Mar Muñoz-Visoso

El mes de septiembre es una locura. Regresamos a la escuela, al trabajo, al tráfico. Estamos ocupados, ocupados y más ocupados. También es un mes de numerosas celebraciones y aniversarios, como los días de Independencia de varios países latinoamericanos. Entre ellos están Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua (15 de septiembre), México (16 de septiembre) y Chile (18 de septiembre).

«¿México también? ¿Pero no celebra México su independencia el 5 de mayo?», pregunta siempre algún despistado en este país. En fin, bromas aparte, un saludo a México – y a los países arriba mencionados – con ocasión de los 200 años de independencia de España. Mi esposo, «poblano» de pura cepa (de Puebla, México), dice que desde que se casó conmigo, una española, ya no puede verdaderamente celebrar la liberación del yugo español. A lo que yo respondo recordándole que fue él quien tituló nuestra boda «La reconquista del Azteca», alegando que era su turno de conquistar… {{more}}

De cualquier modo, un brindis a la salud de la independencia y la libertad de los pueblos de parte de una «gachupina» convertida con corazón guadalupano. («Gachupín» es el término peyorativo con que los mexicanos se referían a los españoles en tiempos de la Revolución).

Otros aniversarios septembrinos son mucho más sombríos, como el de los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en Nueva York, al Pentágono y al avión que se estrelló en un campo en Pensilvania. En aquel día terrible, personas de muchas nacionalidades, razas y confesiones religiosas que vivían en Estados Unidos murieron sin razón; todos ellos, incluyendo musulmanes, víctimas del odio hacia Occidente y a lo que Estados Unidos representa. Han pasado nueve años. Nunca lo olvidaremos.

Por otro lado, aunque el huracán Katrina azotó Nueva Orleans y otras partes de Luisiana el 29 de agosto de 2005, los primeros días de septiembre también nos trajeron recuerdos de la angustia y la desesperación de las gentes refugiadas en el estadio del “Super Dome” y el Centro de Convenciones de Nueva Orleans. ¡Qué sentido de impotencia también para aquellos que veíamos la tragedia desde lejos! «¿Por qué no estaban estas personas recibiendo ayuda?», nos preguntábamos todos mientras veíamos las imágenes por televisión. Queríamos hacer algo. Muchos dimos dinero. Algunos hicieron mucho más que eso.

Como el diácono Modesto García, de Brighton, Colorado, quien inmediatamente se alistó cuando su compañía fue de las primeras en enviar voluntarios para reparar un hospital de Nueva Orleans que había sufrido grandes destrozos tras la catástrofe. Debido a esto, Modesto se perdió la ceremonia en la que su esposa, Socorro, coordinadora del ministerio hispano en su parroquia por muchos años, recibió un importante premio al liderazgo pastoral de parte de la Arquidiócesis de Denver. Tanto él como su esposa, sin embargo, estuvieron contentos sabiendo que su corazón estaba en el lugar adecuado.

Y no fue el único. La última cosa que esperaba cuando viajé a Nueva Orleans el pasado mes de junio fue escuchar la historia de cómo el regalo humilde de una mujer latina había tocado los corazones de los católicos locales. La mujer, cuya identidad permanece desconocida, asistía a misa en la iglesia de San Lorenzo de Brindisi, en la zona de Watts en Los ángeles, cuando se sintió movida a contribuir a una colecta especial para ayudar a las víctimas de Katrina. No tenía dinero, pero eso no la detuvo. Quienes contaban la colecta encontraron un sobre con un anillo de boda adentro y una nota que decía: «Para la víctimas del huracán. No traía dinero pero esto debe tener algún valor. Es de todo corazón».

Tras el intento fallido de encontrar a la dueña, el anillo fue enviado junto con el resto de la colecta a la parroquia de San Gabriel Arcángel en Pontchartrain Park, Lousiana, la cual sostuvo ocho pies de agua y numerosos daños. Conmovidos por el regalo, tanto párroco como feligreses lo compararon con la historia del “óbolo de la viuda” en el Evangelio (Mc 12: 41-44). Hoy, el anillo se encuentra colgado en una placa en la «Capilla de Gratitud» en San Gabriel, y recuerda constantemente a los parroquianos todos los donativos anónimos, contribuciones y trabajo voluntario que les ayudaron a reconstruir su iglesia.

¡Ah, septiembre, septiembre! Mes de júbilo, de celebración y de memoria, de tragedia y gratitud. Las hojas también están cambiando. Al igual que ellas, la vida también continúa para nosotros.

Mar Muñoz-Visoso es subdirectora de prensa y medios en la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos