Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

2 de mayo, la fiesta de San Atanasio

En 2002, el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo que «un obispo debe hacer como hizo Cristo: preceder a su rebaño, siendo el primero que se enfrenta a los lobos que vienen a robar las ovejas ‘ [énfasis añadido]. Para un Ratzinger normalmente afable, sus palabras eran anormalmente agudas; ellas también estaban justificadas.

Ratzinger estaba consciente, de una larga experiencia, que cada vez que la Iglesia hace buen trabajo, ella atrae la atención y el resentimiento de quienes se oponen a ella —no sólo desde fuera, pero aún más doloroso desde dentro.

Abundan los ejemplos. Un editorial en una de las publicaciones religiosas crónicamente infelices de nuestra nación recientemente agrupó a los Caballeros de Colón, EWTN, Legatus, el Instituto Napa, la escuela de Negocios y Economía Tim y Steph Busch de la Universidad Católica de América, el Fellowship of Catholic University Students (FOCUS, por sus siglas en inglés), y la Fundación Chiarascuro como una especie de alianza conservadora de grandes sumas de dinero para asumir el control de la tarea de evangelización de la Iglesia.

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Esto es extraño; es extraño porque en la práctica, todos estos grupos son fieles a la enseñanza de la Iglesia y ávidos de buenas relaciones con los obispos locales (note que Chiarascuro es una fundación laica inspirada en principios católicos). De hecho, encarnan uno de los principales mensajes del Concilio Vaticano II: la autonomía de los laicos de asumir el papel de apóstoles y misioneros. FOCUS por si sola ha sido y sigue siendo un éxito masivo en la evangelización de los adultos jóvenes.

El verdadero problema para los críticos es que ninguno de estos grupos es controlado por el «tipo correcto» de política eclesial o burocrática y por tanto su efectividad en lo que hacen. . . quema. Cualesquiera que sean sus defectos –y sí, la Iglesia en su humanidad está cargada de defectos, de izquierda a derecha en el espectro eclesial— estos grupos están sinceramente comprometidos a servir a la Iglesia, haciendo el bien y trayendo personas a Jesucristo. Algunos de los mejores evangelizadores católicos en nuestro país pertenecen precisamente a estas organizaciones. Necesitan nuestra gratitud y apoyo y cuando sea necesario nuestra corrección fraterna, pero no un veneno paranoico.

Vivimos en tiempos de ansiedad, y mientras que la misión de la Iglesia finalmente depende de Dios, también depende de nosotros —los obispos, el clero, los religiosos y los laicos por igual– y en cuán valientemente vivimos nuestra fe; y cuán profundamente creemos; y cuánto celo apostólico mostramos a un mundo incrédulo que necesita urgentemente de Jesucristo. Bajo esa luz, socavar los sinceros esfuerzos misioneros de buena voluntad de los compañeros católicos es una manera peculiar de expresar amor de uno por el Evangelio.

Por supuesto, la Iglesia ha visto periodos de contienda interna muchas veces antes. El Consejo de Nicea del siglo cuarto, tan crucial para la formulación del credo en el que los cristianos creen, también fue una de las reuniones más amargamente divididas en historia de la Iglesia. Ese consejo y el largo conflicto sobre la sustancia de la creencia católica que le siguió, podrían haber resultado muy diferentemente; no fue así por un hombre, un diácono joven y erudito en Nicea llamado Atanasio de Alejandría, cuya fiesta se celebra cada año el 2 de mayo.

Atanasio luchó para la verdadera fe católica en Nicea y a lo largo de toda su carrera. Los obispos arrianos lo excomulgaron; los eruditos arrianos lo detestaban; los emperadores lo odiaban; sus enemigos falsamente lo acusan de crueldad, brujería y hasta asesinato. Él fue exiliado cinco veces por un total de 17 años. Y ante todo se convirtió en la única voz más elocuente en defensa de la fe católica ortodoxa, razón por la cual incluso hoy lo recordamos como Athanasius contra mundum: «Atanasio contra el mundo».

Él nunca se dio por vencido; él nunca comprometió en principio; él nunca perdió su celo por predicar el verdadero Jesucristo. Y al final, la verdad triunfó. Atanasio se convirtió en uno de los obispos más queridos y más grandes doctores de la Iglesia —y la fe que damos por sentada hoy, se la debemos en gran parte a él.

Ésa es mi idea de un creyente católico completamente vivo en el Señor. Y la lección es ésta. Si no todos podemos ser los sirvientes y los defensores y los evangelizadores que la Iglesia de hoy necesita con urgencia, entonces por lo menos nos podemos apartar de aquellos decididos a tratar.