Homilia del Cardenal Justin Rigali

Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe
Iglesia Santo Tomás de Aquino, Filadelfia
12 de diciembre del 2008

Muy Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

¡Qué gusto me da hoy estar aquí con ustedes celebrando esta gran fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe! Como ustedes han escuchado en la oración colecta de esta santa Misa, rezamos que «bajo la protección especial de la siempre Virgen María de Guadalupe», podamos «profundizar en nuestra fe». Justamente, como buenos católicos, podemos profundizar en nuestra fe durante la celebración de la Eucaristía que nos alimenta con la palabra viva de Dios y con su cuerpo y su sangre en la Sagrada Comunión.

En la primera lectura de hoy del Eclesiástico el autor nos habla de la sabiduría spanina, especialmente en este capítulo 24 del que se suele tomar la primera lectura de esta fiesta de María de Guadalupe. Esta lectura nos presenta la figura de la sabiduría como “la madre del amor, del conocimiento, y de la santa esperanza,” palabras para describir a Dios pero que se pueden prestar también para describir a la Virgencita de Guadalupe. Siendo María la Madre de Dios, en realidad es la Madre de Sabiduría, algo muy necesario para que profundicemos en nuestra fe.

Es notable también, que san Pablo en la segunda lectura tomada de su carta a los Gálatas alude a Mar ía: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley…».

Estas palabras, mis queridos hermanos y hermanas, son la expresión más clara del camino que el Padre Dios, en un gesto inefable de su amor por nosotros, quiso usar a favor nuestro para hacer que la historia humana fuera el lugar desde el cual se realiza la salvaci ón. Con la encarnación, Dios, el eterno, se hizo historia asumiendo todo lo que en ella acontece como lugar, ocasión y causa de salvación. Desde entonces, la historia de la humanidad entera y la de cada uno de nosotros, han quedado vinculadas al plan de Dios trazado desde antiguo para nuestra salvación. Pero el Hijo de Dios irrumpió en la historia humana por medio de una mujer que, según los evangelios, se llamaba María. Por tanto, también desde entonces, nuestra señora, y por voluntad spanina, la Madre de Dios, por quien se vive, está íntima y misteriosamente unida a la aventura de todo creyente.

Al invocar a santa María de Guadalupe como Madre de América pongamos bajo su protección el destino de este Continente nuevo bastión de la cristiandad, rico por su fecunda historia de fe. Desde este Continente de la esperanza debemos impulsar una nueva evangelización que responda con valentía, vigoroso y permanente empeño a los desafíos del mundo actual.

¡Cristo ha resucitado!, ya quién llora le consuela, a quien está desanimado rellena de aliento, a quién está caído le llama a levantarse, a quien lucha por la paz y la justicia le anima a perseverar hasta que se instaure el reino, a quién desea servir le llama a no tener miedo, a quién está dispuesto a darlo todo por amor al Reino y a los hermanos le ofrece su amistad y cariño.

Cristo ha resucitado y nos envía al mundo a proclamar este alegre mensaje, la muerte no es la última palabra sobre el hombre y la mujer. Para el creyente hay un horizonte que se abre más allá de la muerte hasta la vida eterna.

En una homilía que pronunció el 11 de agosto de este año, nuestro Papa, Benedicto XVI comentó sobre el significado de los primeros versos del Magnificat que hemos escuchado en el Evangelio según san Lucas hoy. Dijo el Papa: “Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comienza con la palabra Magníficat: mi alma «glorifica» al Señor, es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté presente en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un ‘competidor’ en nuestra vida, de que con su grandeza pueda quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grandes. No oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande: precisamente entonces se hace grande con el esplendor de Dios.

El Papa continúa su reflexión sobre el Magnificat diciendo lo que creo merece la pena repetir hoy: «El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros seremos spaninos: tendremos todo el esplendor de la dignidad spanina. Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada. En la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté presente en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente tenemos una orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad común. Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico.»

Muy queridos hermanos y hermanas, María nos pide que amemos a Dios con obras, que recemos el Rosario y que nuestra labor no sea sólo sentimental, cumpliendo lo que ella nos dijo: «hagan lo que él les diga». Ese es el milagro de Guadalupe, esa es la esencia de lo que fue el inicio de la evangelización en el continente. La Virgen de Guadalupe es la madre del amor hermoso, ella escucha nuestras penas y tribulaciones, y siempre será la Reina de la Paz.