Por Hermana Eileen Marnien, S.S.J.
Redacción del CS&T

El primero de mayo es la fiesta de San José Obrero. Como una hermana de San José, yo abrazo esta fiesta y todo lo que simboliza – san José, esposo, padre, proveedor, protector, miembro de una comunidad, un barrio, un pueblo.

Que fácil es reflexionar sobre las imágenes de José en el trabajo, en el taller de carpintería de Nazaret, con Jesús a su lado muy a menudo. Estoy en casa con esta imagen; me da consuelo, pero me llama a más. Tras reflexionar me doy cuenta de que José era también un refugiado, obligado a abandonar su patria a causa de las leyes injustas y las estructuras del gobierno.

José fue visitado en dos ocasiones por un ángel que prometía paz, seguridad y una vida más abundante. El respondió dos veces a estos sueños; una vez para proteger a su esposa embarazada y otra vez para proteger a su familia. El viaje a Belén y la huida a Egipto son conocidos para todos nosotros. Tan conocido, de hecho, que creo que damos por sentado estas historias. Nosotros fácilmente olvidamos que José debe haber estado lleno de miedo y oprimido con la responsabilidad de proteger a su familia.

Cada estancia exigía confianza, valentía, esperanza y una inmensa fe. Cada viaje puso a José y a su sagrada familia a spanagar en busca de seguridad, a depender de la bondad de los extraños, y a luchar para adaptarse a otra cultura.

Esta imagen de José, el refugiado, es más familiar de lo que yo creo. Yo vivo y trabajo en el Centro de Bienvenida Hermanas San José, en el área de Kensington de Filadelfia, donde atendemos a la comunidad inmigrante. Es una dicha y un privilegio caminar diariamente con nuestros nuevos vecinos.

Cada día conocemos recién llegados quiénes, al igual que José, están siguiendo el sueño de una vida más abundante para sus familias. Cada día escuchamos historias de los viajes que hacen a esta nueva tierra llena de promesas. Cada día oímos hablar de la lucha, el miedo, la discriminación y la dificultad para adaptarse a una nueva cultura. Cada día somos inspirados por la fe, la valentía y la esperanza de nuestros nuevos amigos. Diariamente renovamos nuestro compromiso para ser una presencia acogedora en sus vidas.

Con San José como nuestro modelo no podemos hacer nada menos; pero, ¿somos nosotras llamadas a hacer más?

El primero de mayo es también el día anual de «Un día sin inmigrantes». Este es el día reservado para considerar como nuestras vidas son enriquecidas con la presencia de inmigrantes en nuestra sociedad y nuestra fuerza laboral, reflexionando lo que serían nuestras vidas sin ellos. Es un día para considerar la dignidad del trabajo y para considerar como nosotros «acogemos al forastero».

Este día es también una oportunidad para examinar las fallas de nuestras leyes de inmigración que separan a las familias y oprimen a la gente trabajadora con esperanzas poco realistas de sentirse alguna vez verdaderamente como en casa. Estos inmigrantes son la imagen de José, el refugiado entre nosotros. Ellos también, están siguiendo un sueño, están trabajando duro para proteger a sus santas familias, están dependiendo de la bondad de los extraños y están llenos de fe, valentía y esperanza.

¡Qué San José Obrero, patrono de la Iglesia universal, nos llame para acoger, abrazar y apoyar a nuestros novísimos vecinos!

Hermana Eileen Marnien es la directora del Centro de Bienvenida de las Hermanas de San José en Filadelfia.