Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

En un discurso en la Universidad de Notre Dame en octubre del 2016, semanas antes de una elección nacional que al parecer pondría a otro Clinton en la Casa Blanca, yo señalé que

Muchos de nosotros los católicos estadounidenses hemos llegado a nuestra manera a una posición de liderazgo que el resto del país envidia y resiente. Y el precio de la entrada ha sido la transferencia de nuestras lealtades y convicciones reales de la antigua Iglesia de nuestro bautismo a la nueva «Iglesia» de nuestras ambiciones y apetitos. Personas como Nancy Pelosi, Anthony Kennedy, Joe Biden y Tim Kaine no son anomalías; forman parte de una gran multitud muy grande que abarca todas las profesiones y los dos partidos políticos más importantes.

Durante sus años como obispo de Roma, Benedicto XVI tuvo el talento de ser muy franco en cuanto a nombrar el pecado y llamar al pueblo a la fidelidad. Pero al mismo tiempo modelaba esa fidelidad con una especie de calidez personal que revelaba su belleza y desarmaba a los que lo escuchaban. Él habló varias veces sobre la «apostasía silenciosa» de tantos laicos católicos de estos tiempos, e incluso de muchos sacerdotes; y sus palabras han permanecido conmigo a través de los años porque él las decía en un espíritu de compasión y amor, no de reproche.

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La apostasía es una palabra interesante. Proviene del verbo griego apostanai – que significa rebelión o abandono; literalmente «alejado de». Para Benedicto, los laicos y sacerdotes no necesitan renunciar públicamente a su bautismo para ser apóstatas; simplemente necesitan estar en silencio cuando su fe católica exige que hable; ser cobardes cuando Jesús les pide que tengan valor; «estar alejados» de la verdad cuando tienen que esforzarse y luchar por ella.

Es una palabra que hay que tener en cuenta al examinar nuestros propios corazones y los corazones de nuestra gente. Y mientras lo hacemos, podríamos reflexionar en lo que la asimilación realmente nos he ganado cuando el vicepresidente Biden oficia en un matrimonio de homosexuales y el senador Kaine nos sermonea acerca de cómo la Iglesia debe cambiar y en qué clase de criatura nueva necesita ella llegar a ser.

Esas palabras disgustaron a algunos que ven al señor Biden como un veterano servidor público y hombre bien intencionado, decente que honestamente está tratando de equilibrar su fe religiosa con las demandas de un terreno político complicado. En la naturaleza compleja de la política de hoy, no puede haber disputa. Pero la complejidad nunca es una excusa para todos los propósitos, especialmente en asuntos de principio y más especialmente cuando el inocente y sin voz paga el precio de una mala elección.

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Defendiendo al señor Biden, sus defensores han señalado típicamente su apoyo a la enmienda de Hyde que prohíbe fondos federales para el aborto; su apoyo a la enseñanza católica sobre varias otras cuestiones sociales; y su resistencia al aborto de término tardío siendo todas posiciones admirables. En el Partido Demócrata de hoy, estas posiciones lo marcaron como un «centrista» y lo separaron del grupo de los otros candidatos presidenciales democráticos —casi todos ellos a su extrema izquierda.

Eso fue antes de la semana pasada.

El 6 de junio, el Wall Street Journal reportó en “Biden’s Abortion Views Irk the Left” (La opinión de Biden acerca del aborto irrita a la izquierda) que Biden se enfrentaba a crecientes críticas de los activistas del aborto y el liderazgo de su partido por su récord en la Enmienda Hyde. Exactamente 24 horas después, el 7 de junio, el mismo periódico observó en “Biden, in Reversal, Backs Abortion Funding” (Biden cambia de opinión y apoya el financiamiento del aborto). Traducción: El niño no nacido significa exactamente cero en el cálculo hacia el poder
de los líderes del Partido Demócrata, y el derecho a un aborto, una vez descrito como una trágica necesidad, ahora es una perversa especie de «sacramento santísimo». Tendrá la lealtad de un candidato y su completa reverencia… o de otro modo…

Hay una observación por Thomas More en la película Un hombre para la eternidad que vale la pena recordar en los próximos meses: «Cuando los hombres abandonan su propia conciencia por el bien de sus funciones públicas, llevan a su país por una ruta corta al caos».

No podemos decir que no hemos sido advertidos.