He aquí un hecho simple: la dignidad de la persona humana es lo que toda enseñanza católica pretende avanzar. Pero lo que distingue a la fe cristiana de cada otro movimiento revolucionario en pro de justicia es el rechazo de la violencia y la afirmación del poder del amor. El verdadero amor –que implica una entrega total de nosotros mismos para satisfacer las necesidades de otra persona– es la experiencia más desafiante y gratificante de la vida.
Aprendemos esto primero y más fructíferamente en la escuela del amor, que es la familia. Vaticano II describe la familia como «la célula primera y vital de la sociedad». Y muy sabiamente enseñó que «el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado con el estado saludable de la vida conyugal y familiar.»
El poder de la familia se reduce a una especie muy particular, muy íntima, de testimonio. Por esta razón el regalo más grande que un padre puede dar a sus hijos es amar a su madre. Nada es más exigente, y nada requiere más cuidado y sacrificio, que el amor dentro de una familia. Pero tampoco nada produce más gozo que cuando el amor de los padres madura en un niño que crece en un hombre o mujer lleno de carácter, valor y gracia. Es fácil amar «la humanidad». Las teorías sobre el amor y la justicia siempre son más fáciles que la realidad. Pero amar a personas reales en toda su desordenada complejidad como Dios quiere que sean amadas, día y noche, eso es lo que separa el trigo de la paja. Y en ningún lugar esto es más cierto que dentro de una familia.
El beatificado (próximo a ser canonizado) papa Juan Paul II describió una vez la familia cristiana como «el instrumento más eficaz de humanización y personalización de la sociedad», construyendo el mundo «haciendo posible una vida propiamente humana».
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Eso sigue siendo cierto. Y nunca hemos necesitado más urgentemente familias saludables que ahora. El mundo desarrollado ha creado un ambiente donde hoy en día, ambos padres tienen trabajos fuera del hogar; una sociedad de más trabajo y más estrés, causado por nuestro consumo adictivo de mercancías, que es alimentado por la implacable comercialización de productos, que crea más deuda en los consumidores, que genera la necesidad de más horas de trabajo, con el fin de ganar más dinero. El resultado es obvio. Las familias no tienen tiempo para ser una familia. Y decenas de millones de esposos y esposas trabajan esencialmente para dar servicio a sus deudas de tarjetas de créditos. Viven para pagar sus cuentas.
Para contrarrestar esto, uno de los dones más importantes que una familia puede compartir es la gratitud. La gratitud es el principio de la alegría. La gratitud conduce a la humildad; la humildad nos hace conscientes de los demás; y una conciencia de los demás y sus necesidades ablanda nuestro corazón para perdonar; nos ayuda a ver más claramente nuestros pecados y nuestra propia necesidad de arrepentimiento. Estas son las semillas de justicia real y piedad verdadera, de la clase que perdura, sin la cual ninguna sociedad puede sobrevivir.
La lección es la siguiente: como familias, tenemos que enseñar a nuestros hijos que lo que hacemos llega a ser lo que somos. Necesitamos compartir más y adquirir menos; necesitamos desconectarnos un poco de la red de ruido que nos rodea; y tenemos que crear un espacio para un silencio que podemos llenar con la conversación; conversación con los demás y con Dios.
No podemos hacer esto solos. Y ahí radica el enorme valor de las familias que se reúnen para reforzar mutuamente la vocación, para profundizar su fe y a experimentar la presencia de Dios. Ésta es la misión de la Reunión Mundial de las Familias: mostrar la alegría de la auténtica vida familiar al mundo e invitar a otros de alrededor del mundo a compartir en ella.
En septiembre del próximo año, las familias de todo el mundo se reunirán en Filadelfia para el VIII Encuentro Mundial de las Familias. Tenemos muchas esperanzas que nuestro maravilloso papa Francisco se una a nosotros. Y estamos seguros de que el Espíritu de Dios y su alegría transformadora bendecirán a todos los que participarán. Éste es un momento de gracia no sólo para los católicos, sino para toda la región de Filadelfia y las personas de buena voluntad de la comunidad en general; una oportunidad de renovación que llega una vez en la vida. Todos serán bienvenidos. Por favor, mantengan esta reunión en sus oraciones diarias. Y por favor, por favor, insten a otros a unirse a nosotros aquí en la Ciudad del Amor Fraternal en el 2015.
Información continúa sobre el XVIII Encuentro Mundial de las Familias puede encontrarse en: www.worldmeeting2015.org
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