8 septiembre, 2012

Queridos amigos en Cristo:

Exactamente hace un año, el 8 de septiembre, comencé mi servicio como su arzobispo. En los últimos 12 meses, muchos de ustedes me han escrito con su aliento y apoyo. Su amabilidad ante tantas dificultades para nuestra Iglesia me ha recordado una y otra vez la bondad de las personas de la Arquidiócesis. No hay un lugar en el que me gustaría servir más que entre ustedes. Estoy muy agradecido por su generosidad hacia mí personalmente; pero más importante aún, les agradezco su fidelidad a Jesucristo y su Iglesia.

También he escuchado muy claramente la confusión y la ira de muchos de nuestros fieles. Acepto esos sentimientos con gratitud por igual, porque son honestos y son justificados. Los eventos de la última década han herido a toda la Iglesia. Ha colocado una carga inmerecida en todos ustedes como creyentes. Yo no puedo deshacer errores y malas acciones en el pasado, pero pido disculpas por ellos con todo mi corazón. Y lamento que ustedes lleven el peso de esos fracasos. Pero en el tiempo que Dios me dé como su arzobispo, haré todo lo posible para asegurar que la vida de la Arquidiócesis en el futuro sea digna del amor y la confianza de nuestro pueblo.

He pasado la gran parte del año pasado aprendiendo la vida de la Arquidiócesis y llegando a conocer nuestras parroquias y personas. En una diócesis de este tamaño, con una gran historia, todavía hay mucho que aprender y tantas buenas personas que todavía no conozco. Espero poder estar con ustedes con mayor frecuencia en los meses y años futuros porque la vida de la Iglesia está en sus parroquias, y  el verdadero gozo de un obispo se encuentra en el tiempo que pasa allí con su pueblo.

Lamentablemente, los problemas que enfrenta nuestra Iglesia local siguen siendo graves. En un plano arquidiocesano, junto con la continuación de los desafíos legales, tenemos graves déficits y cuestiones de liquidez. Muchas de nuestras parroquias siguen luchando financieramente. Simplemente, muchas de aquellas parroquias no pueden sostenerse.

Podemos y vamos a remediar estos problemas. A lo largo, tenemos los recursos para reconstruir la salud financiera y pastoral de esta Iglesia. Tenemos un nuevo liderazgo financiero excelente en los niveles superiores de la Arquidiócesis. Muchas de nuestras personas y principales donantes han expresado su confianza en la Iglesia, y la apelación de este año de Caridades Católicas está haciéndolo bien.

Estoy decidido a administrar los recursos encomendados a la Iglesia por nuestro pueblo tan prudente y transparentemente como sea posible. Hemos fortalecido enormemente nuestros procedimientos para prevenir el abuso sexual de menores. Estamos firmemente comprometidos a ayudar sanar a las víctimas de abusos. Y he estado profundamente satisfecho por las miles de familias de las escuelas católicas y líderes comerciantes que han luchado duro y creativamente este año para revitalizar nuestro apostolado de educación católica.

Tenemos todas las razones para tener esperanza y todas las razones para celebrar el año de la Fe, que comienza el próximo mes, con energía, entusiasmo y confianza en el futuro. El año de la Fe nos ofrece una oportunidad para profundizar nuestra relación con el Hijo de Dios, su Iglesia y el uno con el otro.

La tarea de renovación requerirá cambios profundos del pensamiento, los comportamientos, las estructuras, los procedimientos y de la vida organizativa de la diócesis. Ya no nos podemos permitir la complacencia del pasado. «Las cosas siempre han sido» necesita convertirse en «las cosas necesitan ser» si tenemos alguna esperanza de predicar a Jesucristo al mundo que nos rodea. Ésta es la única razón por la que la Iglesia existe.

En los años venideros, tenemos que hablar la verdad el uno al otro con caridad y respeto -pero también con franqueza y sin temor. Éste es el espíritu que debería animar cada nivel de nuestra vida de Iglesia, incluyendo cada consejo de finanzas y el consejo pastoral en cada una de nuestras parroquias. Nadie «posee» la Iglesia: ni los obispos; ni el clero; y no nuestro pueblo. Ella pertenece a Jesucristo y a él solo. Pero todos nosotros de diferentes maneras, no importa nuestra vocación, tenemos responsabilidad de la Iglesia y su misión. Necesitamos ser responsables ante nosotros mismos y ante los demás de vivir la fe con corazones limpios y celo genuino. La marca del discipulado cristiano maduro es honestidad templada con amor.

Por favor sepan que yo los amo como mi familia en la fe, y oro por ustedes diariamente y le doy gracias a Dios por ustedes. Les pido que me recuerden en sus oraciones, porque las necesito. Dios los bendiga a ustedes y a todos aquellos que aman. Y que Dios guíe la Iglesia con su sabiduría, misericordia y justicia en el próximo año.

Sinceramente en Cristo Jesús,

 

+Charles J. Chaput, O.F.M. Cap.

Arzobispo de Philadelphia