Por HNA. RUTH BOLARTE


Hace unos meses una película me recordó unas palabras que había escuchado muchos años atrás: «Todo lo que se necesita para que el mal triunfe es que los buenos hombres no hagan nada»(Edmund Burke). Con tanta frecuencia nos olvidamos que como discípulos de Jesús estamos llamados a no solamente a hacer el bien, sino a también combatir el mal.
El Evangelio nos presenta a Jesús proclamando la Buena Nueva del Reino de su Padre y ofreciendo esperanza a todos, especialmente a aquellos que viven en los márgenes de la sociedad. Jesús proclamó el Evangelio no solamente a través de sus palabras, sino también por medio de sus acciones de sanación, perdón, y reconocimiento de aquellos a los que la sociedad de su tiempo marginaba. Vemos en los evangelios también cómo Jesús confronta aquellas estructuras de injusticia y dominación en la sociedad en que vivió. A través de palabras y actos, Jesús nos revela el amor del Padre por cada uno de nosotros.

En estos tiempos en que nos preparamos para las elecciones presidenciales, nuestros obispos de los Estados Unidos nos exhortan a ser agentes de transformación en nuestra nación. Somos una nación que afronta los retos de una guerra, la spanisión a causa de razas y etnias, y las innumerables dificultades de las leyes de inmigración. Somos una nación que se enorgullece de valorar los derechos humanos, sin embargo, no siempre respeta el derecho a la vida digna de toda persona-desde la cuna hasta la tumba.

Los obispos católicos de los Estados Unidos en el documento «Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles: Llamado de los obispos católicos de los Estados Unidos a la responsabilidad política» nos exhortan a aplicar la doctrina social católica en nuestras decisiones en el campo político. Nuestra participación en la vida política no es una opción, sino una obligación moral como católicos. Esta participación se lleva a cabo de spanersas formas: a través de nuestro voto (aquellos de nosotros que tenemos este privilegio), involucrándonos en nuestras comunidades, tratando de buscar el bien común y preocupándonos por conocer y poner en práctica la doctrina social de nuestra Iglesia.

En cada celebración eucarística somos invitados a ser transformados en el mismo Cuerpo de Cristo que celebramos. En otras palabras: nos transformamos en quien recibimos. De la misma forma en que Jesús es la perfecta revelación de Dios Amor, también nosotros nos transformamos en sacramentos de amor para el mundo.

El Papa Juan Pablo II insistía que la autenticidad de la celebración eucarística solamente se puede medir por medio del compromiso de la comunidad con el más pobre. Es nuestra llamada a comprometernos a combatir la hambruna, las enfermedades, el aislamiento de los ancianos, la tragedia del que no tiene empleo, la lucha del inmigrante, y ser voz del que no la tiene (Mane Nobiscum Domine 28).

Es en este compromiso con el más vulnerable que nos hacemos ofrenda a los demás en el altar del mundo, para su transformación.

La Hna. Ruth Bolarte, I.H.M., es directora del Instituto Católico para Evangelización en Filadelfia.