En cada Pascua llegamos otra vez a los momentos que nos definen como pueblo creyente. La Última Cena, la Crucifixión, la Resurrección —estas celebraciones sacramentales, mucho más que la Navidad o cualquier otra festividad del calendario cristiano, nos diferencian de las demás tradiciones religiosas en el mundo.
En cada lectura de las Escrituras durante la Semana Santa, nos encontramos con Aquel que vivió, sufrió, murió y resucitó a una nueva vida para que nosotros también tengamos vida. Estos extraordinarios días del Triduo, a partir del Jueves Santo que estamos a punto de celebrar, son como ningunos otros. Ellos son «santos» en el sentido más profundo de la palabra: son «diferentes» de nuestra realidad cotidiana. Son eventos verdaderos, históricos que también están por encima y fuera de la historia, y que cobran vida de manera nueva en cada Pascua a través de los siglos.
La persona verdadera que es Jesucristo no es una figura de arcilla que puede ser moldeada y cambiada para adaptarse a las actitudes del mundo. El Evangelio es más que una colección de sentimientos cálidos sobre un hombre que vivió hace mucho tiempo y se convirtió en un modelo positivo para todos nosotros. El mensaje de la Semana Santa es mucho más hermoso que eso —y también mucho más exigente.
La buena nueva de Jesucristo es una mala noticia para los enemigos de Dios quien es la fuente de toda verdad y misericordia, justicia y dignidad humana. Es por eso que el Gólgota sucedió. Es por eso que el mensaje cristiano de esperanza no podría existir sin los clavos sangrientos de la Cruz. No había ninguna «realidad virtual» en la crucifixión. La sangre y la muerte fueron brutalmente reales. Y es por eso también que la Resurrección no es una ilusión.
«La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», y murió por nosotros y resucitó por nosotros, para que nosotros, nuestra carne y espíritu, fueran redimidos; para que cada uno de nosotros, no importa cuán pecaminoso o confundido, o desesperado o con discapacidad, sea restaurado a la belleza que Dios preparó para cada uno de nosotros.
Sólo podemos ser las personas que Dios intentó, sólo podemos ser plenamente humanos, siguiendo a Jesucristo. Eso significa ser clavado a la Cruz con él y morir a nosotros mismos con él. Pero también significa la tumba vacía y la Pascua de Cristo. Es una buena nueva, una noticia profundamente alegre, para cada persona en cada generación. Es por eso que proclamamos a Jesucristo. Por eso lo predicamos con pasión, sin compromiso y con corazones encendidos de esperanza.
Es el significado de testimonio.
Es por eso que debemos vivir como misioneros. Y a ser misioneros Jesús llama a cada uno de nosotros.
Que Dios conceda a todos nosotros el don de la nueva vida en su Hijo durante esta próxima temporada de Semana Santa y durante todo el año entrante.
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