SUNLAND PARK, Nuevo México (CNS) — Parado en la sombra de la valla que separa los Estados Unidos y México, el obispo Mark J. Seitz sacó las fotos de Jakelin Caal, de 7 años, y Felipe Gómez Alonzo, de 8 años, quienes murieron bajo custodia de Estados Unidos.
“No podemos permitir más tragedias como estas. No pueden repetirse”, dijo el obispo de El Paso, Texas, el 26 de febrero durante una ceremonia atendida por personas de varios credos religiosos de ambos lados de la frontera buscando “justicia y misericordia en la frontera”.
“Han muerto inocentes porque hicimos todo para evitar que tengan una vida digna”, dijo el obispo Seitz. “El desierto habla, porque en esta tierra se ha derramado la sangre de muchos quienes están tratando de cruzar para encontrar una vida digna y podemos escuchar los gritos de la tierra diciéndonos que nuestras políticas tienen consecuencias”.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha declarado una emergencia sobre la seguridad en la frontera sur. Ha enviado el ejército a la región y redobló sus planes de expandir la construcción de un muro fronterizo, además de las barricadas que ya se extienden por aproximadamente 600 millas en varios puntos a lo largo de la frontera.
Los líderes de la iglesia y comunidades católicas que trabajan en asuntos de migración, coinciden en que hay una emergencia — aunque no la misma crisis que describe el presidente — cuando los inmigrantes escapan de la pobreza y la violencia en Centroamérica y encuentran una cada vez más fría respuesta en la frontera estadounidense.
Los obispos de ambos lados de la frontera y los católicos que trabajan en asuntos migratorios, convocaron una reunión especial en El Paso del 25 al 27 de febrero para planear sus respuestas a la implementación de la política de inmigración de Estados Unidos, tal como la medida, en la cual los inmigrantes que quieren solicitar asilo encaran una larga espera en inseguras ciudades de la frontera mexicana mientras algunos puertos de entrada a Estados Unidos aceptan menos de 15 solicitudes al día.
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La situación es especialmente urgente en diócesis como El Paso, donde las parroquias y un equipo de 60 personas que trabajan en temas de migración, están esforzándose por servir a cientos de buscadores de asilo que llegan cada semana en una serie de 13 a 15 albergues dirigidos por iglesias de todas las denominaciones.
Empleados diocesanos brindan servicios tales como asistencia legal, mientras las parroquias han organizado a los voluntarios, quienes visitan y se encargan de alimentar y vestir a los que buscan asilo.
Migrantes y personas buscando asilo por mucho tiempo han cruzado por el área de El Paso en busca de seguridad y oportunidades, por eso muchos en la comunidad conocen las experiencias de los inmigrantes, algo que los representantes diocesanos dicen que ha fomentado un sentido de solidaridad y deseo de ayudar.
“Localmente, un montón (de la respuesta a la migración) se lleva a cabo por la sociedad civil y grupos religiosos”, dijo Marisa Limon, subdirectora del Hope Border Institute (Instituto Fronterizo Esperanza) en El Paso.
Mientras tanto, las diócesis en México se esfuerzan por asistir a los inmigrantes, incluyendo a muchos que llegan en caravanas, que tienen que esperar para solicitar asilo y, en mayor número, están siendo enviados al sur de la frontera — mediante un plan conocido como “Permanezca en México” — para que esperen mientras sus casos avanzan en las congestionadas cortes de Estados Unidos.
“Estamos muy preocupados por ‘Permanezca en México'”, dijo Limon.
Aseguró que los recursos ya eran limitados en Ciudad Juárez, subrayando que el albergue diocesano para migrantes de allí ya estaba lleno y no podía acoger a inmigrantes que buscan refugio por largo tiempo.
“Lo estamos manejando a modo de evitar que la gente no duerma en las calles” en El Paso, donde muchos de los que buscan asilo necesitan un albergue por “dos o tres días”, mientras esperan para viajar a otras partes del país y permanecer a cargo de sus familiares a la espera de la fecha de corte, según el padre columbano Bob Mosher, miembro de la junta directiva de HOPE.
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Del lado mexicano, “este proceso podría tomar un par de meses o un par de años” de espera — dijo — “y eso después de que logren que su petición de asilo sea recibida”.
Ciudad Juárez, donde el papa Francisco celebró Misa en la frontera en 2016 y se manifestó en contra de la posibilidad de construir un muro, se dio a conocer como la capital mundial del crimen hace una década. Aunque ha mejorado un poco desde 2012, el índice de homicidio sigue siendo elevado, especialmente comparado con El Paso, la cual por mucho tiempo ha sido una de las ciudades más seguras de los Estados Unidos, según las estadísticas sobre crimen.
Los líderes de la iglesia en las ciudades fronterizas como El Paso, se han pronunciado en contra de la posible construcción de un muro más grande en la frontera México-EEUU. El obispo Seitz se refirió al muro como “una gran cicatriz que atraviesa nuestra tierra, nos divide”.
En el servicio religioso, participantes de ambos lados de la frontera se expresaron a través de las altas láminas de acero de una valla en medio del desierto. Los participantes de Estados Unidos estaban concentrados en una polvorienta franja de tierra entre una línea ferroviaria y la línea fronteriza, mientras muchos del lado mexicano eran de la parroquia Corpus Christi en el barrio Puerto de Anapra en Ciudad Juárez.
Los obispos de las zonas fronterizas bendijeron el reseco paisaje con agua bendita. Los inmigrantes hablaron sobre la separación de familias y el miedo de vivir bajo la posibilidad de ser deportados.
La gente expresó su oposición a la frontera, tanto por lo simbólico como por razones de seguridad.
“Rechazamos este muro con su mensaje de penuria, odio y miedo”, dijo un participante del lado mexicano.
“Las cosas hablan”, dijo el obispo Seitz, explicando que el muro envió un mensaje, fácilmente interpretado por la gente con ambas posturas sobre el asunto.
“Si vemos el asunto como si estamos encarando una invasión militar desde el sur, entonces vamos a tener gente pensando en este muro”, le dijo a Catholic News Service. “Pero si entendemos que la vasta mayoría que están queriendo cruzar son simplemente personas que están buscando salvar sus vidas, las vidas de sus hijos, entonces este muro se convierte en un horrible signo de intransigencia, de corazones cerrados que rechazan a la gente necesitada”.
“Es exactamente lo contrario de los mejores ímpetus que han construido nuestro país desde el comienzo”, dijo el obispo Seitz.
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