miembro del equipo de liderazgo del Quinto Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina.