Mar Muñoz-Visoso
No solía ser yo amiga de enviar mensajes al Congreso. Pensaba que demasiado a menudo estas campañas se convertían en un vehículo mediante el cual poderosos intereses manipulaban al americano medio según su conveniencia o que en envío masivo de postales y cartas, originales o copiadas, eran una pérdida de tiempo incluso cuando había una causa por la cual merecía la pena hacerse oír. «¿Qué probabilidades hay de que mi carta sea realmente leída entre las cientos de miles que recibe al año cada congresista? Ya expresaré mi opinión en tiempo de elecciones», pensaba para mí, al tiempo que no excluía la posibilidad de participar también en algún rally o marcha si sentía la necesidad de hacer ruido sobre algún asunto. {{more:(lea más)}}
Hasta que un día me di cuenta que lo de enviar cartas no tenía nada que ver con si mi carta era leída o no. En realidad tenía que ver con la impresionante oportunidad que esta democracia participativa ofrece a ciudadanos y no ciudadanos por igual de poder expresar su opinión y permitir que sus voces se oigan.
Todavía no lo hago regularmente, o por cualquier cosa (¡algunas personas tienen demasiado tiempo en sus manos!) pero cuando el asunto afecta a nuestra juventud, cuando el futuro de tantas y hermosas jóvenes mentes se les cierra y se les condena a una vida de mediocridad o servidumbre, ¡ahí si me hierve la sangre! Especialmente cuando algo tan fácil como la aprobación en el Congreso de la propuesta de ley «DREAM Act» (Development, Relief, and Education for Alien Minors Act) resolvería esta tremenda injusticia para aquellos que estén dispuestos a trabajar por ello.
El DREAM Act no es un “pase gratis” a la legalidad. Permitiría a estudiantes que llegaron acá en una edad temprana, sin decidirlo ellos, obtener una residencia condicional. Pero para ser elegibles deberán servir en el ejército o estudiar en la universidad.
Debemos tener en cuenta también que, a todos los efectos prácticos, Estados Unidos es el único país que estos jóvenes conocen o del que tienen memoria. Los muchachos a los que el DREAM Act beneficiaría están en estos momentos literalmente atrapados en tierra de nadie.
Si además tomamos en consideración que, probablemente, ya hemos invertido una buena cantidad de nuestros impuestos en su educación primaria y secundaria, podemos decir que obtendremos un mejor retorno sobre nuestra inversión cuanto más educados lleguen a estar, mejores sean sus ingresos, mayores los impuestos que paguen y más significativa su contribución de talentos a esta sociedad.
Estos jóvenes son a menudo hermanas y hermanos de otros que tuvieron la suerte de nacer a este lado de la frontera. Estos jóvenes indocumentados trabajan tan duro como cualquiera de sus compañeros de clase, pero simplemente no tienen las mismas oportunidades. Sin la esperanza de un futuro más próspero muchos abandonan la escuela, por no mencionar los casos de depresión clínica, control de ataques de ira o intentos de suicidio de los que he sido testigo o he escuchado. Todo esto, al darse cuenta finalmente de que, por más duro que trabajen, nunca podrán escapar la sentencia a la que se les ha condenado de por vida: una vida sin educación y sin sueños.
La escritora Helen Thorpe, en su libro «Just like us» ha sabido recrear de manera proverbial las dificultades que encuentran los muchachos en esta situación. Recomiendo su lectura (en inglés) a cualquiera que intente comprender por lo que están pasando. Ella los siguió y se mezcló con ellos durante cuatro años de escuela superior, escuchó sus conversaciones, presenció sus frustraciones y, como resultado, nos permitió a nosotros escucharlos también.
Después de varios intentos fallidos de aprobar el DREAM Act—a pesar de contar con apoyo bipartidista, una rareza en estos tiempos—ya sea por que iba incluido en proyectos de ley más amplios que no fueron aprobados por el Congreso, o porque se dejó de lado en el torbellino de intereses partidistas y electorales, ahora se habla de que el Congreso puede retomar este asunto de nuevo en pocos días. Muchos congresistas, de ambos partidos, en 2001, 2006, 2007 y 2008, dijeron que apoyaban la propuesta pero que no estaban escuchando de suficiente número de constituyentes para votar a favor. Así que esta vez no pecaré de omisión y ya he actuado.
Esta mañana me desperté, entré al sitio web de «Justice for Immigrants/Justicia para inmigrantes» (http://www.justiceforimmigrants.org) patrocinado por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, e hice «click» donde dice «Take Action». Apareció una carta modelo que comenzaba: «Dear Member of Congress, I write to ask your support for the Development, Relief, and Education for Alien Minors (DREAM) Act…»(Estimado miembro del Congreso le escribo para solicitar su apoyo a la propuesta de ley DREAM Act…)
Sólo tuve que añadir mi nombre y mi dirección para personalizarla y hacer click sobre el botón donde dice «send». Sin más ni más, mi carta llegó a mi Representante en el Congreso y a los dos senadores. El sitio web también me preguntó si deseaba compartir esta preocupación con algunos amigos.
Chequen su buzón de correo electrónico. Puede que hayan recibido un mensaje de mi parte invitándolos a ustedes, y al Congreso, a tomar cartas en el asunto.
Mar Muñoz-Visoso es la subdirectora de relaciones con los medios de comunicación de la conferencia de obispos católicos de los Estados Unidos.
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