La columna de esta semana está adaptada del discurso de apertura del arzobispo para la Conferencia Nacional de «Mujeres en la nueva evangelización», en el Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa, en Doylestown.
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Buenos días y gracias por estar aquí –a todas las 1.250 de ustedes. Ésta es una conferencia en la que se han agotado todas las plazas con mujeres de todo el país; «extraordinaria» es la única palabra para este tipo de concurrencia. Para todos aquellos preocupados por el futuro de la Iglesia, sólo tienen que estar donde yo estoy y mirar a un cuarto lleno de buenas y fieles y hermosas mujeres católicas; es una gran manera de empezar el día.
Estoy especialmente agradecido a Kelly Wahlquist y Meghan Cokeley y el resto del equipo de liderazgo de la conferencia por hacer este evento una realidad tan impresionante. En el libro de Apocalipsis, Jesús dice que él renueva todas las cosas; pero aquí y ahora, en nuestro propio día, él hace esa obra de renovación a través de su Iglesia —y la Iglesia es sólo tan fuerte como el celo de sus hijos e hijas. Ésta es una habitación llena de celo femenino, y es una buena noticia para la Iglesia; mala noticia para el diablo.
Se alegrarán de saber que, en los ojos del mundo, todas ustedes aquí hoy son radicales. Puede que no se sientan así a menos que se hayan tomado cinco o seis tazas de café. Pero «Mujeres en la nueva evangelización» está basada en la idea impactante de que los hombres y las mujeres son diferentes, y que la «diferencia» entre los sexos es una de las grandes bendiciones y grandes bellezas de la vida.
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Dios creó al hombre a su imagen, varón y hembra los creó, iguales en dignidad, reflejando su bondad igualmente, pero diferentes en fortaleza, dones y estilos de liderazgo. Y también somos iguales de otro modo; somos todos igualmente incompletos; necesitamos a Dios y nos necesitamos mutuamente, y la respuesta a esa necesidad es el amor —que por su naturaleza es «radical», que significa vinculado con la raíz de lo que somos como criaturas.
Dios nos hizo para dar y recibir amor; por eso estamos aquí. Para la mayoría de la gente esto significa matrimonio y familia; para otros significa vida religiosa o vocación de soltero u orden sagrado. Pero todos nosotros anhelamos vidas fértiles; todos necesitamos amor. Y las mujeres y los hombres, de maneras distintas pero complementarias, crean ese amor y –en el mejor de los casos— llenan el mundo con él.
Hay mucho en la agenda de hoy, así que seré breve. Pero quiero que sepan al comenzar esta conferencia cuánto las admiro, y cuán profundamente la Iglesia depende de ustedes. Nadie dice esto más poderosamente que san Juan Pablo II en su Carta a las Mujeres del 1995; voy a referirme a ella libremente aquí. Juan Pablo escribe:
Gracias a ti mujer-madre. Tú que acoges una vida nueva en tu seno en una experiencia única de regocijo y sufrimiento. Eres la misma sonrisa de Dios para el niño recién nacido, la que guía sus primeros pasos, apoya su crecimiento y ancla al niño en amor a medida que avanza en el camino de la vida.
Gracias a ti mujer-esposa. Tú unes íntimamente tu destino al de tu esposo, mediante una relación de entrega recíproca, al servicio del amor y la vida.
Gracias a ustedes mujer-hija y mujer-hermana. Ustedes traen al núcleo familiar y luego al de toda la sociedad, la riqueza de su generosidad y fidelidad.
Gracias a ti mujer-trabajadora. Tú participas en todos los ámbitos de la vida: social, económico, cultural, artístico y político. De esta manera tú ayudas a construir una cultura que une la razón y el sentimiento, un modelo de vida siempre abierto al sentido del «misterio», y la clase de estructura económica y política cada vez más digna de la humanidad.
Y por último pero no menos intensamente: gracias a ti mujer-consagrada. Tú, que siguiendo el ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Jesucristo, te dispones con obediencia y fidelidad al don del amor de Dios. Tú que ayudas a la Iglesia y a la humanidad a abrazar una relación «conyugal» con Dios, una que representa la comunión que Dios quiere con sus criaturas.
Recordando las palabras de Juan Pablo espero que esta reunión de «Mujeres en la nueva evangelización» sea un tiempo para profundizar su encuentro con el amor de Dios; espero que construya fuertes lazos de Amistad con sus hermanas en Jesucristo y espero que puedan irse de aquí con un sentido renovado de lo profundamente que ustedes son amadas por Dios, la importancia de su misión en el mundo y la gratitud de la Iglesia por su testimonio.
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«La mujer en la nueva evangelización” (WINE por sus siglas en inglés) puede ser contactada en CatholicVineyard.com. O comuníquese con la Srta. Meghan Cokeley, directora de la Oficina para la Nueva Evangelización, para más información sobre WINE y otras excelentes iniciativas evangelizadoras en 215.587.5630 o en mcokeley@archphila.org.
Guarde la fecha para la Conferencia Arquidiocesana de Mujeres Católicas del próximo año el sábado 27 de octubre de 2018. Más información próximamente en CatholicWomensConference.org.
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