Por Lou Baldwin
Especial para el CS&T

FILADELFIA – La hermana Raquel Torrieri, un miembro de las Hermanas Siervas del Corazón Inmaculado de María durante los 70 pasados años, dirige el alcance a los hispanos en la parroquia San William en el noroeste de Filadelfia. No mal para una persona que acaba de cumplir 90 años.

«Sé que no puedo hacer esto por siempre -dijo ella; tengo buena salud y siento que todavía puedo hacer el trabajo, pero, ¿qué haría yo si me retirara?»

Aunque trabaja entre hispanos, su voz muestra un leve acento italiano, algo extraño teniendo en cuenta que ella nació en Filadelfia. {{more:(lea más)}}

La tercera de los cuatro hijos de Maggiorina y Domenico Torrieri, su familia volvió a su Italia natal cuando ella tenía dos años de edad, para cuidar de los padres de su padre que ya eran ancianos. Ellos regresaron a Filadelfia cuando ella tenía 14 años, donde trabajó durante un tiempo en la parroquia Nuestra Señora de los ángeles en el oeste de Filadelfia. Después de graduarse de Overbrook H.S. trabajó para el Defense Supply Center (Centro de Suministro de Defensa) en el sur de Filadelfia.

Cuando decidió entrar en la vida religiosa eligió a las Hermanas del Inmaculado Corazón (I.H.M. por sus siglas en inglés) principalmente debido a la gran devoción de su madre a la Santísima Madre, una devoción que ella comparte, siendo también devota de san Francisco de Asis, san Antonio de Padua y san Pío. «Amo su espíritu de pobreza, simplicidad y humildad -dijo ella-, sobre todo el Padre Pío que meditó sobre la pasión de Nuestro Señor. María, por supuesto, sufrió también de un modo diferente; ella participó en la pasión de Nuestro Señor.»

La primera mitad de su carrera la pasó, como esperaba, en un aula enseñando en los grados primarios; también enseñó en la antigua Transfiguración y en las escuelas de Nuestra Señora de Pompeya en Filadelfia y Nuestra Señora de Lurdes en Shamokin. Al nivel secundario enseñó en Villa María Academy en Malvern y en la escuela superior Archbishop Wood en Warminster.

Hace aproximadamente 35 años que su congregación le pidió ir a Perú para dar clases en una escuela de misión allí. Ella permaneció en Sudamérica durante siete años, lo que le enseñó mucho. Ella amó a la gente, pero la entristeció la injusticia tan obvia que presenció.

«No me gustó la pobreza, dijo ella-; los ricos no creaban empleos para la gente o pagaban mejores sueldos.»

Desde que regresó a Filadelfia ella ha estado involucrada en tratar de llegar a los hispanos de una forma u otra.

Lo verdadero importante en su carrera ocurrió después que regresó a Filadelfia. Sirvió en Misión Santa María, en Avondale, durante 10 años. «Trabajé sobre todo con los niños, pero ayudé en todo lo que podía -dijo ella. Era un gran privilegio trabajar con el monseñor Francis Depman, que servía en el ministerio a los trabajadores en su mayoría mexicanos, en las granjas de hongos. ¡él hizo tanto!»

La parroquia San William tiene una comunidad hispana próspera con quizás 200 personas asistiendo a la misa dominical en español de las 10:00a.m. Una de sus tareas iniciales era la visita en casas, simplemente para anunciar la misa en español.

Esto se complica más porque existe un gran número de residentes hispanos indocumentados que no están registrados en la parroquia. Sus empleos tienden a ser en hoteles, restaurantes o salones de pizza con horas de fin de semana largas y poco tiempo libre para la misa.

«No es que ellos no quieran venir a la misa, ellos son esclavos de sus empleadores», dijo ella.

Sí, la evangelización es un proceso interminable, pero la hermana Raquel entiende y ama a la gente hispana.

Ella dijo: «No hago una cantidad enorme del trabajo, pero ellos están tan agradecidos por lo que hago. La gente hispana responde a un gesto amistoso y ellos aman ser aceptados, esto es el secreto. Ellos nunca critican si usted hace un error cuando habla en español».

Para resumir: «Es la misión de Jesús, no importa lo que hagamos, ¿qué mejor jefe puedo tener? -preguntó. él dio su vida por mí, y cuando usted piensa en eso, por lo que él pasó lo deja a uno sin aliento.»

Lou Baldwin es miembro de la parroquia San Leo y es un escritor independiente.