«Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos.»

– Misa inaugural del papa Francisco

En dos semanas cortas, el ex arzobispo de Buenos Aires, ahora obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, ha ganado millones de corazones con su humildad. Pero al igual que el beato Juan XXIII, una gran cantidad de sustancia al parecer arde detrás de su sencillez, su manera fácil y sus dramáticos gestos públicos. En estos primeros días de la temporada de Pascua, nos haría bien leer y orar sobre su homilía de la misa inaugural del 19 de marzo.

La homilía que Francisco pronunció en la solemnidad de san José, se centra conmovedoramente en el papel de José como protector de Jesús, María y la Iglesia. Pero el verdadero poder de sus palabras proviene del efecto acumulativo de su sinceridad y la claridad de su mensaje sin adornos. Nada suena falso en su homilía. Es una expresión sencilla y convincente de la vocación de la Iglesia a ser testigo del amor de Cristo en el mundo, expresada por un hombre que encarna convincentemente el mensaje. Una tarea central de la Iglesia, para Francisco, es servir y proteger a los débiles, y conducir a los demás -incluido el mundo fuera de la Iglesia- a hacer lo mismo con su ejemplo. En sus palabras:

«Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.

Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón.

Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres.

Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen “Herodes” que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.»

Así, uno de los objetivos fundamentales de un verdadero pastor debe ser amar y proteger a las personas que se les encomiendan. El cuidado de la dignidad de otras personas es el deber de toda persona de autoridad: Todo funcionario público, cada profesor y cada padre. Pero los obispos, pastores y todos los cristianos tienen la obligación añadida de ver a la persona humana a través del lente de la eternidad, con los ojos de Dios y el amor de Dios. Cada ser humano es precioso e irrepetible, destinado por Dios desde antes de los tiempos, hecho para el goce eterno, y formado a imagen y semejanza del Creador.

En muchas maneras durante muchos años, la Iglesia de Filadelfia ha protegido al débil y servido a la dignidad humana con habilidad excepcional -alimentando al hambriento, albergando a los desamparados, consolando a los enfermos y ancianos, ayudando a los inmigrantes. Este servicio continúa hoy en día, incluso al enfrentar nuestros desafíos financieros, junto con un gran legado de educar a nuestros jóvenes en un sistema de escuelas excepcionales. Ninguna organización semejante se aproxima a la prestación del servicio al público en general ofrecido por la comunidad católica en nuestra región.

Sin embargo, también es cierto que nuestro testimonio ha sido amargamente debilitado por los casos de abuso sexual de niños en el pasado. Estos pecados, estos fallos para proteger a jóvenes inocentes, no tienen excusa; han resultado en vidas terriblemente heridas -a quienes debemos una ayuda continua para su sanación. Yo puedo y pido disculpa por este dolor en mi propio nombre y en nombre de la Iglesia, con todo mi corazón. Sin embargo, la obligación permanece de evitar este tipo de daños en el futuro.

Ningún sistema es perfecto. Las personas que se deciden a hacer el mal a veces encuentran la manera de burlar las mejores protecciones. Pero en los últimos dos años, la Iglesia de Filadelfia ha hecho todo en su poder para desarrollar políticas y procedimientos para proteger la inocencia de nuestros jóvenes, y capacitar a nuestros fieles para reconocer y notificar los signos de abuso sexual.

Hemos ampliado y mejorado nuestra Junta de Revisión Arquidiocesana; hemos reescrito nuestras normas de conducta ministerial y políticas de conducta sexual impropia con el consejo de los fiscales de distrito; hemos entrenado a más de 30.000 adultos en reconocer y reportar el abuso sexual. En el año fiscal 2012 solamente, ofrecimos a más de 100.000 niños, instrucciones de seguridad personal adecuadas a la edad, incluida la orientación de seguridad en el Internet. Además, capacitamos a 7.000 adultos en cuanto a su papel como Mandated Reporters (personas obligadas a reportar) bajo la ley de Pensilvania. Nada de esto redime el pasado, pero sí ayuda a asegurar un futuro mejor y más seguro

Abril es el Mes de Prevención del Abuso Infantil. Es un momento doloroso y de gracia a la vez. Tenemos que hacer una pausa y recordar a los sobrevivientes de abuso en nuestras acciones y en nuestras oraciones -no importa dónde o en manos de quién y qué institución, el abuso ocurrió. Como las palabras del papa Francisco nos recuerdan, es vital a la vocación de la Iglesia proteger a las personas a su cargo y conducir a los demás a hacer lo mismo por su testimonio. En los próximos años, tenemos que mantener ese hecho cerca de nuestros corazones, y vivir de acuerdo