Hosffman Ospino

Los momentos de crisis son espacios extraordinarios para autoevaluarnos. Las crisis nos confrontan con lo que los filósofos llaman, “interrogantes existenciales”. En este momento en que el mundo busca entender el impacto de la pandemia actual que ha suspendido, literalmente, el ritmo de nuestras rutinas, muchos nos preguntamos sobre el porqué, el cómo y el dónde de la vida.

Nos encontramos perplejos ante la manera tan rápida como nuestras vidas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Es cierto que damos por hecho muchas realidades: la vida, la salud, el aire que respiramos, nuestras familias, la compañía de otras personas, el trabajo, los restaurantes, los sistemas financieros, las iglesias, los servicios sociales, derechos y libertades, etc.

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En unos cuantos días, de una manera casi opuesta, nuevas normas de coexistencia reemplazan precisamente aquello que dábamos por hecho. Aunque esperamos que esas nuevas normas sean temporales, son normas con las que debemos convivir.

Nos invade el temor cuando la simple acción de respirar nos puede acercar a la muerte. Nos desesperamos cuando falta la comida y el trabajo. Miramos con sospecha a nuestros gobiernos a medida que limitan gradualmente las libertades que tanto nos han costado, incluyendo la libertad religiosa (ej., el cierre obligatorio de iglesias durante esta crisis), con el objeto de preservar el bien común. Ya sea voluntario o impuesto, el aislamiento social nos desorienta.

Al leer reacciones y escuchar conversaciones sobre nuestra situación actual, observo como tema común el sentido de haber perdido algo. Somos muchísimo más conscientes de que estamos perdiendo algo o que ya lo hemos perdido. ¿Recuperaremos lo perdido? ¿Volverá nuestra vida a la “normalidad”? ¿Cuánto durará esta situación?

Parece que anhelamos regresar a esos momentos en los que podíamos dar por hecho lo que nos rodeaba. La vida parecía más fácil y llevadera. Queremos tener el mayor control posible de nuestras vidas. Pensamos que una libertad sin restricciones nos hace más humanos.

Y nos volvemos a preguntar, ¿recuperaremos lo perdido? ¿Volverá nuestra vida a la “normalidad”? ¿Cuánto durará esta situación? No soy muy amigo de aquellas personas que ofrecen respuestas facilistas y ligeras a estos interrogantes. Aun si ésta es una crisis breve, nada indica que no pueda ocurrir de nuevo en el futuro cercano o que algo diferente nos ponga en una situación similar.

Para millones de personas en el mundo, incluyendo nuestro propio país, lo que muchos consideramos en este momento como una desgracia, ojalá de carácter temporal, es de hecho su pan de cada día. Los pobres, las personas vulnerables y los desposeídos, los enfermos, los refugiados y las personas encarceladas no dan la vida por hecho. No pueden hacerlo.

Cuando uno no puede dar por hecho la vida, el alimento, la salud, la libertad, la paz, el trabajo, la compañía de otras personas e incluso el espacio en el que estamos, no hay otra opción que considerar como un tesoro las cosas simples e inmediatamente disponibles. Quienes viven sin los privilegios que caracterizan las vidas de muchos en una nación tan rica como la nuestra se parecen encontrarse en una mejor posición para hacer una crítica de los excesos que nos ciegan a lo que es esencial.

Es importante entender que no estoy romantizando la pobreza, o la enfermedad o el sufrimiento. Sólo estoy sugiriendo que en un momento de crisis necesitamos guías para el camino. Necesitamos a esos hombres y mujeres que comparten la sabiduría de sus luchas y tribulaciones para ayudarnos a navegar las dificultades del momento presente y ayudarnos a reencontrarnos con nuestra propia humanidad.

Los pobres, las personas vulnerables y los desposeídos, los enfermos, los refugiados y las personas encarceladas por lo general son personas a quienes ignoramos o rechazamos cuando las cosas marchan bien en nuestra sociedad. Tal es nuestro pecado social y por ello necesitamos conversión. Irónicamente, en tiempos de crisis, son estas personas las que quizás están mejor preparadas para guiarnos. Por medio de ellas podemos encontrar de manera sorprendente caminos que nos lleven al encuentro con Dios.

Pongámonos a los pies de los pobres y las personas vulnerables para aprender de ellos en este tiempo de crisis. Recordemos que Jesús nos invitó a ver su rostro en ellos.

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Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.