Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

Este ejemplar de la columna del Arzobispo Chaput presenta el texto completo de sus comentarios de la ceremonia, para conferir honores papales a 28 personas, que tuvo lugar después de las Vísperas en la Catedral Basílica de los Santos Pedro y Pablo el domingo 21 de enero.

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Mucha gente en Filadelfia se está reuniendo en nuestro estadio de fútbol esta tarde. Creen que lo que está sucediendo allá es más importante que lo que está sucediendo aquí; pero nosotros sabemos mejor. Sabemos que lo que está sucediendo aquí —una celebración de la bondad de Dios mostrada en las vidas de nuestros hermanos y hermanas— es más importante que cualquier juego de fútbol. Así que si no obtuvieron una entrada para el juego y están con nosotros aquí hoy, ustedes tienen la mejor parte.

Me gustaría dar la bienvenida de una manera muy especial a los que están siendo honrados y a sus familias; es maravilloso verlos a todos aquí. Algunos de ustedes no son miembros de nuestra comunidad católica, y estamos muy, muy felices de tenerlos con nosotros hoy, porque cuando honramos la bondad de Dios en la vida de otros, eso es algo que podemos celebrar juntos sin importar que seamos católicos, o cristianos, o judíos, o cualquiera de buena voluntad.

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La lectura de las Escrituras para las Vísperas en el tercer domingo del Tiempo Ordinario, lo que es nuestra celebración de hoy, es muy breve; es de la Primera Carta de San Pedro. Me gustaría repetir una pequeña porción de esa lectura para enfocar nuestra atención en la Palabra de Dios.

Esto es lo que Pedro le dijo a la Iglesia hace mucho tiempo atrás:

«Bendito sea el Dios y Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por su gran misericordia, él nos ha dado una vida nueva y una esperanza viva».

Creemos que Dios nos da oportunidades con frecuencia, cada día en realidad, para nacer de nuevo, para comenzar de nuevo, para volver a ser hechos por su gracia en la nueva creación que Dios ha planeado para nuestro mundo. Creemos que Dios nos llama y tiene un plan para nosotros; que no definimos nosotros; pero que en todos los sentidos hemos sido definidos y llamados por Dios.

Vivimos en una cultura de autodefinición. Ésa es una característica fundamental de nuestro tiempo. La gente piensa que son autofabricados. Ustedes han oído de los que se han hecho por ellos mismos; pero realmente no hay tal cosa. Creemos que, como estadounidenses, somos de alguna manera autónomos, lo que significa que nos gobernamos a nosotros mismos; somos autogobernados. Pensamos «yo soy mi posesión personal».

Cuando yo celebro el Sacramento de la Confirmación, lo cual hago con bastante frecuencia, les pregunto a los jóvenes, a los confirmandos que están reunidos, ¿a quiénes pertenecen? Les pregunto: «¿Pertenecen a sus padres?». Van al sexto grado, por lo que debaten un poco, pero al final dicen que no, que no son propiedad de sus padres. Luego les pregunto: «Cuando se casen, ¿serán propiedad de sus esposos?» Y, por supuesto, las jóvenes inmediatamente dicen  «¡No! ¡No, en absoluto!». Y los chicos siguen el mismo camino.

Pero cuando les pregunto: «¿Te perteneces a ti mismo?», todos dicen  «¡Sí!» —porque están infectados con esta ilusión de autodefinición. La gente de hoy piensa que son capitanes de sus propios destinos, dueños de sus propias almas. Ellos piensan que son los únicos autores de la historia de sus vidas. Han escuchado a Frank Sinatra cantar A mi manera. Pero ser cristiano es ver las cosas de otra manera: entender que todos somos llamados y definidos por nuestro creador, por Dios.

Nuestros antepasados en la fe judíos lo sabían de manera muy clara. En el Salmo 100: 3 escuchamos estas palabras:

«Sepan que el Señor es Dios, él nos hizo y nosotros somos suyo, su pueblo y el rebaño de su pradera».             

En el Evangelio de San Juan capítulo 15:16, Jesús dijo esto,

«Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes, y los preparé para que vayan y den frutos».

Hoy, celebramos el hecho de que algunos de nuestros hermanos y hermanas han sido reconocidos por el papa Francisco por responder a esa gracia que viene con el llamado de Dios. Representan a cientos de miles de personas en la Arquidiócesis de Filadelfia y en la Iglesia de todo el país. Ellos no son los únicos que merecen este elogio, pero son los que el Papa reconoce con razón hoy en día.

Cuando se presenten, notarán que representan el espectro de personas en nuestra Iglesia, personas de diferentes comunidades, personas de diferentes orígenes étnicos, personas que han contribuido con muchos tipos de logros.

Al celebrar su singularidad, también celebramos el hecho de que son parte de nuestra comunidad como nuestros hermanos y hermanas, y estamos agradecidos con Dios por ellos porque a través de sus vidas, ellos nos enseñan cómo ser buenos y cómo ser generosos.

Ahora, queridos homenajeados:

La gente probablemente piense que los estamos honrando por lo que han hecho. En cierto sentido, eso es probablemente verdadero: no hubieran sido notados si no hubieran hecho algo significativo e importante. Pero lo que realmente honramos es quiénes son, no lo que han hecho; en otras palabras, cuán buenos han llegado a ser. Lo que hacemos fluye de lo que somos.

Lo que agrada a Dios es quiénes somos más que lo que hacemos. Dios los ha llamado, y ustedes han respondido.

Al acercarse hoy a aceptar su premio del papa Francisco, comprendan que siguen los pasos de una larga historia de personas que han amado a Dios con todo su corazón y le han servido generosamente. Así que reciban el premio con humildad y alegría, porque a través de ustedes, celebramos la bondad de Dios, que ha logrado mucho en ustedes.

Que Dios sea alabado en lo que hacemos hoy. Lo pedimos en el nombre de Jesús.

Amén.