Al entrar en otra temporada de elecciones, es importante recordar que la forma en que guiamos nuestras vidas públicas necesita expresar lo que la fe católica enseña–no con lo que nuestra edición personalizada del cristianismo se siente cómodo, sino lo real; el paquete completo; lo que la Iglesia realmente posee para ser verdadera. En otras palabras, necesitamos ser católicos primero y criaturas polı́ticas en segundo lugar.
Entre más transmitimos nuestra pasión por Jesucristo a algún mesı́as polı́tico o plataforma electoral, más tristes nos sentimos hacia su iglesia cuando ella habla en contra de los ı́dolos que establecemos en nuestros propios corazones. No hay un momento más abrumador en toda la Escritura que Juan 19:15: “No tenemos ningún rey sino a César.”
El único rey que los cristianos tienen es Jesucristo. La obligación de buscar y servir a la verdad pertenece a cada uno de nosotros personalmente. El deber de amar y ayudar a nuestro prójimo pertenece a cada uno de nosotros personalmente.
No podemos ignorar o delegar estos deberes personales a otra persona o a cualquier otro organismo gubernamental. Hace más de 1.600 años, San Basilio el Grande advirtió a sus compañeros ricos cristianos que “el pan que posee pertenece a los hambrientos. La ropa que se
almacena en cajas pertenece al que está desnudo.”
San Juan Crisóstomo, igualmente gran contemporáneo de Basilio, predicaba exactamente el mismo mensaje: “Dios no quiere recipientes de oro, sino corazones de oro” y “para aquellos que descuidan su vecino, les espera un infierno con un fuego inextinguible en compañı́a de los demonios.”
Lo que ocurrió entonces es cierto ahora. El infierno no es una metáfora. El infierno es real. Jesús habló sobre ello muchas veces y sin ambigüedades. Si no ayudamos a los pobres, vamos a ir al infierno. Lo diré de nuevo: Si no ayudamos a los pobres, nos dirigiremos al infierno.
¿Y quiénes son los pobres? Son las personas que tan a menudo intentamos mirar de lejos — personas que están sin hogar o moribundos o desempleados o discapacitados mentales. Ellos también son el feto que tiene derecho al regalo de Dios de la vida y la madre soltera que busca de
nosotros compasión y material de apoyo. Sobre todo, son las personas necesitadas que Dios presenta a cada uno de nosotros, no como una “cuestión polı́tica”, sino aquı́ ahora mismo, en nuestra vida cotidiana.
Tomás de Villanova, el gran santo Agustino por quién se denomina Universidad de Villanova, es recordado por sus habilidades como un erudito y obispo de reforma. Pero aún más importante fue su pasión por servir a los pobres y su celo de penetrar en todo el mundo que le rodeaba con las virtudes de la justicia y el amor cristiano.
El tiempo importa. Dios nos hará responsable por la forma en que lo utilizamos. Todos los que nos llamamos cristianos comparten la misma vocación de amar a Dios primero y sobre todas las cosas; y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Somos ciudadanos del cielo, pero aquı́ tenemos obligaciones. Somos católicos y cristianos ante todo. Y, si nosotros vivimos de esa manera celosamente y desinteresadamente nuestra vida pública, nuestro paı́s será mejor para él; y Dios nos usará para ayudar a hacer el mundo nuevo.
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