Homilia del cardenal Justin Rigali
Misa de Herencia Hispana
Catedral Basílica de San Pedro y San Pablo
12 de octubre 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Año tras año nos reunimos en esta catedral como testimonio de nuestra gran fe y herencia hispana. Nos reunimos para dar gracias a Dios por estar siempre a nuestro lado y caminando con nosotros. Por medio de nuestra fe, la cual es un regalo de Dios, experimentamos un gran sentido de esperanza y de justicia. Sabemos que unidos podemos vencer las dificultades que se nos presentan cada día en nuestra vida cotidiana, pero en este día nos sentimos felices porque estamos rodeados de nuestros hermanos y sentimos irradiar ese amor, ese calor al estar juntos celebrando nuestra unidad, nuestra solidaridad como hermanos unidos por nuestra fe católica y nuestra lengua hispana. ##M[lea más]##
La primera lectura de hoy nos habla de la sabiduría y sus dones, los cuales se obtienen a través de la oración. La sabiduría es un regalo de Dios y por eso el libro de la Sabiduría prepara el camino a los autores del Nuevo Testamento para la plena revelación de la sabiduría de Dios, Jesucristo. El evangelio de hoy nos desafía como seguramente desafió a aquel joven rico a quien el Señor le mandó a vender todo lo que tenía y darles el dinero a los pobres. Mucha de nuestra gente tiene poco dinero y pocas posesiones: más se valora la familia y las amistades. Pues para los hispanos, la familia constituye uno de los tesoros más importantes. Pero como ese joven rico, todos buscamos saber cuál es la mejor manera de llegar a Dios.
Cada uno tiene que ver dentro de sí mismo, cuáles son los tesoros o posesiones que el Señor nos pide que vendamos primero, para luego poder seguirle. El Señor no se refiere únicamente al dinero. Muchas veces tenemos otros tesoros que guardamos y que nos causan hasta daño, lo que el Señor nos pide va mucho más allá del dinero. Tal vez guardamos rencor, somos incapaces de perdonar al hermano, no queremos involucrarnos en las injusticias que sufren nuestros hermanos y dejamos que otros se involucren y que otros ayuden. Es precisamente en esos momentos que el Señor nos mira con amor y nos dice: «Ve y vende todo eso, y ponte a disposición de los demás, al servicio de los demás». ésta es la llamada que nos hace el Señor en este día al decirnos: «Ponte a la disposición de los demás, al servicio de los demás». Jesús, más que nada le está proponiendo al joven rico que siga otro camino; que adopte otra manera de ser más libre, haciéndose seguidor e imitador suyo.
Mis queridos amigos, solo hay que mirar a nuestros alrededores para ver las muchas necesidades que hay. El sufrimiento de tantos hermanos dentro de nuestra misma Iglesia que nos pide, que nos grita que se haga justicia. Por esto como al joven rico, Jesús nos pide también a nosotros que sigamos otro camino y lo imitemos a él observando los mandamientos de justicia y misericordia. El Señor nos exige que nos pongamos a la disposición del que sufre hambre, del que está abandonado, del que ha tenido que abandonar a su familia por ser deportado, del que no tiene ni donde recostar su cabeza por falta de vivienda.
Hemos sido todos enriquecidos por Dios para poder responder a los retos que nos esperan y al mismo tiempo Dios nos llama a reconocer estas oportunidades para servir a su pueblo, la Iglesia. Tenemos que desatarnos de todas las ataduras que tenemos que no nos permiten servir como Cristo quiere. Vende todo lo que tienes, el Señor nos recuerda que la felicidad no consiste en dejarlo todo, sino en hacerse libre de todo para entregarse a Cristo, para poder servir al hermano a imitación de él. Mateo, en su evangelio capítulo 25 nos recuerda del Reino preparado para aquellos que dan de comer al hambriento, beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al preso, cuidar al enfermo todo en su santo nombre. Y nos dice la Escritura que los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí». Mt. 25: 34-40
Mis queridos amigos, el Espíritu Santo nos ha congregado hoy en este lugar santo para celebrar y compartir nuestra fe católica y nuestro amor en Cristo Jesús. Nuestro Dios nos habla de muchas maneras durante la liturgia y por eso tenemos que dejar que nuestra mente y nuestro corazón se abran al amor transformador de Dios. En esta liturgia de hoy queremos elevar nuestras oraciones en favor de nuestros hermanos necesitados, nuestros hermanos indocumentados, pidiéndole a nuestro Padre Justo que nos inspire para trabajar por la justicia recordando siempre que Cristo es la fuente de sanación y de paz. Recordemos que nuestro Dios es un Dios de misericordia, y como un pueblo que sufre muchas injusticias debemos constantemente elevar nuestra oración incesante a él.
Tengamos confianza en que nuestro Dios escucha el clamor y las oraciones de su pueblo; Jesús, nuestro hermano, camina con su pueblo. Yo ruego que el Espíritu Santo, quien los reunió aquí hoy, fortalezca su fe y los mueva a proclamar la justicia a un mundo que sufre; que todos unidos como Iglesia seamos un faro de luz para nuestros hermanos y para el mundo entero.
Recordemos hoy el documento de Aparecida de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que en el artículo de Acción de Gracias a Dios, #26 nos recuerda que es importante mantener viva la esperanza en medio de adversidades e injusticias. Nos dice así: Iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia samaritana (cf. LC 10, 25-37), recordando que “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana”. Damos gracias a Dios y nos alegramos por la fe, la solidaridad y la alegría, características de nuestros pueblos trasmitidas a lo largo del tiempo por las abuelas y los abuelos, las madres y los padres, los catequistas, los rezadores y tantas personas anónimas cuya caridad ha mantenido viva la esperanza en medio de las injusticias y adversidades.
Es importante recordar que el sufrir del pueblo nunca es en vano porque somos miembros de la familia de Dios. Esto nos da esperanza para el futuro porque nos ayuda a recordar que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cada uno de nosotros es un regalo de Dios para el mundo, y cada uno es muy especial. Somos de diferentes razas, y culturas, pero somos mucho más. Somos seguidores de un Dios único que nos permite reconocer y abrazar nuestra spanersidad cultural como verdaderos hijos del él, que nos llama día tras día invitándonos a seguirle, a ser sus discípulos sirviéndole a él y sirviéndonos unos a otros.
Hermanos y hermanas, rezo que María, nuestra Madre, Madre de Dios y Madre de todos nosotros los bendiga siempre y que los cubra con su manto maternal hoy y siempre. Amén
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