Como el 15 de septiembre es el comienzo del mes en cual que se celebra la herencia hispana, es apropiado anotar que el Arzobispo José H. Gómez encabeza la arquidiócesis de Los Angeles, la más grande en el país. Asumió cuando el Cardenal Roger M. Mahony se jubiló el primero de Marzo de este año.

Mucho ha cambiado desde 1970 cuando, después de generaciones de vacilación, la Iglesia ordenó a Patricio Flores, de una familia de campesinos migrantes de Texas.  Hasta ese entonces los obispos habían mantenido dudas de la fuerza y vitalidad de la fe hispana.

Tan hambrientos estaban los latinos de Texas de tener sus propios líderes episcopales que la Misa de ordenación para Flores se tuvo que celebrar en el centro de convenciones de San Antonio para acomodar a los 5,000 que asistieron. Ya habían pasado 95 años desde la ordenación del primer obispo negro, James Augustine Healy.

En el Instituto Napa, dijo que inmigrantes actuales «traen a nuestra economía un nuevo joven espíritu empresarial de trabajo duro» y también «ayudaran a renovar el alma de América».

Otras ordenaciones siguieron, y muchos de nosotros mantuvimos la cuenta. Como editor de la revista bilingüe de los Misioneros de Maryknoll, Revista Maryknoll, entrevisté a cada nuevo obispo hispano para que nuestro pueblo y la iglesia en general conociera su jornada de fe y sus fuertes valores religiosos.

No tuve la oportunidad de entrevistar a Mons. José Gómez después de su ordenación, pero lo conocí cuando como un joven sacerdote el sirvió como anfitrión de una reunión de la Asociación Nacional de Sacerdotes Hispanos en Houston. Me impresionó con su calma eficiencia en la dirección de la reunión. Les regaló a todos una linda biblia en español, que yo valoro mucho.

La razón que el Mons. Gómez llama mi atención para esta columna es que recientemente él habló elocuentemente sobre la perspectiva de fe que Católicos deben traer al debate sobre inmigración. En una conferencia en el Instituto Napa, dijo:

«Cuando comprendemos inmigración desde esta perspectiva (de fe), podemos ver que la inmigración no es un problema para América. Es una oportunidad. Es una llave para la renovación americana».

Urgió que los participantes piensen en la inmigración como parte de un juego más grande de interrogantes: «¿Qué es América? ¿Qué significa ser un americano? ¿Quiénes somos nosotros como pueblo, y adónde vamos como país? ¿Cómo será la ‘próxima América’»?

Mons. Gómez, también un inmigrante, vino de México después de estancia en Roma y España, donde fue ordenado sacerdote en 1978 por la Prelatura Opus Dei, organización muy conservadora. Ha trabajado con igual facilidad con laicos, sacerdotes u obispos. En 2007, reunió a líderes laicos y obispos para fundar la Asociación Católica para Líderes Latinos. Aún, es como defensor de inmigrantes que parece haber tenido el mayor impacto. En una conferencia reciente, habló contra «la noción equivocada que ‘americanos reales’ son de alguna raza, clase, religión o antecedente particular. La gente de esta tierra se llamaba cristiana antes de que se llamara americana. Y se llamaban por ese nombre en las lenguas español, francesa o inglesa».

En el Instituto Napa, dijo que inmigrantes actuales «traen a nuestra economía un nuevo joven espíritu empresarial de trabajo duro» y también «ayudaran a renovar el alma de América».

Su mensaje de inclusión de hecho es la esencia de lo que significa ser americano para el Dr. David Hayes Bautista, de la Escuela de Medicina de UCLA, quien escribió en 1992:

«Si nos proyectamos 500 años al futuro, hasta el año 2492, y ojeamos 1,000 años atrás, ¿qué podrá haber sido la experiencia americana única, lo que marca este hemisferio diferente de Europa, Asia y África? Estoy firmemente convencido que lo que hará la diferencia es que somos una sociedad mestiza. En otras regiones del mundo existe una sociedad de tipo tribal».