Hosffman Ospino

Millones de católicos estadounidenses fueron educados en escuelas católicas durante los últimos dos siglos. No es un secreto el que dicha educación se refleje en frutos abundantes que han beneficiado a esta comunidad de fe al igual que al resto de la sociedad.

Pudiéramos resaltar el impacto de la educación católica en términos “seculares”. Por ejemplo, estas instituciones ofrecen a los estudiantes un currículo integral, les preparan con éxito para ir a la universidad e incluso facilitan la movilidad social.

Según la Asociación Nacional de Educación Católica, el 99 por ciento de los estudiantes en las escuelas secundarias católicas se gradúan y el 85 por ciento de los graduados se matriculan en programas universitarios de cuatro años. Es un record envidiable.

La lista de líderes en el campo social, político, financiero, intelectual y artístico que estudiaron en escuelas católicas es larga.

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A mediados del siglo 20, más de la mitad de los niños católicos estadounidenses, en su gran mayoría euroamericanos, estudiaban en escuelas católicas. Hoy en día, los adultos católicos euroamericanos constituyen uno de los grupos más educados en nuestra sociedad. La conexión es clara.

Sin embargo, las medidas “seculares” sólo nos dicen una parte de la historia. Quizás la medida más importante cuando hablamos del valor y del impacto de las escuelas católicas es la “eclesial”. En otras palabras, las escuelas católicas existen para avanzar la misión evangelizadora de la iglesia.

Las escuelas católicas son espacios en donde constantemente la fe y la vida dialogan de manera explícita. La dimensión espiritual es el eje sobre el cual gira la vida de estas instituciones. La religión juega un papel importante en las escuelas católicas.

La gran mayoría de sacerdotes, religiosas y religiosos católicos euroamericanos estudiaron en instituciones educativas católicas. Lo mismo la mayoría de educadores y administradores de escuelas católicas. También es el caso de la mayoría de teólogos y agentes pastorales católicos que he conocido a lo largo de mi vida.

Cuando me encuentro con personas católicas cuyas vidas son dignas de admiración gracias a sus compromisos, viviendo los valores del Evangelio al servicio de Dios y de los demás, usualmente les pregunto si alguna vez estudiaron en una escuela católica. La respuesta por lo general es afirmativa.

Así como estas instituciones han servido satisfactoriamente a muchas generaciones de católicos estadounidenses, con un impacto claro tanto a nivel eclesial como social, también necesitan servir satisfactoriamente a la siguiente generación de católicos en nuestro país.

Actualmente hay unos 14.6 millones de niños católicos en edad escolar en los Estados Unidos. De estos niños, 8 millones son hispanos. Nuestras escuelas católicas actualmente educan cerca de 1.9 millones de estudiantes. Si hay algo que tendría ser claro es que deberíamos estar construyendo nuevas escuelas católicas — o al menos no cerrar las que existen.

Esos 8 millones de niños católicos hispanos en edad escolar jugarán un papel fundamental en la definición del presente y del futuro del catolicismo en los Estados Unidos. No podemos darnos el lujo de ignorarlos. Como iglesia no les podemos perder.

Sabemos que el número de niños hispanos matriculados en las escuelas católicas es notablemente pequeño, teniendo en cuenta el tamaño de esta población estudiantil: 315.610 durante el año escolar 2016-2017. Eso es equivalente al 4 por ciento de los 8 millones.

Hay muchas razones sociales, financieras e incluso políticas que justifican la educación de los niños hispanos en las escuelas católicas — ellos serán la voz católica en este país cuando comiencen a elegir a sus líderes, a trabajar como servidores públicos y a avanzar sus carreras profesionales dentro de unos años.

Pero creo que la razón más importante siempre es eclesial. La Iglesia Católica en los Estados Unidos necesita sacerdotes, religiosas y religiosos, maestros en escuelas católicas, ministros eclesiales laicos y teólogos.

Se necesitan líderes católicos en el campo social, político, financiero, intelectual y artístico que gocen de una verdadera formación integral. Necesitamos familias católicas sólidas.

¿De dónde vendrán estos líderes? Si ponemos atención a la realidad demográfica actual, la mayoría vendrán de la población católica hispana.

¿Quién les preparará con la mejor educación para servir efectivamente tanto en la iglesia como en la sociedad? Sin duda alguna, las escuelas católicas tendrán que jugar un papel central. Lo han hecho en el pasado. Pueden hacerlo y deben hacerlo en nuestro día.

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Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College. Es miembro del equipo de liderazgo del Quinto Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina.