Por Mar Muñoz-Visoso

Un día a principios de noviembre mis hijos no tuvieron clase. Era el día de las conferencias de padres y profesores. Tras un día lluvioso en casa con su papá, ya habían hecho todas la tareas y jugado todos los juegos. También la sesión vespertina de baile había terminado y era tiempo de relajarse.

Cambiando los canales de televisión para buscar una película apropiada para su edad-no es tan fácil como parece-las niñas encontraron una que les llamó la atención. Era una de esas películas de «Santa» y «espíritu navideño». Mi hija mayor, quien con tan sólo ochos años es muy perceptiva, me dijo: «Mamá, ¡pero ni siquiera es Thanksgiving todavía!». Tal parece que un canal con programación «para la familia»-seguro que otros seguirán-ha establecido una «cuenta atrás hasta los 25 días antes de Navidad» y ha empezado a pasar desde primeros de noviembre películas de tema navideño, por supuesto, con un montón de comerciales de juguetes y otra mercancía para las fiestas entre medio. Estoy segura que las proyecciones de otra débil sesión de ventas navideñas tienen mucho que ver con esto.

El comentario de mi hija me trajo recuerdos de mi primera Navidad en Estados Unidos hace muchos años. Llegué como supervisora de un grupo de estudiantes de secundaria. Por varios meses me hospedé con una familia muy amable de la parroquia. Viniendo desde España, encontré spanertido que el día después de Acción de Gracias-una fiesta nueva para mí-empezaran a sacar cajas llenas de decoraciones y luces navideñas y pasaran el fin de semana decorando el árbol de Navidad y el exterior de la casa. ¡Ni siquiera era diciembre! Recuerdo que pensé: «¡A estos americanos les gusta planear con tiempo!»

Mientras me preparaba para lo que yo pensaba que serían dos meses de celebraciones navideñas, no pude evitar compararlo con la casa de mis padres, donde la misma semana antes de Navidad nos estábamos apurando para terminar de armar el belén, o nacimiento, en una mesa a un lado de la sala familiar. Algunos años también poníamos un árbol.

La verdadera sorpresa llegó cuando el mismo día después de Navidad, empezaron a quitar todas las decoraciones navideñas. A media tarde el árbol ya estaba fuera en la acera. Yo estaba completamente perpleja.

«Se acabó la Navidad,» se esforzaron por explicarme.

«¡Pero si acaba de empezar!», les dije.

Ellos me miraban spanertidos mientras yo trataba de explicarles en mi entonces poco inglés que, de donde yo venía, las celebraciones de Navidad en realidad comenzaban el 24 de diciembre, la Nochebuena, y terminan con la fiesta de la Epifanía, el 6 de enero. Para mí todas las decoraciones y las luces sólo habían sido preparación y ahora era el tiempo de celebrar. ¡Jesús acababa de nacer! ¡No era posible que se hubiera terminado! ¡No había habido tiempo para contemplar el misterio! Para que no echara demasiado de menos mi tierra, mi «papá y mamá americanos» decidieron dejar puesto un pequeño nacimiento unos días más.

Ni el idioma ni la comida, ni los horarios de trabajo diferentes o nuevas tradiciones me causaron un choque cultural tan grande como el darme cuenta de qué diferente era cómo celebrábamos la Navidad, a pesar de que ambas éramos familias católicas.

Puede que éste sea uno de los mejores ejemplos de cómo, a veces, provenir de una cultura católica ayuda a no perder el enfoque. Es cierto que algunas personas que vienen de países tradicionalmente católicos pueden no tener mucha educación formal en la fe, al menos no tanta como es deseable en un país donde ser católico es nadar contra la corriente. Sin embargo, los «católicos culturales» nos pueden ayudar con sus tradiciones- la mayoría de ellas nacidas del calendario litúrgico-a devolver nuestras celebraciones a su tiempo y significado propios.

En la tradición mexicana, por ejemplo, ni siquiera pensamos en la Navidad hasta después de la Inmaculada y la Virgen de Guadalupe. Sólo entonces pueden comenzar las Posadas, hasta la misma noche del 24 de diciembre. Los invitamos a cantar con nosotros villancicos y nanasal Niño Dios en Nochebuena y Navidad; a celebrar el gozo de estar todos juntos en familia (familia extendida, por supuesto) y el misterio de Dios hecho hombre, y a redescubrir que la Navidad no es un día sino un tiempo.

Quizá, en la tradición de los Santos Reyes que trajeron oro, incienso y mirra al Niño Jesús, algún pequeño dulce o juguete empiece a aparecer misteriosamente junto a la cama de los niños o al nacimiento cada 6 de enero también en los hogares de Estados Unidos.

Comoquiera que la celebremos, acordémonos todos de que Jesús es el festejado en Navidad. Merry Christmas!

Mar Muñoz-Visoso es subdirectora de relaciones públicas de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.