(Segundo de una serie.)
Como señalé la semana pasada, espero poder usar mi columna regular en los próximos cuatro meses de manera inusual, pero útil. De vez en cuando (no cada semana, pero a menudo), le voy a ceder mi espacio a los jóvenes y otros con experiencia en el ministerio a jóvenes y adultos jóvenes. Con un sínodo de los obispos del mundo previsto para este mes de octubre, centrándose en los jóvenes, escuchar directamente a los jóvenes y a quienes se dedican a guiarlos puede ser un gran recurso.
El hermano Bryan Kerns, O.A., 29, será ordenado al sacerdocio el 15 de junio. Esta semana, me complace ofrecer sus reflexiones aquí:
Un famoso ensayo de Isaiah Berlin clasifica las personas en dos grupos principales: zorros y puercoespines. Los zorros saben mucho de cosas pequeñas; los puercoespines saben una gran cosa.
Por mucho tiempo me he imaginado un zorro; una educación recibida en lugares como Villanueva y la Universidad de Chicago supuestamente nos hace zorros.
Pero al acercarse mi ordenación sacerdotal, me encuentro deseando la vida de un puercoespín. Y la única gran cosa que quiero conocer es el silencio; el silencio de Mateo 11:28-30: «Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana».
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El profundo silencio del descanso en Cristo Jesús, el silencio en cada uno de nosotros en el fundamento de nuestro ser: ese silencio es lo que estamos desperdiciando en nuestras vidas y en nuestra Iglesia.
El mundo se está ahogando en ruido –los jóvenes en particular. Y el ruido no es el problema peor; es un síntoma de nuestra incapacidad para comprender nuestra naturaleza. Utilizamos el ruido como un antídoto a nuestras inquietudes, cuando lo que realmente necesitamos es descanso.
Mi padre espiritual Agustín sabía esto. Es la gran visión al comienzo de sus Confesiones: «nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti»; observe el uso del singular. Agustín ve la inquietud como una característica universal de la vida humana. Y sin embargo en lugar de perseguir nuestro descanso en el yugo del Señor, en el silencio que puede alimentar a cada uno de nosotros, dejamos entrar una gran cantidad de ruido. Por esta razón es la vida del puercoespín la que quiero perseguir como un agustiniano y un sacerdote: en silencio podemos encontrar nuestro descanso en Dios, en silencio aliviamos nuestra inquietud, en silencio acallamos el ruido que atormenta a nuestro tiempo.
San Agustín escribió que cuando decimos que los tiempos son gravosos o miserables, nos olvidamos que nosotros somos los tiempos; si queremos cambiar los tiempos, necesitamos cambiar a los seres humanos, comenzando con nosotros mismos.
Así que, ¿cómo se relaciona esto con el Sínodo 2018? Las preguntas que los padres sinodales deberían responder son las siguientes: ¿Cómo podemos alentar y persuadir a los cristianos jóvenes a que se empapen en el silencio para enfrentar las cargas que el mundo y la experiencia adulta colocarán delante de ellos? ¿Cómo podemos recordar a nuestra juventud incrédula –muchos de los cuales en este país no profesan ninguna creencia religiosa y desconfían de nuestras estructuras políticas y económica– que la Iglesia puede ser una fuente de tranquilidad a través de sus sufrimientos y ansiedades? ¿Cómo podemos recordar a los que profesan creer en Jesús, y que intentan vivir la vida cristiana, que la Iglesia no se rendirá a las tendencias perturbadoras de nuestro tiempo; que la Iglesia tiene sus recursos en su tradición y vida sacramental para protegerlos contra el mal en el mundo, para que podamos todos esforzarnos con alegría hacia la santidad y el día de nuestra redención; que esa es la tarea central de la Iglesia, y en la que es experta?
La respuesta no es otro documento, aunque su prosa puede ser hermosa. La respuesta no está en la búsqueda de respetabilidad a los ojos de los líderes intelectuales, formadores de opinión y fabricantes de gustos con desconcertante espectáculos como la Met Fashion Gala (gala del Museo Metropolitano de NY).
La respuesta se encuentra en testigos de carne y hueso; los testigos fieles que, con Cristo, toman su yugo y su carga; los testigos, que como Lucas lo pone, irradian su fe, persona por persona, «hasta los confines de la tierra».
Nuestro mundo, nuestra Iglesia y especialmente nuestros jóvenes, necesitan testigos. Testigos que acrediten sin dudas, a través de sus palabras y acciones, que Jesucristo vive en el callado fuego de sus corazones. Eso es lo único grande que este aspirante a puercoespín busca compartir como un sacerdote, con los jóvenes, los atemorizados, los confusos y los cansados: descansar en Cristo Jesús, porque su yugo es fácil y su carga es liviana. Todo lo demás es ruido.
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