Entre amigos

Mar Muñoz-Visoso

Hace algún tiempo un obispo se reunió con representantes de grupos hispanos de su diócesis. Entre las muchas inquie-tudes que le compartieron hubo un matrimonio que le dijo: «Señor obispo, por favor envíenos sacerdotes que cuiden de nosotros y nos entiendan». El obispo con una sonrisa respondió: «Por supuesto. Denme a sus hijos y los enviaré al seminario a prepararse. Yo no puedo tener hijos. Las vocaciones deben venir de ustedes».

La inteligente respuesta no fue una forma de lavarse las manos-no de parte de un hombre que ha hecho grandes esfuerzos por asegurar el cuidado pastoral de los hispanos en su diócesis. Más bien, puso de manifiesto una gran verdad: Si queremos sacerdotes y religiosos/as hispanos tenemos que gene-rarlos nosotros, las familias hispanas.

Es importante rezar por las vocaciones, pero también lo es estar abiertos a la posibilidad de que el Señor genere vocaciones dentro de nuestra familia. Cuántas veces hemos rezado por las vocaciones pero en secreto quizá hemos pensado «¡pero a mi Juanito o a mi Carmelita que no me los toque, ellos han de ser doctores o ingenieros y darme nietos!»

Lo cierto es que los seminaristas hispanos son en estos momentos sólo un 15 por ciento de los seminaristas en Estados Unidos y el porcentaje es todavía menor en las comunidades religiosas. Tal parece que se está perdiendo entre nosotros, las familias, un cierto aprecio por esta vocación como algo deseable para nuestros hijos así como necesario para la Iglesia.

El pasado otoño, Mons. Daniel Flores, obispo auxiliar de Detroit, en su conferencia a la Asociación Nacional de Sacerdotes Hispanos recordó el papel esencial de la familia a la hora de generar vocaciones: «El encuentro con el amor de Cristo llega hasta nosotros por medio de la familia y de la Iglesia». Monseñor Flores insiste en que hablarle a un joven de vocación «no tiene sentido si el joven no ha encontrado por lo menos un poco, la lógica de Cristo».

Esta lógica pasa por experimentar la belleza de seguir el camino de generosidad, compromiso y fidelidad que deben ser parte de la experiencia familiar. Se refiere a que el joven se críe en un contexto donde luego pueda entender el «lenguaje de la vocación cristiana». Relacionado con esto está el papel jugado por los padres de familia en la dinámica religiosa de sus hijos, sobre todo en el contexto de una familia inmigrante sujeta especialmente a procesos de mestizaje y asimilación cultural.

Monseñor Flores afirma que el momento de crisis religiosa en la vida de una familia inmigrante ocurre en los primeros años de su llegada. «Si los padres no hallan cómo enlazarse con la vida de la Iglesia católica en su nuevo país, con el tiempo se adaptan al modo secular y establecen costumbres de familia y orientación comunitaria sin contenido religioso» -dice, o se abren a las invitaciones insistentes que vienen de otras denominaciones.

Es cierto que influyen muchos otros factores, que Mons. Flores no pasa por alto en su excelente análisis, cuya lectura recomiendo (www.usccb.org/hispanicaffairs/Vocaciones_Spanish_Translation2009.pdf.)

Como familias cristianas, ¿qué podemos hacer para promover las vocaciones? Quizá hablar con los hijos acerca del papel importante que los sacerdotes y religiosos desempeñan en nuestras comunidades- de su necesidad para la vitalidad de la Iglesia, de la vida generosa y sacrificada que la mayoría de ellos lleva. El trato directo y frecuente con ellos también es importante, especialmente a la hora de proponerlos como modelos. Estar abiertos al discernimiento vocacional es algo clave. Y desde luego, rezar a menudo por las vocaciones-y no sólo de casa del vecino.

Mar Muñoz-Visoso es la subdirectora de relaciones con los medios de comunicación de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.