Moises Sandoval

Algo que dijo mi hermana Lucy recientemente me impulsó a responder: “Más que día de la madre y el día del padre, lo que necesitamos es el día de la abuela”. Mi hermana, ya a fines de sus años 60, y cuyo esposo, Charlie, murió en febrero, me contaba que se le hace difícil aguantar la tristeza que siente. Ha tenido que buscar consejo para superar su dolor.

Han pasado cinco años agotadores desde que Charlie se desmayó en una escalera en la Universidad Estatal Metropolitana de Denver, donde había sido decano y profesor por muchos años. Primero vino la cirugía de la arteria carótida, luego de un puente coronario. Después de una larga recuperación, recibió diagnosis de cáncer de los pulmones.

El cirujano le dijo que si no hacía nada, tendría tres meses de vida. Si escogía terapia química, podría vivir dos años más. Y si escogía cirugía podría llegar a vivir hasta los cien años. Charlie, entonces con más de 80 años, optó por cirugía. Pero la operación no sacó todo el cáncer, y la terapia de radiación hizo peor su enfisema. Sufrió una avalancha de reveses.

Muchas veces Lucy tuvo que llamar la ambulancia para que lo llevaran al hospital. Luego lo tuvo en hospicio de hogar hasta que su médico le advirtió que ella estaba arriesgando su propia salud por estar levantándose seis o más veces cada noche para atender a su esposo.

Al mismo tiempo, durante el año escolar, Lucy cuidaba al primer hijo de su hija, Francheska, un niño quien se llama Conrad, y que ahora tiene casi tres años. Aunque su hija es bibliotecaria y su yerno es ingeniero, ambos tienen que pagar préstamos escolares, la hipoteca de su casa y, además, por la guardería donde Conrad va, que es bien cara. Cuando Francheska le preguntó a Lucy que si podía cuidar al niño, ella le dijó que sí. “Nunca podría negarle eso a mi hija”, dijo.

Además, darle un “no” iría contra su cultura. Cuando el matrimonio de nuestro hermano menor Frank fracasó y su esposa abandonó a sus dos hijas, mi mamá las recogió y las crió hasta que pudieron tomar responsabilidad por su propia vida. También mi prima Josie Aragón, criada por mi abuela Josefita, cuidó a los hijos de sus hijas, y después, cuando tenía más de 80 años, a los de sus nietas. Murió este año. Tenía 90 años.

Otra tradición, aunque raramente reconocida, es que la hija mayor de cada familia asume el rol de su mamá cuando la madre muere. Entonces cuando Lucy llama, ella comparte todas las noticias de la familia, porque ella está en contacto con todos. Así trata de mantener a la familia unida.

Fue en ese context en que pensé de la necesidad de tener el día de la abuela. Al concluir una larga conversación conmigo, Lucy dijo: “O, no te dije: Voy a ser abuela otra vez. Mi trabajo va aumentar mucho”. Francheska, hija única, quiere tener más hijos y esta embarasada. El bebé nace en diciembre.

En nuestra cultura nacional, con tantas madres obligadas a trabajar fuera de casa, las abuelas (para las hijas con la buena fortuna de tener una madre generosa) son las que están criando a la próxima generación. Nutren los valores, religión, tradición e historia. Como escribió el fallecido autor Carlos Fuentes, “Los ancianos son los que recuerdan las historias, los que tienen el almacén de memorias. Uno casi podría decir que cuando un anciano o una anciana muere en el mundo hispano muere con esa persona una entera biblioteca”.