Columna semanal por el arzobispo Charles J. Chaput, O.F.M.Cap.

«¿Por qué Pensilvania, fundada por los ingleses, debe convertirse en una colonia de extranjeros, que pronto serán tan numerosos como para germanizarnos en vez de nosotros anglosajonarlos, y nunca van a adoptar nuestra lengua o costumbres?»  –Benjamín Franklin, 1751

«Inmigración es acerca de más que la inmigración. Es acerca de renovar el alma de América.» –+ José H. Gómez, Arzobispo de Los Ángeles, 2013

La semana pasada, en un editorial del 18 de junio, el Wall Street Journal recordó a los estadounidenses que «la evidencia abrumadoramente demuestra que los inmigrantes de hoy se están aculturando y ascendiendo en la escala económica igual que las generaciones anteriores ─y que─  a pesar de los temores y malos datos [entre el público en general], los inmigrantes siguen siendo los recursos estadounidenses que siempre han sido». Los hispanos y los inmigrantes asiáticos conforman en Estados Unidos aproximadamente el 70 por ciento de los adultos nacidos en el extranjero. Y los estudios demuestran –ninguna sorpresa que «la segunda generación de hispanos y asiáticos le da más importancia al trabajo y éxito profesional que el público en general».

Para los hispanos y asiáticos, como con las anteriores oleadas de inmigrantes, la educación es altamente valorada, siendo «el inglés [la] lengua dominante de la segunda generación y ya en la cuarta generación, menos de una cuarta parte todavía sabe hablar la lengua del inmigrante».

El Journal habla desde el sentido común económico. Pero las voces sanas han sido raras en los debates de inmigración de Estados Unidos. Somos una nación de inmigrantes constantemente preocupados de que el siguiente grupo de recién llegados va a arruinar el país. Más de 260 años atrás, Benjamín Franklin se preocupó de que hordas de extranjeros de habla germánica robaran la identidad de Pensilvania; ya sabemos cómo terminó eso.

Lo mismo pasa hoy. Ambos partidos comparten la culpa. Los republicanos, especialmente en la Cámara, canalizan los temores del país de ser atropellados por los delincuentes y aprovechados extranjeros. La actual administración (democrática), con toda su retórica prohispana, ha expulsado aproximadamente a un millón y medio de personas en los pasados cuatro años, más que la anterior administración Bush. La actual Casa Blanca no tuvo reparos en negarse hacer cumplir la Defense of Marriage Act (Ley de Defensa del Matrimonio), pero implacablemente deportó más de 400.000 «ilegales» en el 2012 solamente, una cifra récord.

El costo humano de esta paralización de inmigración es enorme. Como arzobispo de Los Ángeles José Gómez escribe en su extraordinario libro, Immigration and the Next America :

«Más de 5 millones de niños [en Estados Unidos] están creciendo en hogares con uno o más progenitores “ilegales”, y alrededor del 80 por ciento de estos niños son ciudadanos estadounidenses, nacidos en este país… Decimos que estamos preocupados por los costos sociales a largo plazo de la inmigración ilegal. Si lo estamos, entonces nosotros deberíamos considerar todas las formas posibles de integrar a los indocumentados en nuestra economía para que no sean una subclase permanente de personas dependientes. Nuestra política de hoy, por desgracia, sólo ayuda a esa subclase crecer en números. La subclase crece cada vez que separamos a una familia por la deportación del padre que trabaja y dejamos a mujeres y niños detrás en la pobreza. Arriesgamos la creación, a través de nuestra inacción, de las mismas condiciones que decimos temer ─ una generación de personas que no se pueden asimilar, y que no tiene la educación y las habilidades para contribuir a nuestra economía.»

La palabra «extraordinario» no captura el valor del breve libro de Gómez. El Wall Street Journal considera que la inmigración es principalmente una cuestión económica. Pero el monseñor Gómez profundiza más en el tema, vinculando la cultura, la fe, la investigación social, la historia, una perspectiva hemisférica y su experiencia personal como inmigrante. Nacido en Monterrey, México y siendo ciudadano naturalizado de Estados Unidos, el arzobispo tiene raíces en ambas culturas, con familia en ambos lados de la frontera. Pero el amor especial que tiene para su país de adopción surge de cada página. No tiene ningún uso para la política de amargura étnica o derecho. Él no pierde el tiempo en propaganda ingenua. En cambio, varias veces deja claro su respeto por aquellos que tengan miedo de una reforma migratoria debido a su preocupación por la seguridad pública, estabilidad financiera y la integridad de las leyes de nuestra nación. Él comparte algunas de esas mismas preocupaciones.

Al mismo tiempo, él ofrece un argumento poderoso –el mejor de los argumentos que he visto hasta ahora– por la urgencia de una reforma profunda ahora. Una verdadera reforma debe incluir un camino razonable a la ciudadanía para los 11 millones de trabajadores indocumentados que ahora viven en Estados Unidos; el fin de las deportaciones que destruyen familias; y                    –eventualmente– un esfuerzo serio para remediar las desigualdades hemisféricas que impulsan a los trabajadores extranjeros a nuestro país debido a la desesperación. Para Gómez, lo que está en juego es el alma de nuestra nación en los años por venir:

«Si reformar la inmigración es tener éxito –si el sueño americano es ser renovado– tenemos que rechazar [el cinismo de las élites culturales de Estados Unidos] y la indiferencia descuidada por la identidad americana. Tenemos que restaurar el ideal de la ciudadanía basada en la integración y la estadounización. Los inmigrantes deben ser celebrados dentro de un marco cívico basado en una historia estadounidense y valores universales. Debemos promover amplias expectativas para los ciudadanos, incluyendo el entendimiento de que los derechos individuales suponen obligaciones comunes y que la libertad no significa hacer lo que queremos, sino significa hacer lo que es verdad y hermoso y bueno.”

Para el monseñor Gómez, un marco cívico basado en una historia estadounidense exige que honremos nuestras raíces angloprotestante como una nación. Pero también exige que –por fin– recuperemos la otra mitad, que falta de nuestra historia: el legado hispanocatólico que precede a las Trece Colonias por muchas décadas. La real primera «Acción de Gracias» de América se llevó a cabo en la Florida católica española, no en el Massachusetts puritano. «Doscientos años antes de que cualquiera de los padres fundadores naciera el arzobispo nos recuerda– los pobladores de esta tierra estaban siendo bautizados en el nombre de Cristo. La gente de esta tierra fue llamada cristiana antes de ser llamada estadounidense. Y primero recibieron este nombre, en la lengua española».

El 30 de junio, celebramos el Domingo de Justicia para Inmigrantes en toda la Arquidiócesis. Es un momento clave en la vida de nuestra Iglesia. Insto a cada una de nuestras parroquias en los próximos meses a leer y conversar acerca de las palabras del arzobispo Gómez. Rico en contenido, claramente escrito y profundamente esperanzado en espíritu, Immigration and the Next America es un regalo inestimable en un paquete pequeño; el tipo de libro que necesitamos llevar en nuestros corazones mientras lidiamos con el cambiante panorama de nuestra nación. Léanlo. Oren por él. Compártanlo con otros. ¡Así es de importante!

“Immigration and the Next America: Renewing the Soul of Our Nation” por el arzobispo José H. Gómez, se publicará en inglés (5 de julio) y español (19 de julio) por Our Sunday Visitor, Huntington, IN.  Ahora disponible para preorden en Amazon.com