En los estribos de la cordillera Sangre de Cristo en el norte de Nuevo México, donde mi familia ha cultivado mil acres desde los 1840, hay un pozo que siempre ha tenido bastante agua para todas las familias, su ganado, sus cultivaciones y una gran variedad de fauna. Pero reciente ese pozo se ha secado.
Aunque estas lomas, llegando a una altura de 9,000 pies sobre el nivel del mar, se clasifican como alto desierto, su suelo es útil para siembra que no necesita mucha lluvia, pastoreo de ganado y corte de madera de pinabetes Ponderosa que forman una gigantesca alfombra verde estrechando al distante horizonte de los picos del yermo Pecos.
Mi abuelo paterno, Octaviano Sandoval, en un tiempo tenia 1,000 borregas y otro ganado. En el mismo valle, mi abuelo materno Enrique Perea, tenia muchas vacas. En las cuestas de los valles, ellos cultivaban maíz, trigo, avena y al lado de sus pozos tenían jardines y huertos de fruta. Para todo había suficiente agua.
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En tiempos de sequía, algunos posos, hechos por mano de obra y solo unos veinte pies de hondos, se agotaban, pero siempre recuperaban cuando llegaba la lluvia o las nieves. Pero había uno que siempre tenia bastante agua y era la seguridad de todos que su modo de vida podría perseverar.
En tiempos recientes el cultivo intensivo ha cesado y los pobladores han disminuido. Ahora nuestro terreno se utiliza para pasto de ganado. Y ese pozo que por siete décadas nunca falló se ha secado.
¿Es un efecto del calentamiento global? Sospechamos que sí es.
Recientemente, durante la reunión de la mesa directiva de la sociedad dueña de 600 acres del terreno, nos enteramos que otros pozos en el valle se están secando también. Un vecino recientemente construyó una residencia elegante y tuvo que barrenar 500 pies de profundidad para hallar agua, y ahora su pozo produce sólo dos galones por minuto y con sabor desagradable.
Mis primos con 300 acres al oeste han barrenado tres veces y no han hallado agua. Ernie Diaz, el gerente de nuestro rancho, ha visto el nivel hidrostático disminuir diez pies de un año al otro en algunos posos.
La crisis afecta no sólo las pocas familias que viven allí sino la infinita variedad de fauna. Nuestro rancho es el hogar de venados, alce, osos, zorras, pavos silvestres, gatos montes, leones de montaña y, por supuesto, un sin numero de ardillas, conejos, liebres, coyotes, topos y aves de mucha variedad. Estas criaturas no tienen voz para decir lo que esta pasando con su hábitat.
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Si pudieran protestar, seguramente se unirían a los millones de jóvenes por todo el mundo clamando que la humanidad supere su inercia y se dedique a resolver el calentamiento del planeta mientras que todavía hay tiempo. Mientras tanto, nuestra actitud gira entre duda y desinterés, quizás porque no podemos imaginar el fin de la vida a cuál estamos acostumbrados.
Años atrás, durante un crucero a Alaska pasamos un día en la bahía Glacier enfrente de un gigante glaciar. Varias veces cada hora se quebraba un trozo enorme de hielo y caía en la bahía, creando un trueno impresionante. Aún, no se nos ocurrió que el derretir de los glaciares podría impactar la vida en Nuevo México.
Los efectos del calentamiento global ya llegan. El papa Francisco, en una conferencia de prensa en 2015, dijo: “Recuerdo lo que un anciano campesino me dijo una vez: ‘Dios siempre perdona; nosotros los hombres a veces perdonamos, pero la naturaleza nunca perdona’. Si la abusas, ella toma represalia”.
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