Al inicio del año tememos las fiestas de la Epifanía, la manifestación del Señor Jesús y el Bautismo del Señor. Son fiestas bien importantes para meditar sobre la fe. En ellas se declara la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano.
Cuando hablamos de manifestación o revelación de Dios, hay muchos momentos en la Biblia donde Dios se manifiesta. En el Antiguo Testamento, muchas veces Dios se manifestó y su gloria estaba visible, con fuego y humo/nubes (Ex. 3; 13:22). También vemos los profetas que se encuentran con los mensajeros de Dios, “me llego una palabra de Yave…” (Jer. 1:4). Cuando los profetas hablaban, el pueblo sentía la presencia de Dios, quien había dado el mensaje; por eso los llamaban hombres de Dios.
En el Nuevo Testamento nos encontramos con otras manifestaciones: el ángel del Señor visita a Isabel y a María. Los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento del Señor. Y los magos que llegan a adorarlo, que son astrólogos por su sabiduría de las estrellas, han visto algo que los motiva a buscar al rey de los judíos. Cuando lo encuentran se arrodillan y lo adoran. En este acontecimiento los que están con Jesús, aparte de sus padres, son los humildes y aquellos que lo buscan con un corazón sincero. Y cuando lo encuentran hay un gran gozo.
Este gozo se ha repetido en otras manifestaciones de Dios en la persona de Jesús. Cuando Jesús es bautizado vemos otra vez la gloria. Los cielos se abren, el Espíritu Santo desciende sobre él y se escucha una voz que declara quien es Jesús, “Este es mi hijo, el Amado; en él me complazco” (Mt. 3:17; 17:5). Que alegría para el pueblo que espera al Mesías, al cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Estos son momentos de Epifanía, donde Dios se manifiesta. Estas manifestaciones es para mostrarnos su designio de salvación. Todos son invitados a esta salvación, por eso llegan los magos. Ellos representan a los no-judíos que buscan a Dios y cuando lo encuentran lo siguen y lo aman. Esta buena noticia es una bendición para todo el mundo.
La salvación de Jesús es bien clara: el vino para cambiar nuestro corazón, para que con un corazón renovado amaramos a Dios y al prójimo. Porque Él vino al mundo para que el mundo se salvara. Como personas libres tenemos que estar conscientes de nuestras decisiones, en especial aquellas que nos llevan a la vida eterna. Cuando nos preparamos de corazón, entonces vemos la gloria de Dios.
Dios siempre se esta revelando y quiere darse a conocer. En toda la creación Dios se ha están revelando a nosotros hasta que nos mando a su único hijo. Jesús nos enseñó a amar a Dios Padre y al prójimo. En Jesús están nuestra fe porque con Él podemos alcanzar la vida eterna. Dios quiere que lo conozcamos y es por eso que se revela a nosotros. La cuestión es si acepto tal revelación, si me dejo renovar por su amor, si le permito que me bendiga, si le dejo que brille su luz en mi vida. Cuando le dejo a Dios actuar en mi vida, no solo cambia mi persona sino también la gloria brilla en mi para ser sus testigos.
PREVIOUS: Columna semanal del arzobispo: La justicia, la prudencia y la reforma migratoria
NEXT: Columna semanal del arzobispo: Un nuevo Santo Padre y el legado de un nombre
Share this story