Por Mar Muñoz-Visoso
Este año la Semana Santa cae bastante tarde (Domingo de Resurrección es el 24 de abril). Así que, a diferencia de años recientes donde ha ocurrido bastante temprano, la Pascua Florida, o Domingo de Pascua, seguramente hará honor a su nombre al ocurrir en medio de la primavera en toda su alegre explosión de vida, luz y color.
La Semana Santa cae en diferentes fechas cada año porque su tiempo se determina según un evento astronómico y no según el calendario gregoriano por el cual nos regimos hoy. En el Concilio de Nicea (AD 325) se determinó que el Domingo de Resurrección debía ser el domingo siguiente a la primera luna llena después del equinoccio de primavera (generalmente el 21 de marzo). Esto hace que la fecha de la Pascua cristiana esté siempre comprendida entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
A mí me gusta esta Pascua tardía porque generalmente el clima favorece más el disfrutar de las tradicionales procesiones de Semana Santa o los Vía Crucis vivientes por las calles de pueblos y ciudades. Con el crecimiento de la comunidad latina en Estados Unidos estas celebraciones han pasado a ser cada vez más comunes y menos una curiosidad, aunque en algunos casos todavía chocan con una cultura que prefiere relegar todo lo religioso al ámbito de lo privado.
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La relación de los latinos con la spaninidad es, generalmente, más encarnada y comunitaria, y por lo mismo también más cultural. Nos gusta ver y palpar representaciones del sufrimiento de Cristo porque nos recuerdan que fue, y es, real y por nosotros. Todos los personajes que aparecen en las representaciones de la Pasión tienen algún mensaje, algún elemento con el que nos identificamos o que nos cuestiona. Nuestros sufrimientos diarios, se ven reflejados en la imagen del Cristo que sufre – y de la madre que sufre con él. Y nuestra esperanza está en el Resucitado que vence todo, hasta a la misma muerte, y cuya resurrección el Domingo de Pascua inspira alegres cantos y celebraciones, suculentos manjares y reuniones familiares.
Vistosas como son nuestras tradiciones, sin embargo, corren el peligro de quedarse en puro sentimiento o costumbre cuando no van acompañadas de una catequesis apropiada y continua. Si no llevan a la conversión y a la resurrección no sirven su propósito. Sin la resurrección, la pasión de Cristo no tiene sentido.
Mi primera experiencia de la Semana Santa en Estados Unidos me enseñó a valorar lo que siempre había dado por hecho. Nada, nada, ¡nada! ahí afuera me decía que era el tiempo más sagrado del año. Los comercios no cerraban, no habían procesiones, ni tambores redoblando, ni productos típicos del tiempo en los escaparates de las tiendas; los medios de comunicación apenas si hablaban de ello; y lo que era aún más «chocante», incluso en instituciones eclesiales ¡se trabajaba el Jueves Santo! Recuerdo que pensé: «Si no hubiera venido a la iglesia ¡ni me hubiera enterado de que era la Semana Santa!». Y también: “¡Cuántos cristianos se habrán perdido por el camino en este ambiente hostil!”
En medio de la celebración del Viernes Santo, rompí a llorar. Sentía un silencio ensordecedor. Quizá afloraron, por vez primera desde que dejara mi país meses antes, los sentimientos de soledad y de estar lejos de la familia y de mi comunidad parroquial, con la que había estado tan involucrada. El Sábado Santo fue un auténtico ejercicio de desierto espiritual. Y entonces, llegó la Vigilia Pascual y con ella una gran lección y un gran regalo.
En una ceremonia bilingüe en una parroquia muy latina, la Iglesia estadounidense me introdujo al Rito de Iniciación Cristina de Adultos (RICA). Decenas de catecúmenos adultos se habían preparado, especialmente durante la cuaresma, para ingresar en la Iglesia católica. Muchos recibieron el bautismo, la confirmación y la Eucaristía por primera vez aquel día. Y esto era en una sola parroquia, ni siquiera la más grande de la diócesis. Que yo recuerde, en mi parroquia de origen jamás había presenciado el bautismo de un adulto, mucho menos durante la Vigilia Pascual.
En el simbolismo pascual de la primavera, aquellos nuevos hermanos en la fe eran brotes y ramas floridas que anunciaban vida nueva en la Iglesia. Personas adultas que, ante toda la comunidad y con su apoyo, estaban naciendo a una nueva vida en Cristo. Y lo hacían conscientes y con alegría. La ceremonia se alargó (las nuestras también lo hacen con las representaciones y devociones populares que nos gusta añadir) pero disfruté de aquella «procesión de resucitados», nueva para mí, con admiración y entusiasmo.
Entendí que la Iglesia en este país quizá dependía o se ocupaba menos de lo externo para evangelizar. Pero también que, obviamente, era muy efectiva a la hora de proclamar el Evangelio y hacer discípulos de todas las naciones. Salí fortalecida de aquella experiencia de Semana Santa. Me motivó a conocer más mi fe, para poder entender y saber explicar mejor mis propias tradiciones a otros.
¡Feliz resurrección con Cristo!
Mar Muñoz-Visoso es subdirectora de prensa y medios en la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.
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