Ésta ha sido una semana fea: primero para los sobrevivientes de abuso sexual; segundo, para los católicos en todo el estado; tercero, para el público en general; para muchos, la ira es la emoción de elección. El último informe del gran jurado es un texto muy doloroso; pero la ira pone en riesgo herir al inocente junto con los culpables y rara vez logra nada bueno.
Los estoicos creían que la ira nunca es saludable: siempre implica un inhumano apetito para lastimar a otros, y siempre envenena el alma. Pero esto no es la visión cristiana. La ira que Jesús mostró hacia los mercaderes del templo, los saduceos y los fariseos no era meramente aceptable sino correcta y buena; la ira que los filadelfianos sintieron hacia la Arquidiócesis después del informe del gran jurado de 2005 y 2011 también estuvo bien ubicada y justificada.
Hemos trabajado duro para recordar las lecciones de aquel momento. Siete años después, somos muy conscientes del mal que han sufrido las víctimas de abuso sexual. Entendemos nuestra obligación, y estuvimos sinceramente comprometidos a ayudar a sanar a los sobrevivientes. Hemos trabajado duro para garantizar la seguridad de los niños y familias en entornos relacionados con la Iglesia. En esa tarea, la dirección y el consejo de laicos —incluyendo ex funcionarios policiales y profesionales— para ayudar a sobrevivientes de abuso han sido especialmente valiosas. Sabemos que reconstruir la confianza de nuestra gente y la moral de nuestros buenos sacerdotes solo puede lograrse con el tiempo con un historial de hacer lo correcto. Los aproximadamente 100.000 laicos y clero que hemos entrenados en estos últimos años para reconocer y reportar los signos de abuso sexual es parte de ese esfuerzo.
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El informe del Gran Jurado de esta semana sobre abuso sexual de clérigos en seis diócesis de Pensilvania cubre más de siete décadas. Algunas personas, personas creíbles, han desafiado el procesos y disputado elementos de su contenido. Pero la sustancia del informe es brutalmente gráfica y profundamente perturbadora como una crónica del mal causado a cientos de inocentes. Las únicas respuestas aceptables son pena y apoyo a las víctimas, y esfuerzos integrales para asegurar que estas cosas nunca se repitan; y la ira. La ira es también una respuesta justa y necesaria —pero debe ser una ira que resulte en buenos frutos; una ira guiada por un pensamiento claro, la prudencia y el deseo de justicia real. Ese tipo de ira es la que debemos sentir todos nosotros esta semana y de llevar con nosotros en los próximos días.
Agosto 16, el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos, el cardenal Daniel DiNardo, emitió una declaración sobre la situación del arzobispo Theodore McCarrick y el lanzamiento del informe del Gran Jurado de Pensilvania. Como miembro del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal, yo apoyo el liderazgo del cardenal DiNardo sobre estas cuestiones difíciles y ofrezco sus pensamientos aquí:
«Hermanos y hermanas en Cristo,
Hace dos semanas, compartí con ustedes mi tristeza, enojo y vergüenza vinculados con las recientes revelaciones del arzobispo Theodore McCarrick. Estos sentimientos se mantienen y se han profundizado a la luz del informe del Gran Jurado de Pensilvania. Estamos frente a una crisis espiritual que requiere no solamente una conversión espiritual, sino cambios prácticos para evitar repetir los pecados y fallas del pasado que se han puesto en evidencia en este reciente informe. A principios de la semana, el Comité Ejecutivo de la USCCB se reunió nuevamente y estableció un esquema de estos cambios necesarios.
El Comité Ejecutivo ha establecido tres objetivos: (1) una investigación vinculada con las cuestiones relacionadas al arzobispo McCarrick; (2) la apertura de nuevos y confidenciales canales de información para reportar las quejas contra los obispos; y (3) abogar por una más efectiva resolución de quejas futuras. Estos objetivos serán perseguidos de conformidad con tres criterios: independencia adecuada, autoridad suficiente y liderazgo significativo por los laicos.
Ya hemos iniciado el desarrollo de un plan concreto para alcanzar estos objetivos, basados en consultas con expertos, laicos y el clero, así como el Vaticano. Presentaremos este plan al cuerpo de obispos en nuestra reunión de noviembre. Además, viajaré a Roma para presentar estos objetivos y criterios ante la Santa Sede, y urgir pasos concretos y adicionales basados en ellos.
El principal objetivo en todo esto es crear protecciones más fuertes contra depredadores en la Iglesia y cualquiera que los encubra, protecciones que mantendrán a los obispos en los estándares más altos de transparencia y responsabilidad.
Permítanme desarrollar brevemente sobre los objetivos y criterios que hemos identificado.
El primer objetivo es una completa investigación de las cuestiones alrededor del arzobispo McCarrick. Estas respuestas son necesarias para prevenir la recurrencia y de esta manera proteger a los menores, seminaristas y otros quienes puedan ser vulnerables en el futuro. Consecuentemente, invitaremos al Vaticano a adelantar una «Visita Apostólica» para tratar estos asuntos, en concordancia con un grupo de predominantemente laicos identificados por su conocimiento por los miembros de la Junta Nacional de Revisión y empoderados para actuar.
El segundo objetivo es hacer más fácil el reporte de los abusos y conductas inapropiadas de los obispos. Nuestro “Statement of Episcopal Commitment” del 2002 no deja claro qué camino pueden tomar las victimas por sí mismas para informar los abusos y otras conductas sexuales inapropiadas por parte de los obispos. Necesitamos actualizar este documento. Necesitamos también desarrollar y promover ampliamente mecanismos confiables de reporte de terceras partes. Estas herramientas ya existen en muchas diócesis y en el sector público y nosotros estamos ya examinando opciones específicas.
El tercer objetivo es abogar por mejores procedimientos para resolver las quejas contra los obispos. Por ejemplo, los procedimientos canónicos que se siguen para una queja serán estudiados con un énfasis sobre propuestas concretas para hacerlos más agiles, equitativos y transparentes y para especificar qué restricciones pueden ser impuestas a los obispos en cada etapa de ese proceso.
Buscaremos estos objetivos de conformidad con tres criterios.
El primer criterio es independencia genuina. Cualquier mecanismo que considere una queja contra un obispo debe ser libre de parcialidad o de excesiva influencia por parte de un obispo. Nuestras estructuras deben impedir a los obispos de desalentar quejas en su contra, de obstruir su investigación o de sesgar su resolución.
El segundo criterio se relaciona con la autoridad de la Iglesia. Toda vez que sólo el Papa tiene la autoridad para disciplinar o remover a los obispos, nos aseguraremos de que nuestras medidas respeten tanto esa autoridad como la protección de los vulnerables ante el abuso del poder eclesiástico.
Nuestro tercer criterio es el involucramiento sustantivo del laicismo. Los laicos brindan experiencia a la investigación, aplicación de la ley, psicología y otras disciplinas pertinentes, y su presencia fortalece nuestro compromiso ante el primer criterio de independencia.
Finalmente, lamento y pido humildemente su perdón por lo que mis hermanos obispos y yo hemos hecho o dejado de hacer. Cualesquiera sean los detalles que surjan en relación al arzobispo McCarrick o de los muchos abusos en Pensilvania (o en cualquier otra parte), ya sabemos que una causa arraigada es la falla del liderazgo episcopal. El resultado fue que un número de amados niños de Dios fueron abandonados para enfrentar solos un abuso de poder. Esto es una catástrofe moral. Es también parte de esta catástrofe que muchos sacerdotes fieles quienes están buscando santidad y sirviendo con integridad estén manchados por esta falta.
Estamos firmemente resueltos, con la ayuda de la gracia de Dios, a que nunca se repita. No me hago ilusiones acerca del grado en el cual la confianza en los obispos haya sido dañada por estos pasados pecados y faltas. Hará falta trabajo para reconstruir esa confianza. Lo que he destacado aquí es solo el comienzo; otros pasos seguirán. Los mantendré informados de nuestro avance hacia el logro de estos objetivos.
Permítanme pedirles que se mantengan pendientes con todas estas resoluciones. Permítanme también pedirles que recen por nosotros, que tomaremos este tiempo para reflexionar, arrepentirnos y recomprometernos con la santidad de la vida e imitar nuestras vidas cada vez más con Cristo, el Buen Pastor».
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Nota del editor: También se recomienda enfáticamente que visite www.AOPPledgetoProtect.com y lo comparta ampliamente con otros. Allí cuenta la historia de dónde hemos estado, dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos en nuestro trabajo para crear entornos seguros y apoyar a los sobrevivientes.
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