Hosffman Ospino

Los católicos tenemos un amor especial por la familia. Pudiéramos decir que ser católico es prácticamente equivalente a afirmar la vida familiar en sus muchas expresiones. Afirmamos las muchas cosas buenas que ocurren al seno del hogar y sabemos que son esenciales tanto para cultivar a la persona como para construir sociedad.

La vida familiar tiene un lugar especial en el imaginario católico. Es en la familia en donde aprendemos a relacionarnos con otras personas, compartimos nuestros sentimientos, discutimos, escuchamos, perdonamos, negociamos y crecemos en la gran aventura de vivir como seres humanos.

En la intimidad familiar aprendemos lo que es verdadero, bueno y hermoso. Los miembros más jóvenes de la familia con frecuencia dependen de la guía de aquellos que tienen más experiencia para discernir valores. Aprendemos unos de otros al enfrentar nuestros errores y sus consecuencias.

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Es en la familia en donde primero descubrimos que Dios camina con nosotros en la historia. Partiendo de lo frágil que es al amor humano, aprendemos sobre el amor misericordioso e infinito de Dios en Jesucristo. En el contexto de la familia, aprendemos a conversar con Dios por medio de la oración.

Desde la antigüedad los cristianos han hablado de la familia como una iglesia doméstica. Lo mismo hizo el Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia, “Lumen Gentium” (No. 11).

Los eventos que afectan nuestras vidas durante estos días de pandemia han llevado a muchos católicos a encontrarnos de nuevo con nuestras familias. Irónicamente, muchos hacemos esto mientras nos preguntamos, ¿qué significa ser familia hoy en día?

Todos somos parte de una familia de una u otra manera. De hecho, al casarnos, establecer amistades, viajar y ampliar nuestros horizontes, nos damos cuenta que pertenecemos a muchas familias. Y aun así seguimos haciendo la misma pregunta.

A pesar del progreso, energía e innovación que caracterizan al mundo contemporáneo, cada vez somos más conscientes de que la familia no siempre ha sido una prioridad en nuestra escala de valores.

El hecho de que en este momento de crisis muchos parecen haber descubierto a la familia como algo nuevo, anhelado y realizador — lo cual es muy bueno — debería hacernos pensar un poco. ¿Por qué no experimentamos esto antes? ¿Cuáles eran nuestras prioridades antes de la pandemia? ¿En qué momento dejamos de apreciar a la familia como iglesia doméstica?

El tono de lamento que usan muchos católicos entristecidos porque no pueden ir a sus templos en estos días revela mucho. Debo decir que yo también extraño mi parroquia.

Sin embargo, las circunstancias presentes sirven como una invitación a mirar con ojos renovados y con mayor apreciación otras maneras de ser iglesia, especialmente la iglesia doméstica.

No nos rindamos ante la idea de que sólo quienes están fuera de nuestros hogares pueden enseñar fe. Aunque los sacramentos juegan un papel fundamental en la definición de nuestra identidad como creyentes, el catolicismo no se acaba por no tener acceso a un ministro ordenado día y noche.

Recordemos que las primeras comunidades cristianas crecieron en el seno familiar y se reunían primordialmente en hogares. Allí coexistían distintas maneras de ser familia mientras celebraban su fe en el Señor resucitado.

En muchas partes de mundo los católicos viven y practican su fe primordialmente en el contexto de la iglesia doméstica. Para millones de católicos tener acceso a un sacerdote o a una iglesia grande las 24 horas del día es un privilegio raro.

De vez en cuando necesitamos revisar las ideas que dan vida a nuestro imaginario católico. Sí, sigamos anhelando regresar a nuestros templos hermosos. ¡También afirmemos el valor de la familia como iglesia doméstica y hagámosla florecer!

Este es un momento perfecto para que surjan catequistas de todas las edades en el seno familiar; un momento para que prácticas y ritos inspirados en el evangelio hagan presente a Dios en la vida diaria de la familia; un momento para reconocer el rostro de Cristo en cada persona que vive en nuestro hogar.

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Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.