Lo que Francisco de Asís y otros grandes santos descubrieron en sus tiempos es que nosotros llegamos a ser quienes realmente somos —experimentamos la vida con más viveza— cuando le permitimos a Jesucristo que nos transforme y trabaje a través de nosotros.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de los fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y renovarás la faz de la Tierra.
El beato papa Juan XXIII describió la Iglesia como nuestra madre y maestra. Y en ese papel, la Iglesia nos da un modelo para llevar a cabo el trabajo de renovación de Dios. Gaudium et Spes, la gran Constitución Pastoral de Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo moderno, aboga muy bien por la dignidad de la persona humana, por justicia económica y social, y por paz duradera y desarrollo humano. Y nos ofrece un examen de conciencia que podemos aplicar durante la cuaresma a casi todos los aspectos de nuestras vidas:
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¿Reverenciamos nosotros y defendemos la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su muerte?
¿Amamos nosotros realmente a nuestros enemigos? ¿Tratamos en realidad?
¿Enseñamos a nuestros hijos a tener gratitud; a responsabilizarse de su tiempo, elecciones y acciones; a sentir el sufrimiento de los demás; y a entender su papel en la construcción del bien común? ¿Animamos a esto por nuestro propio buen ejemplo?
¿Predicamos la dignidad del trabajo humano y la importancia del humano libre albedrío, trabajo y creatividad, con nuestras acciones? ¿Vivimos nuestra vida con un propósito moral claro -con el fin de crear con Dios un mundo formado por el Evangelio?
¿Promovemos la nobleza del matrimonio y la integridad de la familia?
¿Practicamos la justicia y la misericordia en nuestras relaciones sociales y económicas? ¿Tratamos de erradicar los prejuicios en nuestros propios corazones? Y promovemos justicia en nuestros amigos, socios y líderes?
¿Tomamos una parte activa en la arena pública? ¿Exigimos a nuestros líderes que promuevan la santidad de la persona humana? Y, ¿hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para corregirlos o reemplazarlos si no lo hacen?
Por último, ¿cultivamos en nosotros mismos y en nuestros hijos un apetito por la sencillez, humildad y solidaridad con los demás? La palabra «católico» significa universal. Vivimos la mayor parte de nuestras vidas en nuestras familias y en las parroquias, y es ahí donde nuestras prioridades siempre deben estar. Pero no hay tal cosa como un católico «parroquial» simplemente. El bautismo nos hace a todos miembros de la comunidad cristiana mundial. Es por eso que problemas como el hambre, la pobreza, el desarrollo económico, la trata de personas, los derechos de los trabajadores migrantes, la persecución religiosa —incluso cuando están sucediendo en el otro lado del mundo— les están sucediendo a nuestros hermanos y hermanas en el Señor; y sí tienen que ver con nosotros.
Estamos en el mundo como agentes del amor y la alegría de Dios. Y tenemos que vivir de una manera que nos honre mutuamente, y rinda homenaje a la misión de la Iglesia —porque es en nosotros y a través de nuestras acciones, tanto individualmente como comunidad de fe, que el mundo exterior juzgará el Evangelio en el que decimos creer.
Dos imágenes son dignas de recordar a medida que entramos más profundamente en la cuaresma.
Aquí está la primera imagen: El Evangelio de Juan, 19:26-27, dice que en el Gólgota, «cuando Jesús vio a su madre y al discípulo que él más quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa».
Cada uno de nosotros en esta cuaresma es aquel discípulo que Jesús amaba, y ama. Y a partir de la Cruz él nos está pidiendo acoger a la Iglesia en nuestros corazones como Juan acogió a María en su casa; amar, defender y cuidar de ella, y avanzar su misión en el mundo.
La segunda imagen viene de Robert Frost y las últimas líneas de uno de sus grandes poemas:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.
Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Seguirlo a él puede ser «el camino menos transitado», pero como todo gran santo aprendió, es el camino que conduce a la alegría y la luz del amor de Dios.
En estos días de cuaresma, y todos los días de nuestra vida, ese camino debe ser el nuestro también.
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