Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

Queridos amigos:

Este fin de semana observamos el Primer Domingo de Adviento, que marca el inicio de un nuevo año de Iglesia. He escrito y hablado sobre el significado de Adviento muchas vece; pero este año una elocuente voz laica parece más apropiada para llenar el espacio de mi columna. George Weigel es el  biógrafo de san Juan Pablo II y distinguido miembro del Washington, D.C.’s Ethics and Public Policy Center, donde ocupa la cátedra E. William Simon en estudios católicos. Mi agradecimiento al autor y a Denver Catholic Register por dar permiso de reimprimir los pensamientos del señor Weigel a continuación.

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 “Father, We Thank Thee, Who Hast Planted” (Padre, te damos gracias, que has plantado), ha sido uno de mis himnos favoritos. Su melodía, tomada del Genevan Psalter del siglo XVI, es eminentemente cantable. El texto del himno, cuando no corrompido por ese sinvergüenza políticamente correcto, “alt.” — es aún mejor. Porque la letra de la canción de Francis Bland Tucker pone las congregaciones del siglo veinte en contacto con la segunda generación de cristianos, y tal vez también con la primera, combinando varias frases de un libro antiguo de oración cristiana y catecismo, la Didaché.

Los académicos continúan debatiendo si la Didaché, conocida más formalmente como La Enseñanza de los doce apóstoles, nos viene del primer o segundo siglo cristiano, pero el peso de la opinión académica favorece ahora al primero. Así, la Enseñanza (“Didache” en griego) nos une a lo que el erudito bíblico Raymond Brown ha llamado “Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron”: los cristianos que fueron enseñados por aquellos que fueron enseñados por el mismo Señor. Cantando Iglesia Father, We Thank Thee, Who Hast Planted (Padre, te damos gracias, que has plantado), estamos orando como oraron los cristianos de segunda generación, formados por aquellos que habían conocido al Señor Jesús y fueron testigos de su resurrección.

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Esto debe ser un consuelo y un reto según la Iglesia se prepara para comenzar un nuevo año litúrgico en esta temporada de aflicción e ira. ¿Por qué? Porque la Plegaria Eucarística primitiva encontrada en la Didaché y el himno que el padre Tucker escribió de ella, nos recuerdan que la Iglesia es siempre en  necesidad de purificación: “Cuida a tu Iglesia, oh Señor, en misericordia, / Sálvala del mal, guárdala todavía. / Perfecciónala en tu amor, únela / Límpiala y confórmala a tu voluntad.”

Que la Iglesia necesita limpieza al comenzar el Adviento 2018, no hay duda. Y esa limpieza  necesariamente involucrará a todos en la Iglesia. Todos nosotros somos llamados a vivir la castidad como la integridad del amor. Todos nosotros estamos llamados a apoyarnos mutuamente en el cumplimiento de ese reto permanente — por la oración, consejo, ejemplo y corrección fraterna cuando sea necesario. Nadie debe dudar que, en este asunto de la integridad del amor, vivir “limpio y conformado” a la voluntad divinidad puede ser difícil, especialmente en las circunstancias culturales de hoy. Es razón de más para que se intensifique la oración y penitencia en Adviento y durante todo el año de Iglesia, pidiéndole al Señor que cuide de su Iglesia en misericordia, salvándola del mal y guardándola del Maligno.

Debe evitarse usar fácilmente a “Satanás” como la explicación de una crisis de la Iglesia o de un desastre histórico; hacer caso omiso de Satanás es igual de peligroso, sin embargo. Y el Maligno es seguramente un factor en la siembra de la maldad contra la cual la Iglesia católica está luchando hoy. La depredación sexual tiene tantas Iglesia causas como hay depredadores sexuales, pero cada acto de abuso sexual es una manifestación del mal y de una victoria para el Maligno. Hechos delictivos entre los obispos — ya estén basados en cobardía, una falsa noción de los imperativos de mantenimiento institucional, o la corrupción personal — no es sólo una cuestión de errores gerenciales; los fracasos de los pastores toca el mysterium iniquitatis, “el misterio del mal,” y eso debe ser reconocido en todos los niveles de vida de la Iglesia. La gente que escribió la Didaché sabía eso, al parecer; así debemos nosotros de saberlo.

Al final de un año litúrgico y el comienzo de un nuevo año de gracia, la Iglesia lee de la literatura apocalíptica del Antiguo y Nuevo Testamento. Si el vidente es Daniel en Babilonia o Juan en Patmos, el mensaje es similar: no huir de las situaciones difíciles, incluso terribles, situaciones, sino vivir responsable incluso cuando las cosas parecen derrumbarse — tal vez especialmente en esos momentos en que los cimientos parecen desmoronarse. Aquí, también, hay una lección para esta temporada, en la que muchos católicos están diciendo: “tengo que hacer algo.”

Eso es cierto; todos tenemos. Todos debemos intensificar la oración y la penitencia; todos deberíamos invitar a la iglesia a los que se han dejado por aburrimiento, enojo, confusión o disgusto; todos debemos apoyar los buenos sacerdotes y obispos que conocemos, y firmemente debemos llamar a los clérigos descarriados a un cambio de corazón y un cambio de vida. Luce como si Jesús está durmiendo en el barco sacudido por la tormenta, y nosotros deberíamos pedirle ayuda. Pero también él espera que hagamos algo, y “algo” siempre estará al alcance de la mano.