A girl crosses her arms after receiving a blessing during Communion at an outdoor Mass Sept. 26, 2019, in Hatch, N.M., which was part of a pastoral encounter by U.S. bishops with migrants at the border. The Sept. 23-27 pastoral visit, sponsored by various offices of the U.S. Conference of Catholic Bishops and other national organizations, aimed to highlight the church's ministry to migrants, the border conditions and immigration laws affecting them, and their material and spiritual needs. (CNS photo/Tyler Orsburn)

Una niña cruza los brazos después de la Comunión en una Misa al aire libre, el 26 de septiembre, 2019 en Hatch, New Mexico. La Misa fue parte de un encuentro pastoral de obispos estadounidenses con migrantes en la frontera. La visita pastoral, del 23 al 27 de septiembre, tuvo como objetivo acompañar a los migrantes. (CNS photo/Tyler Orsburn)

EL PASO, Texas (CNS) — Anticipándose al Día Mundial de los Migrantes y Refugiados 2019, un grupo de obispos, religiosas, ministros laicos y otras personas preocupadas por el sufrimiento de los inmigrantes, han pasado los días previos a la conmemoración del 29 de septiembre escuchando historias de esperanza, sueños destrozados, fortaleza e incertidumbre que abundan entre los migrantes en la región fronteriza.

La batalla diaria aquí no implica discordia entre las ciudades vecinas de El Paso y Ciudad Juárez del lado de México, sino mantenerse al día con las políticas, órdenes y regulaciones dirigidas desde Washington que causan caos entre ellas.

Anna Gallagher, directora ejecutiva de la Red Católica Legal de Inmigración, conocida como CLINIC, admitió ante el grupo el 25 de septiembre que incluso ella tuvo dificultades para averiguar lo que exactamente estaba ocurriendo en la frontera.

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“¡Lo que he visto y escuchado en estos últimos dos días en Juárez…! He sido abogada durante 30 años y a diario estoy desconcertada en lo que se refiere a comprender los cambios en las políticas y averiguar a qué comunidades se puede ayudar –dijo.

Lo último que ha ocurrido es la reciente llegada de 1.750 ciudadanos mexicanos a la frontera entre México-EE.UU. pidiendo asilo en Estados Unidos, luego de que una escalada de violencia los impulsara hacia el norte. La ola de violencia ocurrió incluso cuando México, bajo presión del gobierno de Trump, se autodeclaró como “tercer país seguro”, donde los inmigrantes centroamericanos pueden solicitar asilo en vez de dirigirse a EE.UU.

Es difícil saber qué se puede hacer porque, bajo la administración de Trump, el asilo en los EE.UU., para cualquiera, parece que se ha terminado.

“Esta administración realmente ha detenido el proceso de asilo”, dijo Gallagher.

Y existe la sospecha y el miedo en los círculos pro-inmigración de que este sea solamente uno de los varios programas que ayudan a los inmigrantes a ingresar a EE.UU. que pronto dejarán de existir.

“Estamos muy preocupados por los refugiados que están estancados en Ciudad Juárez”, dijo el obispo de El Paso Mark J. Seitz durante una conferencia de prensa el 25 de septiembre en las afueras del Centro de Trabajadores Agrícolas de la Frontera en El Paso.

El prelado estaba acompañado por el obispo Óscar Cantú de San José, California; el obispo Peter Baldacchino de Las Cruces, Nuevo México; el obispo Brendan J. Cahill de la Diócesis de Victoria, Texas; el obispo John E. Stowe de la Diócesis de Lexington, Kentucky; y el padre Robert Stark, coordinador regional de la Sección de Migrantes y Refugiados del Vaticano.

La mayoría han viajado juntos esta semana para visitar a varios grupos de inmigrantes: aquellos en México a los que no se les permite solicitar asilo en EE.UU; jóvenes inmigrantes con familias en ambos países y refugiados en su camino de regreso a sus países de origen luego de perder la esperanza de que sean escuchados sus relatos sobre el miedo sufrido.

El obispo Cantú dijo durante la conferencia de prensa, explicando algunas de las experiencias de la visita, que era devastador ver destruidos los sueños de los inmigrantes, “sueños que mis propios padres tuvieron cuando migraron de México a Estados Unidos hace como 60 años”.

“Sabemos que ellos vienen, no para tomar ventaja de este maravilloso y generoso país, sino más bien para tener una oportunidad de trabajar y mantener a sus familias de modo digno y seguro”, dijo. “Continuamos, como iglesia, abogando ante nuestros funcionarios electos… por una reforma integral de inmigración… No parece políticamente posible en este momento, pero seguiremos abogando por ello. Es lo que se debe hacer para defender la unidad familiar y la dignidad humana”.

Enfrentando la realidad de que poco puede hacerse ante una administración que busca excluir a los inmigrantes, los obispos también buscan brindarles a los inmigrantes vulnerables lo único de lo que disponen, es decir, entregarse ellos mismos.

Escucharon sus preocupaciones, rezaron con ellos, los bendijeron y les aseguraron que Dios y la Iglesia Católica, en EE.UU. y en otros lugares, seguirá apoyándolos.

Y eso parecía ser suficiente para algunos de los que están enfrentando cada día un drama en desarrollo.

“No queremos que ustedes nos salven. Nosotros podemos salvarnos solos”, les dijo Carlos Marentes, un sindicalista que aboga por los trabajadores agrícolas, a los obispos y a aquellos que les acompañaban, luego de comer junto con trabajadores agrícolas el 25 de septiembre. “Recen por nosotros. Continuaremos luchando, pero tenemos la esperanza de que un día las cosas van a cambiar”.

Durante su homilía en la misa que se celebró en el centro de agricultores, el obispo Cahill de Victoria les garantizó a los presentes que representantes de la Iglesia Católica de todo el país habían viajado a la región solo para estar con ellos, “desde el estado de Washington y desde Washington, D.C.”

Les contó de una mujer nicaragüense que había conocido en una parroquia durante la visita, la cual compartió su historia de inmigración –que aún sigue en curso porque aún no se le ha permitido entrar a los EE.UU. con sus dos hijos, luego de recibir amenazas por su oposición al gobierno.

La inmigrante quería ingresar a Estados Unidos, pero se le negó la oportunidad y, al contrario, se quedó sola, sin dinero y sin un lugar a donde ir en Ciudad Juárez hasta que miembros de la Iglesia Católica intervinieron para asistirla. Ella comparte una vivienda con otras mujeres inmigrantes y juntas se dan fuerzas unas a otras.

Contó que aunque la travesía había sido la más difícil, se le aparecieron “ángeles” a lo largo del camino para ayudarla –dijo el obispo Cahill en la reunión.

Aquellos que describió como “ángeles” –según el prelado– serían mejor descritos como “misioneros o discípulos, gente con Jesucristo en su corazón… gente que tenía el coraje para ayudar a los más necesitados”. Pero la mujer nicaragüense, además, era una misionera y una discípula porque había proclamado “la Buena Nueva”.

“Cada historia es una historia sagrada”, dijo el obispo Cahill. “Y cada historia, si la escuchamos, revela el poder de Jesucristo y el poder del Espíritu Santo”.

Cuando la Iglesia Católica se aproxima al Día Mundial de los Migrantes y Refugiados, los testimonios escuchados a lo largo de la frontera, nos ayudan a recalcar que “los inmigrantes y refugiados son un regalo y un encuentro con Dios”, dijo el padre Stark del Vaticano el 25 de septiembre en una entrevista con Catholic News Service (CNS).

A través de los inmigrantes y los refugiados y sus historias, “Dios está brindándonos esta oportunidad de profundizar nuestra relación con él y los inmigrantes y refugiados son parte fundamental de ello”, dijo el padre Stark.

Aquellos que ayudan a los inmigrantes y refugiados, ellos hablan sobre cómo su trabajo cambia su vida”, dijo el padre Stark.

“Somos una iglesia en marcha y esa iglesia en movimiento se está llenando de energía y fortaleza al acompañar e integrar a los refugiados en ella”, dijo.

Al mismo tiempo, esos refugiados ayudan a otros, sirven a otros y se convierten en cuidadores, también, dijo el padre Stark.

“Todos nosotros nos asistimos unos a otros. Todos estamos heridos. Todos somos vulnerables. Somos ese hospital de campaña del cual el papa Francisco nos habla, donde todos están heridos y todos son llamados a ser sanadores”, agregó. “Al compartir esa vulnerabilidad, nos nutrimos… encontramos a Dios. Él nos ofrece este encuentro especial que nos pone en marcha, que nos hace crecer y ahí encontramos esperanza”.