Maria-Pia Negro Chin

Maria-Pia Negro Chin

El verano ya casi está aquí y con él verano viene la temporada de graduaciones. Marcada por ceremonias, memorias y discursos, en esta época del año se cierra un capítulo en la vida de los estudiantes y se marcan nuevos comienzos.

Esto puede ser emocionante y aterrador para un estudiante recien graduado – y para cualquiera a punto de comenzar algo nuevo. Los discursos de graduación les pueden recordar a los graduados que así como una puerta se cierra detrás de ellos, Dios les abre otra puerta que conduce a un nuevo camino.

En mi graduación de la Universidad de Loyola de Maryland, los discursos nos recordaron cual es la meta final de la vida: dar testimonio del amor de Dios y ser “hombres y mujeres para los demás”.

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El padre jesuita Brian F. Linnane, el presidente de la universidad, dijo que esperaba que nuestra educación y experiencias nos hayan dado las herramientas para tener un compromiso y conexión con algo más grande que nosotros mismos. Esto, nos dijo el padre, nos ayudaría a hacer del mundo un lugar mejor y también nos acercaría a nuestro objetivo en la vida.

Sus palabras de despedida fueron: “Dios los bendiga” y “sean felices”. Pero, ¿Qué es la mayor felicidad para ti y tus seres queridos? No hay una sola respuesta. Esto se debe a que “las claves de la felicidad toman diferentes formas para cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros tiene diferentes maneras de encontrar el significado, una combinación diferente de valores y prioridades que nos guían” dijo el padre Linnane en aquel entonces.

Más tarde, él citó un estudio que se realizó sobre individuos felices. A pesar de que la felicidad puede lucir diferente para cada persona, hubo algunos factores constantes. El llevar una vida sana, una conexión espiritual y las relaciones humanas duraderas eran elementos principales en la vida de aquellos que estaban felices.

Tratar de ser más saludable, más fiel a Dios y cariñoso con nuestros seres queridos puede parecer simple, pero para cultivar estos rasgos se requiere trabajo y compromiso. El fomentar una vida espiritual, dar y recibir amor no son esfuerzos que uno puede hacer por uno mismo. Se requiere salir de uno mismo y mostrar sus vulnerabilidades y debilidades. Sin embargo, los beneficios de la salud, la fe y el amor hacen que nuestra estancia sea agradable para los demás, así como para nosotros.

Hace poco vi esto mientras trabajaba con jóvenes a punto de graduarse de la escuela secundaria. Su forma de vivir les había ayudado a cultivar su salud, fe y amor, y los graduados parecían felices. Ellos tenían esperanza en el futuro, en alcanzar sus objetivos y cambiar el mundo.

Uno de ellos citó a George Eliot: “Por medio de los círculos y zigzags, de vez en cuando llegamos justo donde debemos estar”.

Este fragmento de sabiduría es un recordatorio de que el camino a través de las diferentes etapas de la vida rara vez es lineal. Pero el recorrido nos lleva donde Dios quiere que estemos. Ciertos capítulos de la vida nos ayudan a crecer. Pero cada hito tiene un propósito. Para Dios, cada nueva puerta (o nuevo capítulo) con el tiempo conduce a su objetivo final para nosotros: la salvación. Podemos trabajar en ser feliz y hacer felices a los demás a lo largo del recorrido.

Ojalá que crezcamos en salud, fe y amor en camino hacia la siguiente puerta.