Pax et Bonum + Paz y Todo Bueno!
¿Cuándo fue la última vez que alguien te pidió que oraras por ellos?
Ahora, ¿cuándo fue la última vez que te acordaste de orar por ellos?
No te preocupes si no lo puede recordar. Aunque todos hacemos nuestro mejor esfuerzo para orar por los demás, a veces se nos olvida. Seamos honestos, todos estamos ocupados con nuestras vidas y se nos olvida las cosas importantes. ¿Podríamos olvidarnos de pagar una factura? ¿O olvidarnos de una cita? ¿Perdernos el cumpleaños de un ser querido? Nadie es perfecto. Cuando alguien o alguna situación necesita nuestras oraciones, nuestras propias vidas ocupadas a veces se interponen en el camino.
Entonces, ¿qué hay que hacer? ¿Solo admitimos que somos imperfectos y lo dejamos así? ¿Lanzar nuestras manos al aire y admitir que hemos fallado? ¿Seria esto realmente el final de nuestra historia?
¡Pues claro que no! Tome una lectura de los Evangelios. ¿Cómo trata Jesús a las personas imperfectas que se olvidan de Dios o estan atrapados haciendo algo malo? El no nos avergüenza, ni los golpea, ni les guarda rencor. Pero sí les pide algo: ¡arrepentimiento!
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Él pide lo mismo de nosotros. El arrepentimiento no es solo para los conversos, para estar en la fila de la Confesión o en el tiempo de Cuaresma. El arrepentimiento es para todos los días. No hay vergüenza en ello. Dios no nos guarda rencor contra nosotros. Probablemente no nos va a golpear. Jesús continúa invitándonos a seguirlo, a arrepentirnos y creer en El.
Así que a veces nos olvidamos de orar por los demás. ¿Qué debemos hacer al respecto? ¿Destrozarnos, avergonzarnos, decirnos a nosotros mismos que somos personas terribles? Espero que no, porque Jesús nunca nos haría eso. Si Dios mismo no nos hace eso, entonces no tenemos derecho a tratarnos a nosotros mismos, ni a los demás de esa manera.
El arrepentimiento no es odio a uno mismo. El arrepentimiento nos ayuda a aclarar nuestras prioridades. Pone a Dios primero, nuestro compromiso con él primero, su amor por nosotros primero. ¡Todo lo demás es segundo porque todo lo demás depende de Dios!
Así que cuando nos olvidamos de orar por alguien o alguna situación o dejamos que nuestras vidas ocupadas nos controlen, o ignoramos a Dios por alguna razón, no significa que tenemos que odiarnos a nosotros mismos. No tenemos que avergonzarnos, ni castigarnos, ni llorar por lo terrible que somos. Simplemente significa que nos arrepentimos. Mostramos contrición, volvemos a poner a Dios en primer lugar y tratamos de hacer los cambios que Él quiere en nuestras vidas.
Si hemos cometido un pecado grave, debemos confesárselo al sacerdote. Como sacerdote, he sido bendecido para ayudar a las personas a llegar al arrepentimiento. Ya sea a través de los sacramentos, la predicación o en la consejería, es asombroso ver a las personas encontrar la libertad de su autodesprecio, su miedo y sus dudas.
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Pero por cada alma que encuentra esa libertad, hay otros que se encierra en una prisión de autodesprecio o tristeza porque cree que eso es lo que Dios quiere. Estas pobres personas trata su debilidad humana ordinaria como una ofensa grave a Dios. O se golpean a sí mismos como una forma retorcida de tratar de ganarse el amor de Dios.
El verdadero arrepentimiento no nos deja maltratados y ensangrentados en la Cruz. El arrepentimiento nos guía a través de ese dolor y nos lleva a la nueva vida resucitada que Cristo ha prometido.
Hay tanto por lo que orar, tantas personas que necesitan una oración amistosa. Pero, a veces nos olvidamos. Estamos demasiado ocupados o distraídos. Nos olvidamos de Dios y nos olvidamos de orar. Pero no para siempre. Así no es como nuestra historia va a terminar. Jesús nos encontrará, nos seguirá amando pero nos pedirá algo: el arrepentimiento que pone a Dios en primer lugar y nos trae la libertad. ¡Hagamos todo lo posible para no olvidarlo!
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Padre Carlos Ravert sirve como el pastor de la parroquia de San Ambrosio en Filadelfia.
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