Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

He sido un aficionado de toda la vida de las historias de ciencia ficción. Dos de mis favoritas son novelas clásicas de H.G. Wells (d. 1946), The War of the Worlds (La guerra de los mundos) y The Time Machine (La máquina del tiempo). Ambas fueron producidas dos veces como películas; ambas hacen grandes lectura aun en estos tiempos, aunque no todo lo que escribió tuvo un éxito tan duradero. Otra película inspirada en Wells, Things to Come (La vida futura) protagonizada por Raymond Massey en 1936, hoy es mucho más oscura.

Sin embargo siempre la encontré tan intrigante como su otro trabajo, por razones que nada tienen que ver con marcianos o con monstruos subterráneos.

La película La vida futura se basa en la novela de Wells del 1933 –la llamó una «historia futura»– titulada La forma de lo que vendrá; la versión de la película es ligeramente interesante. La novela original es masiva, turgente, enmarañante y al final, aturde la mente. Ambas obras imaginan una futura guerra mundial que catastróficamente se prolonga durante décadas, diezma la población, desata una terrible plaga y resulta en el colapso de la civilización y el surgimiento de dictadores mezquinos. En el último momento, en medio del caos, una comunidad de científicos avanzados emerge de un enclave secreto para imponer una dictadura benévola y conducir a la humanidad a una era de recuperación, progreso, unidad, paz y abundancia, guiada por la ciencia y la tecnología.

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Lo más interesante de las dos obras es un elemento de la trama que falta en la película pero muy central a la novela; para garantizar su utopía, los científicos en La forma de lo que vendrá, consideran necesario exterminar a todos los líderes religiosos y acabar con la religión organizada, siendo la Iglesia católica su último y más tenaz opositor. Sólo entonces en la novela, gracias a este lamentable asesinato en masa, puede la humanidad alcanzar su plena madurez y marchar hacia la luz del conocimiento y la libertad.

Es un tipo familiar del razonamiento «el fin justifica los medios» –en este caso, en esteroides.

Hoy en día, 85 años después de que la novela de Wells apareció por primera vez, el mundo es muy distinto y a la vez incómodamente similar al contenido de su imaginación. En muchos lugares del mundo, la fe religiosa no solo está viva sino que crece rápidamente; los grandes estados dictadores ideológicos están muertos; la ciencia y la tecnología han traído grandes mejoras en la calidad de vida material y la reducción de la pobreza y la enfermedad.

Pero en las llamadas naciones desarrolladas, la ciencia y la tecnología también, con demasiada frecuencia, han fomentado un enfoque de la vida basado en la utilidad y la eficiencia, y un desdén por la fe religiosa y los creyentes. Los cálculos de una cultura regida por la computadora dejan poco espacio para el corazón, razón por la cual el filósofo Augusto Del Noce vio la civilización tecnológica como acechada por una crónica tentación al totalitarismo. Las matemáticas de microchips no tienen ninguna tolerancia para el error o la imperfección, y esa intolerancia puede fácilmente transferirse a una cultura y regarse como un virus.

Eso es mala noticia para los seres humanos, que con frecuencia no son útiles ni eficientes ni perfectos, sino más bien débiles, sufridos, imperfectos y dependientes. Para los cristianos, esta «debilidad» no resta nada de su humanidad. Tales personas son hermanas, no fracasos, y toda persona necesitada es hija de Dios digna de amor y apoyo; eso incluye a los bebés que luchan por sobrevivir a una enfermedad potencialmente mortal como Alfie Evans. Como vemos cada día en las noticias de Gran Bretaña sobre el bebé Alfie Evans y los esfuerzos de sus padres para conseguir ayuda médica fuera del país, los «civilizados» tribunales de justicia pueden ser completamente insensibles, testarudos, guiados por la utilidad, resistentes a los llamamientos humanitarios, y brutales al interferir con el derecho de un niño a la vida y el derecho de sus padres a luchar por esa vida.

Y antes de aplaudirnos por cómo las cosas son mejores aquí en Estados Unidos, tal vez deseemos leer la cobertura de David French del 23 de abril sobre la creciente naturaleza antirreligiosa de la reciente legislación propuesta por California. (Ver aquí.) Como argumenta French, los elementos del proyecto de ley de California equivalen a una «dramática violación de los derechos de la Primera Enmienda, que se vuelven aún más perniciosos por la declaración funcional de la ley de ciertas clases de discurso religioso y argumento como el equivalente a fraude del consumidor».

Si el proyecto de ley de California es tan drástico en sus implicaciones como algunos críticos afirman está abierto a debate; pero nadie niega que es un ejemplo más de los esfuerzos por interferir con la creencia, la enseñanza y la práctica cristiana que ahora son perseguidas en todo el país. Y hay muchos otros.

El punto de mi columna de esta semana es simplemente éste. La verdadera «forma de lo que vendrá» nunca está totalmente en manos humanas. El futuro se formará por muchos diferentes hechos y fuerzas, muchos de las cuales nosotros no controlamos y no podemos controlar, mucho menos la voluntad de Dios. Pero no estamos indefensos; todo lo contrario: la historia está llena con la realidad de una persona o grupos de personas luchando por lo que ellos creen y así cambiando y canalizando el curso de los acontecimientos.

Nuestras vidas hacen la diferencia. Estamos aquí para un propósito; ese propósito incluye defender a los débiles y a los que sufren y también defender la libertad de la Iglesia para predicar, enseñar y proclamar el Evangelio de Jesucristo. Esto es un privilegio, no una carga, y tenemos que atesorarlo por el bien de nuestra propia humanidad y la humanidad de los que amamos.