Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

En el 2008, en las semanas previas a la elección presidencial de Obama-McCain, dos jóvenes me visitaron en Denver. Pertenecían a Catholics United (Católicos Unidos), un grupo que se describía como comprometido con cuestiones de justicia social. Ellos expresaron gran preocupación por la habilidad manipuladora de los agentes católicos por el Partido Republicano. Y tenían la esperanza de que mis hermanos en el episcopado y yo nos resistiríamos de identificar la Iglesia con la política de un solo tema (entiéndase: aborto) y partidista.

Fue una experiencia interesante. Ambos hombres eran voceros obvios para la campaña de Obama y el Partido Demócrata —criaturas de una máquina política, no hombres de Iglesia; menos preocupados por la enseñanza católica que con su influencia. Y presumiblemente (para ellos) los obispos eran lo suficientemente tontos como para ser utilizados como herramientas, o por lo menos prevenir que ayudaran al otro lado. Estos dos jóvenes no sólo igualaron sino que superaron a sus primos republicanos en los talentos de persuasión partidaria servil. Gracias a su trabajo, y a activistas como ellos, los católicos estadounidenses ayudaron a elegir un gobierno que ha sido el más obstinadamente hostil a los creyentes religiosos, instituciones, preocupaciones y libertad en generaciones.

Nunca volví a ver a ninguno de esos jóvenes. El daño cultural hecho por la actual Casa Blanca –aparentemente– ha hecho innecesario el cortejar a los obispos de Estados Unidos.

Pero el mal siempre puede empeorar. Estoy pensando, por supuesto, en los desdeñosos anticatólicos emails (correos electrónicos) intercambiados entre miembros del equipo de la campaña presidencial demócrata de Clinton y publicados esta semana por WikiLeaks. Una muestra: Sandy Newman, presidenta de Voices for Progress (Voces para el Progreso), se comunicó por correo electrónico con John Podesta, ahora el jefe de la campaña de Hillary, para preguntar sobre si «los obispos opuestos a la cobertura anticonceptiva» podrían ser el polvorín para una revolución. «Tiene que haber una Primavera Católica, en la que los católicos demanden
el fin de una dictadura de la Edad Media ([sic])», escribe Newman.

Por supuesto, Newman añadió, «esta idea puede sólo revelar mi falta total de comprensión de la Iglesia católica, el poder económico que puede usar contra las monjas y los sacerdotes que cuentan con él para su mantenimiento». Aun así, él se preguntó, cómo podría uno «plantar las semillas de una revolución»? John Podesta respondió que «Nosotros creamos Catholics in Alliance for the Common Good (Católicos en Alianza por el Bien Común) para momentos como estos… también Católicos Unidos» (énfasis agregado).

Otro email relacionado con Clinton, de John Halpin del Center for American Progress, (Centro para el Progreso Americano), se burla de los católicos en el llamado movimiento conservador, especialmente los que se convierten: «Ellos deben ser atraídos por el pensar sistemático y las severamente retrógradas relaciones de género y deben ser totalmente ignorantes de la democracia cristiana». En una carta recordativa, añade «Ellos pueden mencionar pensamientos ‘tomistas’ y ‘subsidiariedad’ y sonar sofisticados porque nadie sabe de lo que… ellos están hablando».

En la tarde en que fueron publicados estos correos electrónicos de WikiLeaks, yo recibí el siguiente mensaje de un enojado abogado (no católico), nacionalmente respetado en asuntos de Iglesia y Estado:

«Yo he sido profundamente ofendido por los [equipo de Clinton] mensajes electrónicos, que son algunas de las peores intolerancias que he visto de parte de una máquina política. [Una] Iglesia tiene un derecho absoluto a protegerse cuando está bajo ataque como fe e Iglesia por las fuerzas políticas civiles. Eso ciertamente se aplica aquí…

»En los últimos ocho años ha habido evidencia fuerte de que la actual administración, con la cual estas personas comparten valores, ha sido muy hostil a las organizaciones religiosas. Ahora hay una prueba clara de que este enfoque es deliberado y se acelerará si estos actores tienen algún constante, mucho menos fuerte, voz y voto en el gobierno.»

»Estos intolerantes están activamente formulando estrategias para que el catolicismo no sea católico o consistente con las enseñanzas de Jesús, sino que sea la ‘religión’ que ellos quieren que sea. Ellos, en el fondo, están tratando de cambiar la religión a su punto de vista secular del bien y el mal en consonancia con su política. Esto es fundamentalmente por qué los Fundadores se fueron de Inglaterra y exigieron que el gobierno no tuviera ninguna voz en la religión. Miren dónde estamos ahora. Tenemos actores políticos tratando de organizar un golpe de estado para destruir los valores católicos, e incluso comparan su toma de control a un golpe de estado en el Medio Oriente, lo cual amplifica su fanatismo y odio de la Iglesia. Yo tenía esperanza de que nunca vería este día —un día como tantos días oscuros en Europa que llevaron a la muerte de mi abuelo [ministro protestante] a manos de los comunistas que también odiaban y querían destruir la religión.»

Por supuesto sería maravilloso para la campaña de Clinton repudiar el contenido de estos correos feos de WikiLeaks. Todos nosotros los católicos retrógrados en nuestro pensar que realmente creemos lo que las Escrituras y la Iglesia enseñan estaríamos muy agradecidos.

Mientras tanto, un amigo describe la elección que enfrentan los votantes en noviembre de este modo: Un, vulgar, grosero bufón, que no respeta a las mujeres, con un serio problema de control de impulso; o una intrigante, mentirosa robótica con un apetito de toda la vida por el poder y una comitiva plagada de fanáticos anticatólicos.

En una nación donde choice (preferencia) es ahora la religión no oficial del estado, el menú para la cena es sorprendentemente pequeño.