Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, O.F.M. Cap.
06 de septiembre del 2013
Hace dos años esta semana (8 de septiembre), comencé mi servicio aquí en Filadelfia como arzobispo. Dentro de dos años a partir de este momento, esta misma semana, estaremos en las etapas finales de preparación para la VIII Reunión Mundial de las Familias (septiembre 22-27). Es un buen momento para hacer una pausa y reflexionar.
El futuro siempre está formado en parte por el pasado, porque nos convertimos en lo que hacemos. Nuestras elecciones y decisiones, nuestros errores, virtudes, pecados y logros -todas estas cosas se convierten en el registro de «encuentro de circunstancias de carácter» que llamamos historia.
Todos estamos influenciados por los acontecimientos en el pasado; ninguno de nosotros está determinado por ellos. El futuro depende de nuestra voluntad de aprender las lecciones correctas de nuestra historia y aplicarlas con honestidad a las nuevas realidades que enfrentamos, aquí y ahora; lo mismo sucede con las personas; y lo mismo ocurre con la Iglesia.
Los católicos de Filadelfia han vivido una década de noticias fuertes: el sufrimiento de las víctimas de abuso y sus familias; dos informes de gran jurado; sacerdotes removidos del ministerio; fusiones de parroquias; cierres de escuelas parroquiales; disminución de asistencia a misa; bien intencionado pero mal manejo financiero; malversación evidente -todo ello agravado por la complacencia, la inercia y la poca transparencia y rendición de cuentas en casi todos los niveles de la vida de la Iglesia.
He dicho estas cosas antes, muchas veces. Es doloroso decir y difícil de oír. Pero vale la pena recordarlas este mes de septiembre porque ahora estamos en un curso diferente, uno mejor; y hemos avanzado bastante en un corto tiempo. Recibo un montón de cartas y correos electrónicos de personas airadas cada semana –es parte del trabajo, pero yo también he sido profundamente conmovido por el número de personas, tanto clérigos como laicos, de Pensilvania y de todo el país, que han ofrecido extraordinarias palabras de aliento y apoyo.
Yo pienso que sé por qué. Filadelfia no es otra diócesis más. La Iglesia aquí tiene raíces que llegan al corazón de la experiencia católica estadounidense y al núcleo de los mejores ideales de nuestra nación. Y si Dios puede utilizar instrumentos pobres como usted y yo para volver a encender el fuego del Evangelio en las iglesias de Filadelfia, entonces él puede repetir ese milagro dondequiera. Yo quiero que mi vida como cristiano sea parte de esa historia; y una y otra vez en los últimos dos años, he conocido a personas buenas en parroquias de la arquidiócesis que quieren exactamente lo mismo.
La historia que da forma a los católicos filadelfianos va más allá de las heridas de los últimos 10 o 20 años, a pesar de lo grave que son. Es una historia construida en 205 años de crecer y regar la fe; dos siglos de servicio a los enfermos y a los pobres, educando a los jóvenes, dando la bienvenida al forastero, y humanizando en general a la comunidad de Pensilvania con un testimonio cristiano de amor y justicia. Necesitamos mantener vivas en nuestras memorias estas verdades acerca de nuestra Iglesia. Nos pertenecen como nuestra herencia. Generaciones de católicos filadelfianos demostraron su fe por su sufrimiento, generosidad y trabajo fuerte.
Tenemos que recuperar ese mismo tipo de fe vigorosa en nuestras propias vidas -un afán de renovar la Iglesia en el presente, y de dar forma al futuro con el mensaje de Jesucristo.
Queda mucho por hacer. Como lo han dejado claro los informes financieros a principios de este verano, las necesidades materiales de la Iglesia son reales y graves. El ministerio es la obra del Evangelio. Esa es siempre nuestra prioridad. Siempre será así. El ministerio, sin embargo, funciona con recursos.
Cuando la Iglesia en Filadelfia lleva a cabo la venta de propiedades, o el arrendamiento de los cementerios, o la comercialización de un ministerio de vital importancia como es nuestro sistema de salud, lo hacemos de forma reacia. También nos mantenemos muy conscientes de las obligaciones que tenemos con nuestros empleados, con la comunidad en general católica y no católica, y especialmente con las personas a quienes servimos.
Pero no podemos renovar la vida de nuestra Iglesia local con buenas intenciones y planes que no estén enraizados en hechos. Necesitamos prudencia y claridad de pensamiento. El futuro depende de lo que hacemos en este momento, y en este momento tenemos que estar dispuestos a continuar con el duro trabajo de conversión personal y reforma institucional que ya hemos comenzado. No hay otro camino que nos lleve a una presencia católica vigorosa y fructífera en Filadelfia en las próximas décadas.
Los últimos dos años han visto tiempos difíciles. Más retos sin duda llegarán. Pero la gente de ésta extraordinaria Iglesia -sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos de la Arquidiócesis de Filadelfia han sido, y son, y siempre serán, el regalo más grande de Dios en mi vida como pastor. Por favor, oren por mí, así como yo oro todos los días por ustedes.
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