Ricardo Ramírez, el jubilado obispo de la Diócesis de Las Cruces, New Mexico recientemente publicó un libro en inglés titulado: “Power from the Margins: The Emergence of the Latino in the Church and in Society”.
El obispo Ramírez, el único obispo con quien me siento cómodo llamándole por su primer nombre, y yo hemos sido amigos desde los 1980s cuando él, reciente ordenado obispo, me invitó a ser el coordinador del capítulo en Estados Unidos de la Comisión de Estudios de La Iglesia en Latinoamérica, donde él era el secretario administrativo.
Por las siguientes dos décadas, viajamos juntos muchas veces para asistir a las reuniones y simposios de la comisión. Durante los años que era el obispo de Las Cruces, diócesis que él fundó, yo le visité varias veces.
En una palabra, el libro es del poder único de los pobres. Logró ese conocimiento cuando, como un joven sacerdote misionero de La Congregación de San Basilio, trabajó en México. “Lo que descubrí allí fue el sentido de la riqueza que sólo el pobre puede brindar a los demás. No importa que profunda sea la miseria en la periferia, siempre hay dones que los pobres pueden brindar”, escribió.
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En general el libro es una crónica de la contribución del pobre latino a la iglesia y a la sociedad. El obispo Patricio Flores, el primer obispo latino, ordenado en 1970; Cesar Chávez, fundador del sindicato de los Trabajadores Campesinos Unidos; el propio obispo Ramírez; y también muchos otros — laicos, profesos y ordenados — surgieron de la pobreza.
El obispo Ramírez lanza cada capítulo con una viñeta autobiográfica. La primera relata: “Porque el matrimonio de mis padres se desplomó y terminó en el divorcio, mi madre, hermano Pete y yo vivíamos en el hogar de mis abuelos maternos en Bay City, Texas”.
Describe como sus abuelos murieron en su casa porque no tenían los medios para pagar por servicios médicos. El abuelo falleció de cáncer, en enorme dolor “porque no podíamos pagar para medicamentos fuertes para el dolor” y la abuela sufrió de diabetes que la hizo ciega y luego la confinó a la cama.
No obstante, el obispo Ramírez escribió que sus años de niño trabajando con su abuelo en el jardín fueron los más felices de su vida. Y concluyó:
“Después de que mi abuela murió, pensé que mi Mamá jamás sería feliz — que nunca se recuperaría de la perdida de sus padres. Pero en un anochecer caluroso, mi Mamá nos dijo: ‘Hijos, vamos a comprar un helado’. Mientras caminábamos por la calle vacía hacia la lechería, ella nos dijo: ‘Miren, hijos, todavía hay estrellas en el cielo'”.
Esa fortaleza, de no perder ánimo, es palpable por todo el libro, no menos en la propia vida del obispo Ramírez. En los agradecimientos, escribió: “Pronto después de empezar a trabajar este proyecto, me enfermé y tuve que pasar por dos cirugías mayores”. Luego le da las gracias a todos los que le ayudaron recuperar y a terminar el libro.
Como la diócesis está en la frontera mexicana, el obispo Ramírez tuvo muchas experiencias con inmigrantes en sus 30 años como el ordinario. En un capítulo titulado “Cruzando Fronteras, el Desafío Moral y Legal”, escribió:
“Inmigrantes son gente especial. Los que migran son valientes, inteligentes y dispuestos a sacrificar la comodidad de su patria, su idioma natal y su sistema de apoyo humano, y se desarraigan en búsqueda de una vida mejor para sí mismos y para sus hijos. Son sumamente motivados, sus lazos familiares son excepcionalmente fuertes”.
Hoy y siempre, los inmigrantes han sido una ventaja para nuestro país. Como escribió el fallecido novelista mexicano Carlos Fuentes en su linda historia de España y los pueblos de habla hispana en las Américas, “Culturas sólo florecen en contacto con otras; mueren en aislamiento”.
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