Por Mar Muñoz-Visoso

El Ecce Homo: espalda lacerada, gotas de sangre corren por su cara y torso. Frente a él, una estatua de San Francisco de Asís mirando hacia arriba en estado de éxtasis. Regreso a mirarla una y otra vez. Me atrae su expresión. Al fondo, como precedido y escoltado por una procesión de amigos (La Inmaculada Concepción, San Francisco de Asís, San Ignacio, Santo Domingo, San Serapio, María Magdalena y otros) un Cristo muy real está colgado en una cruz. En el centro de la sala, la Piedad recibe con dolor indescriptible el cuerpo sin vida de su hijo mientras frente a ella el alma cristiana, pintada como un niño vestido en un blanco radiante, recibe un rayo de luz al contemplar las heridas de Cristo.

No estoy delirando. Lo que acabo de describir es una exposición de arte sacro español de los siglos XVII y XVIII que visité recientemente en la Galería Nacional de Arte en Washington. Se trata de una pequeña pero magnífica muestra de los grandes maestros de la época dorada española, del realismo e hiperrealismo en el arte religioso. Creadas para conmover el alma, estas imágenes invitan a la contemplación. Son al mismo tiempo logradas obras de arte y vehículo para la catequesis-y jugaron un papel importante en la estrategia para mantener a España y sus territorios católicos durante la época de la Contrarreforma.

Aparentemente fuera de contexto en un museo -y podría decirse que casi desnudas sin la decoración barroca, las flores y toda la parafernalia que habitualmente las rodea todavía hoy en iglesias, conventos y procesiones en España-, estas pinturas y esculturas conservan sin embargo su poder de atracción en este nuevo, si bien temporal, ambiente. Contemplarlas en sí mismas me ha permitido encontrar un significado más profundo en algo que siempre di por hecho: las imágenes religiosas en las iglesias.

Nunca valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Mi primera experiencia al entrar en una iglesia católica en Estados Unidos es algo memorable. Era una comunidad parroquial relativamente nueva, creada unos 25 años antes en un próspero suburbio. La iglesia era una construcción tipo «bunker» de ladrillo. Los asientos eran sillas normales arregladas en forma de auditorio. No había reclinatorios. Había un altar en el centro y al lado derecho el sagrario empotrado en una pared. Arriba de él la Cruz de la Resurrección, con una tela blanca colgando. No había Cristo en la cruz. Buscando alrededor, encontré una imagen solitaria de María.

Aunque aquella comunidad se convirtió en mi parroquia por los siguientes 12 años, y no cambiaría la amabilidad y alegría de sus gentes por nada, debo reconocer que a menudo buscaba consuelo en las parroquias mexicanas de la zona y en algunas de las más antiguas construidas por inmigrantes italianos, irlandeses y polacos. No podía evitarlo. Estoy acostumbrada a estar en la compañía de imágenes cuando estoy en la iglesia. Necesito que me recuerden visualmente que Cristo sufrió y murió por mí en la cruz, y me reconforta saber que estos “amigos” -la Madre de Dios en sus múltiples representaciones, los apóstoles y los santos- están ahí rodeándome e intercediendo por mis necesidades.

En la cultura latina, la gente tiene una relación muy personal con estas imágenes religiosas con forma humana. Les rezamos, hablamos con ellas, las tocamos, besamos y hasta vestimos sabiendo que representan una realidad más allá de su existencia material. En este sentido es una relación muy “encarnada” con aquello que nos acerca o nos conecta con lo spanino.

Quizá sea por eso que la costumbre de cubrir las imágenes en la iglesia -en algunos casos comenzando desde el quinto domingo de cuaresma pero como mínimo para la veneración de la cruz el Viernes Santo- todavía me causa tanto impacto. Los católicos con una cultura visual realmente sienten la pérdida producida por este “ayunar de imágenes” dentro de la iglesia para enfocarse de forma más intensa en el misterio central de la fe.

El poder del arte religioso necesita ser descubierto y reclamado para evangelizar a una generación y cultura altamente visual. Acá en los Estados Unidos, un ejército de latinos con una gran tradición de catequesis visual está a la mano para ayudar.

Mar Muñoz-Visoso es subdirectora de prensa y medios de comunicación en el Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos