Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

El 21 de junio marca el comienzo de la «Quincena por la libertad» de los obispos de los Estados Unidos que continúa hasta el día de la Independencia el 4 de julio. La quincena busca resaltar la «primera libertad» de Estados Unidos;  también busca alentar a los católicos a trabajar por la libertad religiosa, tanto aquí como en el extranjero.

El tema de este año es «libertad para la misión»; la razón debe ser obvia. Los grupos activistas y funcionarios públicos cada vez más tratan de obligar a los hospitales relacionados con la Iglesia y los ministerios sociales a violar su identidad católica. Las creencias católicas sobre el matrimonio, la familia y la santidad de la vida son el blanco en una guerra en curso de la cultura contra las verdades bíblicas de la sexualidad humana, naturaleza y propósito.

La Iglesia no quiso esta guerra y no la eligió; pero en buena conciencia no puede evitarla. El acoso del gobierno de Obama hacia las Hermanitas de los Pobres (Little Sisters of the Government en un famoso editorial sarcástico del Wall Street Journal) fue sólo uno de muchos ejemplos recientes.

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Éste es un momento en la historia de nuestra nación cuando ideas como «la opción de Benito», es decir, retirarse de una cultura secular hostil para proteger a nuestras familias y la fe, puede parecer atractiva. Y separarnos -en nuestros pensamientos, elecciones y comportamientos- del vacío y el ruido de la vida moderna del consumidor, de hecho, tiene mucho sentido

Surge la pregunta: ¿Puede coexistir la piedad de una auténtica vida cristiana y el patriotismo de un Estado secular en un tiempo tan conflictivo?

Las Escrituras nos dicen que debemos respetar y orar por nuestros líderes cívicos, incluso cuando no nos gustan; incluso cuando nos persiguen. Jesús mismo dijo que César tiene un ámbito de autoridad legítima. Ese ámbito tiene un alcance limitado, pero tenemos el deber de obedecer a la autoridad civil siempre y cuando no exija una especie de idolatría práctica. Los cristianos fueron martirizados no porque odiaran el poder romano, sino por no quemar incienso al «genio» o espíritu sagrado del emperador, es decir, por no tratarlo como divino.

Es cierto que en los primeros tres siglos después de Jesús, los eruditos de la Iglesia primitiva como Tertuliano, Hipólito y Tatiano rechazaron todo servicio militar e incluso civil para los creyentes. Pero eso cambió a medida que el imperio se hizo cristiano gradualmente, y cambió radicalmente después de que el emperador Constantino se convirtiera del paganismo. A partir de finales del siglo IV, la enseñanza de la «guerra justa» de san Agustín sobre el uso legítimo de la fuerza en situaciones relacionadas con la autodefensa llegó a dominar el pensamiento cristiano.

Agustín también enseñó que el compromiso político cristiano y el servicio público pueden ser moralmente dignos, siempre y cuando nuestras expectativas de rehacer la realidad sean modestas. Todas las estructuras humanas están defectuosas por el pecado. La Ciudad del hombre nunca puede ser La Ciudad de Dios.

Y esa es una sabiduría que debemos recordar. El cristianismo no es finalmente acerca de nuestro lugar en este mundo; es acerca de nuestro lugar en el siguiente. Tenemos el deber de hacer que el mundo material, y especialmente las personas que nos rodean, sean mejores por nuestro paso. No podemos ni debemos tratar de escapar de los desafíos y responsabilidades del lugar donde Dios nos planta. Necesitamos ser una levadura para el bien, aquí y ahora. Pero nuestra verdadera ciudadanía, nuestro verdadero objetivo, es el cielo; nosotros pertenecemos primero al cielo.

Así que vale la pena desempaquetar esas dos palabras, patriotismo y piedad.

La palabra «patriotismo» proviene del latín pater (padre) y patria (patria, suelo nativo). Como con cualquier padre humano, el estado-nación no es una pequeña deidad; nunca puede requerir nuestra adoración; nunca puede exigir que violemos nuestra identidad y creencias religiosas. Pero bien entendido, el patriotismo es una virtud y una forma de amor filial. Somos hijos e hijas de la tierra de nuestro nacimiento. Es natural y profundamente humano amar nuestra casa y ser fieles a las mejores cualidades en nuestra tierra natal.

La palabra «piedad» proviene del latín pietas, que significa humildad y devoción a los dioses. Pietas era la virtud romana más alta y una fuerza poderosa en la configuración del principio de la vida romana. No es casualidad que el antiguo poeta de Roma, Virgilio, en su obra épica La Eneida, describiera a Eneas, el legendario fundador de Roma, como piadoso Eneas en repetidas ocasiones.

Eneas y su piedad son adecuados por esta razón. Uno de los grandes estudiosos del siglo pasado, el historiador católico británico Christopher Dawson, demostró que todas las grandes civilizaciones humanas han comenzado desde alguna forma de fundación religiosa. Y a medida que la esencia de esa fundación se pierde, la enfermedad del alma aparece.

Los humanos son adictos al significado; también somos ineludiblemente mortales, lo que significa que instintivamente buscamos un propósito fuera y mayor que nosotros mismos. La «cuestión de Dios» importa porque Dios nos creó. Así, en nuestro propio país, desde el principio, el lenguaje bíblico, la creencia y el pensamiento han proporcionado nuestro sentido moral. Cuanto más descartamos estas cosas preciadas, más ajenos llegamos a ser a nosotros mismos y a la nación que estábamos destinados a ser.

Este año y cada año, el testimonio más fértil que podemos ofrecer como ciudadanos es hablar, y actuar y organizar nuestras vidas alrededor de las palabras Jesucristo es Señor. Defender nuestra libertad para hacer eso es por qué la «quincena por la libertad» importa.

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Los lectores pueden aprender más sobre la Quincena por la libertad.