Por el cardenal Justin Rigali
Arzobispo de Filadelfia

El 17 de marzo, la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. (USCCB por sus siglas en inglés) marcó el aniversario de la Ley de Refugiados de Estados Unidos, que fue aprobada en 1980, y por lo tanto reflexionamos sobre ella esta semana.

¿De dónde hemos venido?
Muchos de nosotros, cuyas familias han estado asentadas en los Estados Unidos por un largo tiempo, sin embargo tenemos orígenes relacionados con la inmigración a este país. En muchos casos, esa inmigración fue acompañada por dificultades, prejuicios y el trabajo duro y la determinación que era necesario para llegar a ser una parte de la vida en nuestro amado país. El libro de Levítico nos recuerda que estos conceptos tampoco son ajenos a lo que llamamos historia de salvación, que es la larga historia de la relación de Dios con su pueblo, según él lo preparaba para su Redención. El pueblo elegido conocía las dificultades del exilio, la fuga y el asentamiento en una tierra extranjera como leemos en el libro de Levítico: «Cuando un forastero viva junto a ti, en tu tierra, no lo molestes. Al forastero que viva con ustedes lo mirarán como a uno de ustedes y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes también fueron forasteros en Egipto. ¡Yo soy Yavé, tu Dios».(Levítico 19: 33-34).

Los obispos de Estados Unidos han afirmado sistemáticamente el derecho de las naciones para regular sus fronteras de acuerdo con el bien común del país. Sin embargo, no queremos olvidar la larga tradición de que nuestro país goza de acoger a los refugiados y aquellos que buscan una vida más segura y más próspera en los Estados Unidos. También sería bueno tener en cuenta que, a lo largo de nuestra historia, muy a menudo, han sido los menos bienvenidos los que han logrado algunas de las mayores contribuciones a la vida de nuestro país. Todos somos conscientes de la famosa inscripción en una placa en el pedestal de la Estatua de la libertad en el puerto de Nueva York, que recibió a los antepasados de tantos de nosotros cuando llegaron a nuestras costas: «Denme a mí sus fatigados, sus pobres, sus hacinadas multitudes anhelantes de respirar en libertad, los miserables rechazados de sus rebosantes costas, envía a estos, los desamparados que botó la ola, a mí ¡Yo levanto mi lámpara junto a la puerta dorada!»


El compromiso con aquellos que buscan un refugio seguro
Al conmemorar el trigésimo aniversario de la Ley de Refugiados de 1980, los obispos de los Estados Unidos hablan desde la experiencia. La Conferencia de los Obispos de nuestro país (USCCB) es la organización más grande de reasentamiento en los Estados Unidos. En este trabajo, la Conferencia ha reflejado el hecho de que Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo un refugio para los oprimidos del mundo. La intervención humanitaria del pueblo y el gobierno de Estados Unidos se ha manifestado una y otra vez a lo largo de nuestra historia. La ley aprobada en 1980 intentó codificar «este compromiso a la protección de los refugiados al permitir la admisión de refugiados sobre una base sistemática de socorro humanitario y mediante la estandarización de los servicios de reasentamiento para todos los refugiados admitidos a Estados Unidos, con el objetivo de facilitar su logro de autosuficiencia económica lo más rápidamente posible» (sitio Web USCCB: www.usccb.org/mrs/pilla.shtml).

Las estadísticas que apoyan el compromiso de la Conferencia de obispos a esta obra de reasentamiento y de migración indican que esto es mucho más que un compromiso filosófico en abstracto. La USCCB coordina su trabajo con más de cien organizaciones locales de Caridades Católicas y diócesis en todo el país y ha reasentado más de un cuarto de los refugiados admitidos en EE.UU. cada año. Sólo desde el paso en 1980 de la Ley de Refugiados que estamos conmemorando, Estados Unidos ha admitido a más de 2,5 millones de refugiados procedentes de spanersas partes del mundo. En ese período, la Iglesia católica ha reasentado a más de 800.000, o el 32 por ciento de ellos. Anastasia Brown, directora de Servicios de Reasentamiento para la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU., declaró recientemente: «Aunque nosotros hemos recorrido un largo camino en 30 años, quedan millones de refugiados que viven en peligro y merecen una mayor protección. Como líder en ayuda humanitaria, Estados Unidos debe continuar llevando la iniciativa en este esfuerzo mundial».


«Campaña de Justicia para los Inmigrantes»
Sin duda, es parte de una continuidad de ideas pasar de la preocupación cristiana por los refugiados a la misma preocupación que estamos llamados a mostrar por los inmigrantes. Los obispos de Estados Unidos han iniciado un programa llamado Campaña de Justicia para los Inmigrantes, el cual «espera que asegurará que nuestros valores católicos sean un componente esencial del diálogo continuo en torno al asunto de la reforma de las leyes de inmigración en nuestra nación. Somos un país de inmigrantes en busca de una forma de vida realzada en nuestra Constitución y respaldada por nuestras duraderas tradiciones católicas aquí en Estados Unidos.

(Mi carta de 29 de marzo a los sacerdotes de la Arquidiócesis pidiendo su colaboración en esta campaña).

En la carta, que acabo de citar, también introduje tarjetas postales como una herramienta para invitar a los fieles de la Arquidiócesis a «comprender, aceptar y vivir los principios del Evangelio de esta campaña». El mensaje de las tarjetas a los legisladores es: «Pido que este año usted apoye una reforma de legislación migratoria que mantenga a las familias inmigrantes unidas, adopte medidas de aplicación inteligentes y humanas, y asegure que los inmigrantes sin estado legal se registren con el gobierno y comiencen su trayecto hacia la ciudadanía. ¡Nuestras familias y comunidades no pueden esperar!».

¿Por qué participan los obispos?
Debido a la naturaleza a veces controversial de la cuestión de la inmigración, existe la posibilidad de que se malentienda el mensaje y la posición de los obispos de Estados Unidos. Los obispos no están a favor de una «amnistía» para los inmigrantes que actualmente son indocumentados. Ellos favorecen un «período de tiempo» durante el cual los indocumentados pueden mostrar que son productivos; que están haciendo un esfuerzo para aprender el inglés; y que, a través de una rigurosa verificación de antecedentes penales, estos están limpios. Sólo después de que todo esto se ha logrado, junto con el pago de una multa, los obispos apoyan la legalización de los inmigrantes indocumentados actuales. Esto se llama una propuesta de legalización merecida.

Los hechos muestran que muchos de esos inmigrantes indocumentados son miembros necesarios de la fuerza de trabajo estadounidense, a menudo realizando trabajos que no se harían, si ellos no los aceptaran. También existe una grave preocupación por la integridad de las familias, que a menudo están separadas durante muchos años debido a la acumulación del atraso en el proceso de visado. Los obispos no aprueban la entrada sin documentación o que se eludan las leyes de inmigración de nuestro país, pero sí piden que un sistema justo, uniforme y realista se establezca para responder a la realidad actual de la situación. «La Iglesia tiene una responsabilidad de realzar el mensaje de Dios sobre esta cuestión y ayudar a construir puentes entre todas las partes, para que un sistema de inmigración justo para todos se pueda crear y que sirva al bien común, incluyendo las preocupaciones legítimas de seguridad de nuestra nación». (Sitio Web de Justicia par los inmigrantes: www.justiceforimmigrants.org).

Sólo el mes pasado, el cardenal Roger Mahony, arzobispo de Los ángeles, fue el celebrante principal de una misa en la iglesia San Aloysius en Washington, D.C., que fue seguida por una manifestación pacífica de más de 100.000 personas que marcharon hacia el Capitolio en nombre de la reforma de la ley de inmigración justa y misericordiosa. Esto concuerda con el mensaje del Evangelio y con la preocupación constante que se ha demostrado para los refugiados e inmigrantes en nuestro país, que es un país de inmigrantes en muchos sentidos. Yo pido que visite el sitio Web indicado anteriormente y responda a la campaña de tarjetas postales en la que tal vez pueda participar a través de su propia parroquia local.

8 de abril del 2010